La crisis de Ucrania ha demostrado que una sola persona puede poner en peligro la paz mundial. Pero esa persona podría no ser el presidente ruso, Vladímir Putin, que en realidad sólo lidera una gran potencia regional que, debido a su régimen autoritario y a una economía confusa, es una amenaza a largo plazo más para sí misma que para el mundo. No, el actor único más responsable de la amenaza a la paz mundial podría ser, sin saberlo, el presidente de EE.UU., Barack Obama, con su inercia académica y la aparente indiferencia por la suerte de los países lejanos, más pequeños.
Por supuesto, Obama no es responsable de la invasión y anexión de Crimea a Rusia ni de las revueltas prorrusas en ciudades del este de Ucrania. No está sólo Obama al elaborar una laxa política occidental de apaciguamiento. La canciller Angela Merkel también tiene una gran responsabilidad: sus duras máscaras retóricas y un enfoque ampliamente business as usual reflejan la dependencia alemana de los suministros de gas ruso.
Pero Obama es responsable de la aparente indiferencia de su Gobierno sobre el destino del orden americano que ha regido el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. A menos que endurezca sus políticas, las reglas y normas que han garantizado la paz durante tanto tiempo podrían perder su fuerza. La desconexión total entre los principios y la práctica diplomática de EE. UU. se ha vuelto tan grande que ha envalentonando a sus adversarios. Por eso, tras la ilegal anexión de Crimea, Putin está ahora tratando de moldear las provincias orientales de Ucrania en regiones vasallas para realizar su sueño de reconstruir el imperio ruso.
Pero no son sólo los rivales de EE.UU. quienes están tomando nota de la pasividad de Obama. Los más cercanos aliados de EE.UU. también lo están observando con nerviosismo, y las conclusiones a las que parecen estar llegando podrían perjudicar sus intereses de seguridad nacional en los años y décadas venideros.
Véase Oriente Medio, donde Arabia Saudí ya está cuestionando abiertamente la fiabilidad de la histórica garantía de defensa del reino por EE.UU. Y los intentos del secretario de Estado, John Kerry, para una solución del conflicto palestino-israelí, fracasados el pasado mes, ahora permanecen en un cajón. La especulación señalaba que la propuesta de Kerry contenía una garantía específica de EE.UU. sobre las fronteras de Israel. Pero, ¿puede alguien imaginar a los israelíes confiando en la palabra de Washington después de ver la confusión de EE.UU. mientras Rusia vuelve a dibujar el mapa de Ucrania?
En el memorando de Budapest de 1994, EE.UU., junto con el Reino Unido y Rusia, garantizaba la integridad territorial de Ucrania a cambio de su entrega del arsenal nuclear que heredó de la URSS. Ahora que EE.UU. ha incumplido su compromiso respecto de Ucrania todas las apuestas son preocupantes sobre una garantía estadounidense de seguridad e integridad territorial de Israel.
Por lo demás, ¿por qué debería Irán suspender su programa nuclear cuando se ve la facilidad con la que Ucrania está siendo desmembrada? Después de todo, los iraníes han recibido sanciones mucho más severas que las impuestas a Rusia hasta ahora.
Por consentir la incautación de Crimea por Rusia, EE.UU. también puede ver cómo las alianzas básicas comienzan a desmoronarse. Por ejemplo, EE.UU. ha declarado abiertamente que defenderá a Japón de China en su disputa por las disputadas islas Senkaku. Pero si EE.UU. puede esquivar su garantía de la integridad territorial en Ucrania, ¿por qué los líderes de Japón van a creer que va a hacer lo contrario sobre un grupo de islas vacías, poco más que rocas habitadas por las ovejas?
Por supuesto, EE.UU. ya no está en condiciones de “pagar cualquier precio para asegurar la supervivencia y el éxito de la libertad”, como John F. Kennedy expresó en su discurso inaugural –ni en Ucrania, ni en ningún otro lugar–. El gran precio pagado por sus guerras en Afganistán e Iraq ha hecho comprensible el cansancio de EE.UU. ante la guerra. Por otra parte, ningún país tiene el derecho de esperar que los estadounidenses luchen y mueran en su territorio por su libertad. ¿Las recientes guerras en el extranjero han llenado de tantas cicatrices a los líderes de EE.UU. que no son capaces de defender el orden mundial que sus predecesores crearon y por el que muchos estadounidenses murieron?
El tiempo se agota para que EE.UU. demuestre de nuevo –a amigos y enemigos por igual– que su palabra sigue siendo su aval. A menos que Rusia cumpla el acuerdo alcanzado en Ginebra para desactivar la crisis de Ucrania –lo que de momento no ha sucedido–, EE.UU. debe utilizar todo su arsenal de medios no militares para demostrar a Putin los costos y la locura de su revanchismo al estilo de los años 30.
El punto débil de las ambiciones imperiales de Putin es la frágil y poco diversificada economía de Rusia y las expectativas de los rusos comunes y corrientes de mejorar sus niveles de vida. EE.UU. y la UE tienen que demostrar claramente al pueblo ruso que las políticas de su presidente significarán un retorno probable de la pobreza y la tiranía de la era soviética. Cualquier menor muestra de voluntad puede debilitar fatalmente la piedra angular de la seguridad occidental, y la del mundo.
Yuriko Koike, diputada y exministra de Defensa de Japón y asesora de seguridad nacional.