¿El canto de cisne de Rusia?

Cuando ya están en marcha los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi, Rusia vuelve a estar en el candelero mundial y el Presidente Vladimir Putin está aprovechando la oportunidad para presentar su país como una potencia resurgente, pero, bajo la jactancia y la fanfarria, hay dudas poderosas sobre el futuro de Rusia. En realidad, las tendencias a largo plazo de los precios de los recursos minerales de los que depende su economía, junto con la historia de Rusia (en particular, los dos últimos decenios de gobierno soviético), indican que la suerte de Putin puede muy bien estar a punto de acabarse.

Por lo general, los ciclos de los precios de los recursos minerales comienzan con una subida que dura entre ocho y diez años, seguida de un periodo más largo de precios estables y relativamente bajos. Como los precios han estado subiendo desde mediados del decenio pasado, deberían empezar a bajar dentro de dos años, si no lo han hecho ya. Además, la última depresión de los precios duró más de veinte años, lo que significa que Rusia no puede esperar simplemente a que escampe.

Pero, aparte de reconocer la necesidad de reducir el gasto, imperativo evidente después de dedicarse 50.000 millones de dólares, aproximadamente, a los Juegos Olímpicos de Sochi, Putin no ha indicado plan concreto alguno para abordar las deficiencias económicas de Rusia.

Rusia afrontó dificultades similares en los decenios de 1970 y 1980 y, como Putin hoy, sus dirigentes no hicieron lo que debían. Según el ex Primer Ministro Yegor Gaidar, que encabezó el único gobierno postsoviético de Rusia orientado hacia el cambio sistémico, en 1970 se agotó el potencial de crecimiento de la economía dirigida socialista.

En circunstancias no totalitarias, la amenaza de estancamiento habría creado una fuerte presión en pro de una reforma sistémica, pero los envejecidos dirigentes comunistas de la Unión Soviética, animados por la explosión de los precios del petróleo conseguida por la OPEC y el descubrimiento de inmensas reservas de hidrocarburos en la Siberia occidental, adoptó un rumbo diferente, al utilizar los ingresos obtenidos con los recursos naturales para financiar una continua expansión militar.

Para intentar calmar al público, los dirigentes soviéticos aumentaron las importaciones de alimentos directamente (de 1970 a 1980 se quintuplicaron, por ejemplo, las importaciones de carne) e indirectamente (aumentando las importaciones de materia prima). Si bien aquella estrategia funcionó a corto plazo, hizo que el consumo de alimentos aumentara mucho más de lo que la economía podía sostener.

A consecuencia de ello, la economía soviética pasó a depender aún más de los ingresos por recursos, lo que la volvió extraordinariamente vulnerable a las fluctuaciones de los precios en los mercados internacionales de productos básicos. Cuando los precios de los minerales empezaron a bajar a comienzos del decenio de 1980 –y llegaron a su punto más bajo en 1999–, la economía, que ya llevaba unos cinco años estancada, entró en caída libre.

Actualmente, la economía rusa no es más resistente que a finales de la era soviética, pues los productos básicos, en particular el petróleo y el gas natural, representan el 90 por ciento, aproximadamente, de las exportaciones totales y la manufactura sólo el seis por ciento, aproximadamente. Si acaso, la dependencia de las exportaciones de combustibles y minerales industriales que aqueja a la economía ha aumentado, por lo que las pequeñas fluctuaciones de precios tienen repercusiones mayores en la situación fiscal y exterior de Rusia. De hecho, algunos observadores –incluido el Banco Central de Rusia (BCR) – han pronosticado que la cuenta corriente del país podría entrar en déficit ya el año próximo.

Un déficit duradero eliminaría la más importante diferencia entre la Rusia de Putin y la soviética durante el decenio de 1980, a saber, la reserva financiera que se ha acumulado durante el último decenio. Esa reserva, que ascendió a 785.000 millones de euros en el período 2000-2011, es la que protegió la economía contra una mayor sacudida cuando estalló la crisis financiera en 2009 y la que ha financiado las iniciativas de Rusia en materia de política exterior, incluida su reciente cooperación con Ucrania.

La advertencia del BCR sobre los dos déficits, el fiscal y el de la cuenta corriente, se basaba en el supuesto de que los precios del petróleo permanecieran constantes, a 104 dólares por barril en 2015, pero mi previsión de que los precios del petróleo bajarán durante el período de entre los tres y los siete próximos años indica que las perspectivas a medio plazo de Rusia son, en realidad, mucho peores.

En resumen, Rusia tendrá que afrontar una reducción de su solidez macroeconómica sin tener apenas opciones para restablecerla. Desde luego, el sector manufacturero de Rusia, que no es competitivo, no puede compensar esa pérdida y no es probable que haya un cambio al respecto, dada la falta de voluntad de Putin para aplicar el paso a una economía con mayor densidad de conocimientos.

Esa nueva realidad no sólo afectará la política exterior y las ambiciones imperiales de Putin, sino que, además, socavará la relativa estabilidad política y social que ha caracterizado el último decenio. Sin ingresos procedentes de los recursos, el Gobierno tendrá dificultades para financiar las políticas y los programas necesarios para aplacar a los rusos de a pie. En ese marco, pronto se podría llegar a considerar los Juegos Olímpicos de Sochi, destinados a anunciar el regreso triunfal de Rusia como potencia mundial, un canto de cisne.

Jan Winiecki, a professor of international economics at the University of Information Technology and Management (WSIZ) in Rzeszow, Poland, and a former member of the Polish president’s Policy Advisory Council, is the author, most recently, of Economic Futures of the West. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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