El carisma de Compostela

"Por lo demás, opino que Cartago debe ser destruida". Así terminaba casi siempre sus discursos el senador Catón el Viejo durante el período de las guerras púnicas. Me viene esto a la memoria al considerar lo que viene aconteciendo en referencia al significado eclesial del Hecho Jacobeo, y a la situación de dolorosa zozobra que estamos viviendo en las circunstancias actuales.

Caminos desde todas las partes del mundo conducen a esta ciudad del Apóstol. Numerosas personas llegan para postrarse y dar un abrazo de paz a la imagen del Apóstol cuyo rostro se hace palabra llena de gozo y esperanza. Es el Patrón de las Españas desde tiempos muy lejanos. Valga recurrir, entre otros muchos, al testimonio de Beato de Liébana —en el siglo VIII—, que en su himno «Oh Verbo de Dios», himno que solemniza el oficio litúrgico de Santiago Apóstol, le llama expresamente «Cabeza áurea refulgente de Hispania, nuestro guardián y patrón de nuestra nación».

Bien sabido es que la sabiduría no nos permite ser agoreros pesimistas ni ingenuos entusiastas. Por ello se hace preciso un análisis sereno y ponderado de todo acontecimiento, de modo que no se oscurezcan las luces que lo iluminan ni pasen desapercibidas las oscuridades que lo ensombrecen. El alcance del Hecho Jacobeo a través del tiempo ha situado a Galicia en el mundo. Santiago de Galicia era un término clásico para referirse a Compostela. Ya Dante Alighieri, en el siglo XIII, escribió que la peregrinación a Santiago «es la más maravillosa peregrinación que un cristiano haya podido hacer antes de su muerte». Así es como Compostela sigue refulgiendo. Más allá de la dimensión de hispanidad y de europeidad, ha alcanzado la dimensión de la universalidad.

Ya en la contemporaneidad, desde Santiago el beato Juan Pablo II en su discurso europeísta, en noviembre de 1982, denunció con nobleza la crisis que afectaba a la conciencia cristiana. En sus palabras urgía a Europa a encontrarse y a ser ella misma, a descubrir sus orígenes y avivar sus raíces. Con este convencimiento el papa Benedicto XVI, en su peregrinación a la tumba del Apóstol en el Año Santo 2010, invitó a España y a Europa a «edificar su presente y a proyectar su futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos, comenzando por los más pobres y desvalidos». Como mensajero del Evangelio advirtió que es una tragedia que, sobre todo en el siglo XIX, en Europa se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad, preguntándose «¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de nuestras inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa, que ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones… Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo».

Este programa contrasta radicalmente con el laicismo y el relativismo que impregnan el pensamiento y el sentimiento dominantes en nuestros días, demoliendo la tradición ética y moral del catolicismo que se apoya en la tradición apostólica, y reduciendo calculadamente la presencia de lo religioso en los diferentes ámbitos de nuestra existencia. Por ello, nada más pertinente que hablar de evangelización si se habla del apóstol Santiago, mártir temprano del evangelio de Jesucristo. Y más si se hace precisamente en Compostela. La tradición jacobea es toda ella un canto a la evangelización.

La historia y el carisma de Compostela hacen de ella una singular y acreditada plataforma para afianzarnos en la nueva evangelización que espera y reclama actualmente la fe cristiana para acercar notablemente «el hoy contemporáneo» al «hoy eterno de Dios», sabiéndonos siempre necesitados de conversión y renovación espiritual, donde perdonar y pedir perdón siempre serán una necesidad a poca conciencia que tengamos de nosotros mismos en el empeño de construir la civilización del amor.

La identidad de Europa que nació peregrinando en torno a la memoria de Santiago depende de su tradición cristiana. Incluso los que reniegan de la religión no pueden ignorar el papel fundamental que el cristianismo desempeñó en la forja de lo que hoy conocemos como civilización occidental. Por supuesto, no todo han sido luces en esta historia, pero es inaceptable una lectura sesgada que presente el surgimiento de la civilización moderna, con sus valores y derechos, como la difícil victoria del espíritu iluminado laico frente a los poderes oscurantistas de la religión.

La Iglesia no es el refugio de hombres timoratos en medio de las fuerzas del mal, sino que ha sido y sigue siendo la portadora del mensaje del evangelio, buena noticia para una Humanidad necesitada de salvación que encuentra su propuesta fiable en Dios. Proclama la verdad de Dios y la verdad de Dios sobre el hombre, aun a riesgo de sufrir incomprensiones. Siempre será signo de contradicción. Pero eso no autoriza a desfigurar su imagen con agravios gratuitos que intentan herir y mancillar, utilizando de pretexto un episodio desgraciado y lamentable que está a la espera de un humano veredicto de justicia, como está aconteciendo en la Iglesia compostelana. No es aireando insinuaciones ofensivas, que dañan en lo personal y colectivo, como se contribuye a la exacta comprensión de esta ciudad, meta de peregrinaciones y puerta abierta a la Eterna Compostela. Qué se pretende transitando ese estéril camino es una pregunta que todos deberíamos hacernos en la hondura de una reflexión serena.

Hoy por hoy, la tumba del Apóstol constituye un centro de renovación de la vida de la Iglesia. Este don por gracia de Dios y no por méritos propios muestra una Iglesia despierta y joven en muchos lugares del planeta. Dios sigue sembrando su gracia. Pero a veces no sale a flote. Es posible que debamos sentirnos peregrinos para descubrirlo. Tal vez por ello los Catones Nuevos sigan pensando que la referencia jacobea y lo que ella sigue significando deben ser destruidos.

Por Julián Barrio Barrio, arzobispo de Santiago de Compostela.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *