El Camino de Santiago, vida a trozos

Antes de hacerlo a Compostela, los peregrinos, siguiendo la Vía Láctea -en muchos lugares llamada Camino de Santiago-, peregrinaban al Finisterre, a donde iban los muertos para llegar, siguiendo el rastro del sol poniente, a la isla de Avalón en donde los esperaba el rey Arturo. Un día, el monje Pelayo se acercó al punto de un bosquecillo, cercano a la cabaña en la que vivía en estricta pobreza, sobre el que estaba colgada una estrella, y descubrió el sepulcro de Santiago.

Carlomagno, en sueños, vio en el cielo un camino de estrellas que empezaba en Frisia y llegaba a Galicia, donde estaba escondido el cuerpo del apóstol. Carlos vio esto muchas noches; absorto en ese sueño, se le apareció un caballero hermoso como no podía ser más, y le dijo: «Hijo mío, ¿qué haces?». Él respondió: «¿Quién eres tu?». «Yo soy el apóstol Santiago, cuyo cuerpo yace soterrado en Galicia, la cual está en poder de los moros. Seguirás el camino de estrellas que te ha sido mostrado. Cuando esto hayas hecho, toda la cristiandad irá allí en peregrinación a dar gracias a Dios buscando el perdón de sus pecados y verá las maravillas obradas por Dios. Esto se hará desde los días de tu vida hasta el fin del mundo. Vete cuanto antes te sea posible; yo te ayudaré en todo. Por esta hazaña, alcanzarás de Dios la gloria del Paraíso».

El Camino de Santiago, vida a trozosEl peregrinaje es una especie de vida a trozos, a la intemperie. Los peregrinos traen y llevan innovación. Los verdaderos motores del Camino fueron siempre la curiosidad y la fe. La curiosidad impide quedar anclados y la fe da fuerza para echarse al camino y para seguir en momentos de desaliento y zozobra. La curiosidad desencadena, desmelena, abre puertas a la fe. Cada día, el peregrino hace amistades que ese mismo día deja o le dejan atrás, y descubre cosas que ese mismo día desaparecen. Todo aparece y desaparece, crece y muere. El peregrino deja de oírse a si mismo para escuchar a los demás con el fin de comprenderse a sí mismo y puede ensanchar su conciencia al vivir nuevas experiencias de acontecimientos, de lugares y de situaciones que le eran ajenos. Los intercambios entre los peregrinos son simples, profundos, sinceros, desinteresados. No volverás a ver a esas personas ni te pedirán cuentas de nada.

A todas partes llegaba el eco de Santiago y a Santiago llegaban gentes de todas partes por todos los caminos. El silencio, necesario para rumiar lo comprendido, es una manera de hablar. Si hablar es articular lo comprendido, lo contemplado, lo escuchado, guardar silencio es una manera de hablar.

Santiago debuta como protector de los cristianos en Coímbra el año ¿1050? con Alfonso VI; es el protector del reino y de los pueblos. Santiago se ganó con justicia el apelativo de Matamoros poniéndose al frente, en mil batallas, para derrotar a los infieles, montando su caballo blanco que según algunos autores no es sino el caballo blanco de Cástor, domador de caballos, y Polux, los de la Ilíada. Así se convierte en un símbolo eficaz de protección de los cristianos contra los moros ya antes del descubrimiento de su sepulcro.

El héroe o el santo restablecen el orden divino, echando las fuerzas naturales o ancestrales y demoníacas, o destruyéndolas, y proporcionan a los humanos un territorio para vivir y cultivar. Su significado es la lucha del cristianismo contra el paganismo; pero dejan traslucir la lucha del hombre contra todos aquellos seres que habitaban la tierra antes de la llegada del hombre. En principio, es la gente del pueblo la que mata al monstruo, que ha sido dominado exclusivamente por una fuerza sagrada.

El Camino fue el cordón umbilical de la Europa de los pueblos. El Camino es un país sin límites, un río de ideas, de culturas, de costumbres que atraviesa los pueblos; el documento, escrito sobre la geografía, de la fundación de Europa, una marcha hacia lo desconocido para descubrirlo; es la polinización entre gentes, antaño de Europa, hoy de todo el mundo. Los caminos son una inyección de hibridación que favorece una identidad en perpetuo cambio e imposible de fijar porque no tiene límites definidos.

Este año santo jacobeo, al peregrino se le abre un camino misterioso que va hacia dentro y puede sentir como un impulso a dejarse abrazar por lo desconocido, por lo sagrado, por el misterio, por la oscuridad del recinto, por la luz que se filtra por las vidrieras, por la sensación de estar entrando en un terreno prohibido. El peregrino se da cuenta de lo que ha encontrado, de la necesidad de seguir buscando, de que ha abandonado la zona de confort y no es posible volver a ella, de que la relación consigo mismo y con los demás ha cambiado, de que lo que buscaba es una utopía, de que ha descubierto algo que nunca había imaginado que hubiera podido suceder y caerá en la cuenta de que jamás había pensado en aquello que había estado siempre ahí, que explica la mayor parte de las cosas que hace en su vida diaria y se derrumba. Muchos peregrinos, sentados en un recoveco de la catedral, durante todo el tiempo que dura la misa del peregrino, dejan brotar a chorro de sus ojos como de dos manantiales vivos, en forma de lágrimas, todos estos sentimientos, fragancia del Camino

El misterio es el sentido de lo que aún no hemos descubierto. Lo divino, lo espiritual, lo sagrado, puede ser un momento de la vida incrementado por el dolor o por la alegría de algún acontecimiento. El sagrado actual es una construcción de diversos imaginarios sociales y un intento de dotar nuevamente de sentido a las cosas porque las cosas no son lo que son sino lo que significan. Ya sea verdad histórica o realidad mítica, el pluralismo es indisociable, inherente, a la reconstrucción que cada peregrino haga tratando de explicar racionalmente lo que encuentra y siente en el Camino y en Santiago.

¿Vino alguna vez Santiago a España? ¿Reposan en la catedral de Compostela las cenizas del hijo del Zebedeo? Aquellos que dicen que en la ciudad gallega no hay nada, que todo es una mentira, no entienden ni saben lo que es ni cómo funciona un mito. No importa dónde esté enterrado Santiago sino dónde la gente cree que está. El mito habla para decir al peregrino quién es él, no quién fue Santiago. Quienes se lanzan al Camino no van en busca de los restos de Santiago, sino que tratan de explorar quiénes son ellos. Santiago seguirá estando en Compostela mientras haya quien crea que en el sarcófago de la cripta de su catedral están las reliquias de Nuestro Señor Sanyago.

La verdadera historia es la que cree la gente, así como la auténtica religión es la vivida. A pesar de la secularización de la sociedad, el número de peregrinos que llegan a Santiago es cada día mayor y su aumento no se debe a la publicidad sino a la inquietud y espíritu de búsqueda interior de millones de personas. El camino no se reduce a un trayecto en el sentido de un alejamiento o de una distancia entre dos puntos, es un trecho y un tiempo, una búsqueda que el peregrino hace para sacar a la luz lo que le está oculto, un método para orientar la vida, para llegar a la verdad que busca. El encuentro con la realidad, mítica o histórica, es el inicio del Camino que resta.

Se denomina año santo de jubileo cuando el día de Santiago Apóstol, 25 de julio, cae en domingo. Esto volverá a ocurrir dentro de cinco años, seis después y otros 11 años después; y esta cadencia de cinco, seis y 11 se repite sin cesar. El Año jubilar de la Iglesia Católica es la cristianización del año jubilar judío. La palabra jubileo procede de la hebrea yotel que significa toque de cuernos o bocina, la que tocaban los sacerdotes para anunciar el jubileo. Al final de cada jubileo, los esclavos recuperaban su libertad, se restituían a sus primeros dueños todas las posesiones vendidas (porque Yahvé era el verdadero dueño de las tierras y se las devolvía a sus propietarios primigenios) y se perdonaban todas las ofensas. De aquí las indulgencias que la Iglesia otorga a quien peregrina cumpliendo las condiciones que ella impone.

Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC y escritor. Su último libro es la novela En Blanco.

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