El carpintero de Nazaret

La sociedad postmoderna considera el dogma una imposición de tesis sin demostración científica, basada en la tradición y en la autoridad, irreconciliable con la autonomía de la persona y la libertad de pensamiento. Desde mediados del siglo XX, la teología, con sus diversos apellidos, ha destacado el aspecto social de la fe en Jesús, el carpintero de Nazaret, pobre y humilde, que se implicó en los asuntos sociales y políticos de su comunidad practicando las costumbres sociales y participando de las ceremonias y ritos religiosos, pero criticando agriamente el fariseísmo y la hipocresía de la autoridad política y religiosa de su tiempo. Interesa la historia de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte y su resurrección. Pero en nuestros días interesa sobre todo lo que deben hacer y cómo deben ser quienes creen en él; el conjunto de actividades que deben hacer los hombres y mujeres de hoy que quieren operar sobre la realidad social y transformarla según el espíritu que se desprende de la lectura y el estudio del Nuevo Testamento y el amor a Jesús de Nazaret.

Esto es posible gracias al mismo espíritu que hizo a Jesús misericordioso con los pobres y fiel al misterio de Dios. La teología académica muestra ese aspecto desde un punto de vista estructural. La teología pastoral se guía por una indagación histórica en la que confluyen la memoria individual y la memoria colectiva de la miseria, de la exclusión, de la explotación, de la esclavitud... Y eso le da fuerza y vitalidad arrolladoras y convierten el cristianismo en un compromiso social y un testimonio de vida trascendente. Al año se publican cientos de libros sobre la historia de Jesús, se filman muchas películas y se escriben novelas en las que él es el protagonista o hay un protagonista que se entrega a los demás –a veces heroicamente– motivado por la fe y el amor a Jesús. Aquí interesan algunas de estas novelas.

El carpintero de NazaretLa figura de Jesús siempre estuvo presente en el pensamiento del escritor griego Nikos Kazantzakis, desde su juventud. «Desde mis años de niño, Cristo me obsesionó. Esa unión tan misteriosa y tan real del hombre y de Dios, esa nostalgia, tan humana y tan sobrehumana, de una reconciliación de Dios y del hombre al más alto nivel a que un ser pueda aspirar. Es necesario que podamos seguir a fondo, conocer su combate, que vivamos su agonía; que sepamos cómo desbarató las trampas floridas de la vida; cómo sacrificó las grandes y pequeñas alegrías del hombre; cómo subió, de sacrificio en sacrificio, de proeza en proeza, hasta la cima de la prueba, hasta la Cruz».

El Cristo de Kazantzakis no es una deidad tan infalible y libre de pasiones, pero es un apasionado y emotivo ser humano a quien ha sido asignada una misión, que a veces se le hace difícil comprender y que, con frecuencia, le exige enfrentarse a su consciencia y sus emociones y, en última instancia, a sacrificar su propia vida para su cumplimiento. Kazantzakis, agnóstico enamorado de Jesús, plasmó su compromiso con Jesús en varias de sus novelas, especialmente en Cristo de nuevo crucificado, cuyo personaje, Manolius, una especie de doble del autor, muere crucificado por las autoridades políticas y religiosas.

Los cristianos, especialmente los sacerdotes de Los curas comunistas –título de la novela de José Luis Martín Vigil– viven y luchan por la defensa de los humildes y apoyan su práctica pastoral, su predicación, y sacan fuerza para su testimonio de la meditación sobre la vida de Jesús. Para dar legitimidad a la corriente renovadora de la Iglesia, y más concretamente a la experiencia de los curas obreros, que constituye una de las expresiones de dicha renovación, el autor convierte la aventura personal del sacerdote que protagoniza la obra en una auténtica reescritura de la Pasión de Cristo. El amor al prójimo, sin distingo y como virtud más esencial del auténtico cristiano, es la energía y el motor de la evolución y del acercamiento del cristianismo a la clase obrera, «colectivo que ya ha desertado de esta Iglesia». Francisco Quintas, sacerdote protagonista, vive en una modesta vivienda en el propio barrio obrero en que se ubica la fábrica, se viste el mono –vestidura propia de los obreros– y se mete a trabajar como peón en una fábrica del ramo siderometalúrgico como prueba de su entrega a las exigencias del Evangelio.

La guerra de los pobres es la puesta en acción de la teología de Thomas Müntzer, teólogo alemán del siglo XVI. Los campesinos del sur de Alemania, enardecidos por el teólogo, se sublevan esgrimiendo la Biblia. Se está desplazando el poder despótico y de dominación por el poder de seducción. Lo que seduce se impone, y lo que más seduce es la bondad. La bondad es respeto, tolerancia, cercanía, cariño, simpatía... que se traducen en darlo todo, hasta la vida, luchando por un mundo más justo, por hacer feliz al que lo pasa mal. La base de la predicación de Müntzer, al apartarse de los demás predicadores, se volvió virulenta, hasta terrible: «Sublevad los pueblos y las ciudades. No debemos dormir más tiempo». Al final, encadenaron a Müntzer y lo mataron.

En blanco narra la participación de los cristianos latinoamericanos, resaltando el papel de los sacerdotes en la lucha armada contra «el pecado estructural», las estructuras de explotación. «No entiendo cómo podéis pensar que vais a lograr un mundo mejor matando a gente», le pregunta el protagonista a los guerrilleros. Ellos le responden: «No matamos por matar; matamos a quien se opone a la construcción de un mundo más justo y fraternal y hacen todo lo posible por mantener y mantenerse de unas estructuras injustas, hechas a la medida de los poderosos».

A diferencia de otras cristologías, la de la teología social se articula en vista de una salvación que se espera aparezca ya en esta historia. A los novelistas les interesa la acción, lo que hacen sus protagonistas motivados por la fe en el Cristo. El dolor de los que sufren es la hoz que siega la mala hierba. Ya no es sólo la palabra, como había intentado Erasmo con su Elogio de la locura. Manolius, Müntzer, los sacerdotes obreros y los curas guerrilleros están hartos de palabras y dan el paso a la acción tratando de vivir aquello del maestro: «Por sus obras los conoceréis». Todos los protagonistas actúan y mueren por amor. ¿Y odiando al enemigo?

«El mundo que predica Jesús, como el que predica el Papa Francisco, es una utopía», le dijo un filósofo agnóstico a un teólogo. Éste le respondió: «La mayor utopía es un mundo sin utopía. La utopía es necesaria, y la que tenemos que perseguir y realizar es la de que cada grupo o comunidad de cristianos vea de qué modo reunirse para celebrar la memoria de Jesús y compartirla. Jesús es la presencia de Dios en la vida, en toda la vida. El Cristo social ha liberado al cristianismo de sus cadenas ideológicas, de su corsés escolástico, de sus delimitaciones filosóficas, ha arrancado a Cristo de las páginas de la Suma Teológica».

Este año se habla equivocadamente de una Navidad diferente ignorando la esencia de la Navidad. Lo que este año cambia es la manera de festejarla, pero la Navidad es la misma, la celebración del nacimiento de Jesús. Para aquellos que ven más allá de la farándula y la fanfarria de estos días y dejan salir la esencia de lo que aquello es, aunque no se parezca en nada a lo que los demás ven, la Navidad no cambia nada.

En el centro del mundo, nos sentimos alejados de todo y solos en la intimidad de la ausencia. Lo que está dentro de nosotros es lo más lejano y lo más cercano es lo que pasa en el otro cabo del mundo. Vivimos bajo el asombro de la lejanía. Lo que es sólo se puede escuchar en el silencio, en el cruce de los caminos del corazón, en el taller del carpintero de Nazaret. Eso es la intimidad, la fusión del hombre consigo mismo, absolutamente incomunicable, prendido a los recuerdos que tienen un dónde y un cuándo precisos, que se acrecienta con cada amanecer, con cada atardecer, hasta con la soledad que impone la pandemia. Sólo ahí uno se puede encontrar con Él.

Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC y escritor. La novela En blanco es su última publicación.

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