El 'caso Cataluña'

Querido J:

Acaba de terminar la comparecencia de Jordi Pujol en el Parlament de Cataluña. Te escribo esta carta y saldré luego a emborracharme. Nunca imaginamos que el pujolismo pudiera acabar así. Pujol no morirá en la cama. La evidencia ha ido más lejos de lo que habían sido nuestros cálculos más optimistas. Me acuerdo ahora de un directivo del diario El País, que aún anda por ahí, Lluís Bassets. Una noche de los años noventa estaba observando el titular que yo le había puesto a la crónica de un mítin de Raimon Obiols. «La caída del pujolismo», decía y algo más. Bassets lo encontró del todo improcedente. Él prefería algo así como «alternativa», «sustitución». No le faltaba razón circunstancial. El pujolismo no podíacaer, como no podía caer el paisaje. Todo lo que viniera encontraría de algún modo el pujolismo en pie, y se incrustaría en él. Así fue hasta el 25 de julio. Así ha sido hasta esta tarde encendida, donde el pujolismo ha caído envuelto en la vergüenza y la farsa.

El caso CataluñaSin embargo, todo había comenzado con una cierta dignidad. Pujol empezó hablando en un tono confidencial de sí mismo y de su padre. En especial de su padre, Florenci. Para describirlo había utilizado, además, el libro de Manuel Ortínez, Una vida entre burgesos, que nadie se ha preocupado, ni siquiera estos días candentes, de traducir al castellano. Citaba Pujol hasta el número de las páginas donde el honrado contrabandista de moneda Ortínez detallaba los trabajos que él y otros contrabandistas, como Pujol padre, llevaban a cabo en la plaza financiera de Tánger. Este había sido el origen de la fortuna de los Pujol y el hijo lo estaba relatando en sede parlamentaria. Aunque omitiendo, ciertamente, algunos escabrosos detalles, como la aparición del padre Florenci en la famosa lista de evasores fiscales de 1959.

El relato llegó adentro cuando Pujol se vio en la obligación de justificar que su padre le hubiera dejado una fortuna a su disposición en un banco suizo, sin el conocimiento de su hermana ni, por supuesto, del de las autoridades tributarias. Apenas lo insinuó, pero fue suficiente e impactante. Florenci admiraba a su hijo porque había tenido el coraje, el valor y el patriotismo que a él le faltó y se había comprometido en la construcción de Cataluña. Al tiempo que lo admiraba, sin embargo, estaba seguro de que su actitud le llevaría a la ruina. Florenci era un hombre de la república y de la guerra, que había emergido de un país destruido. Nadie podía quitarle de la cabeza que en España las cosas acaban siempre mal. Ante la ruina y el probable exilio Florenci había tomado la decisión de proveerle de un colchoncito económico en el país suizo. Ese dinero, 140 millones digamos que evolucionados, estaba ahora en el origen de la insólita presencia de Pujol en sede parlamentaria. El expresidente estaba explicando todo esto, ya digo, en un tono casi íntimo que no rehuía el coloquialismo doméstico. El dinero suizo era, por ejemplo, el raconet, el rinconcito, y lo que le advertía su padre es que iban a quedarse pelats.

Estaba escribiendo un apéndice de sus memorias. Un cierto perfume de época. Pero como en los otros tres tomos, se apreciaba una escandalosa falta de datos. Cantidades, nombres, fechas. Los grupos parlamentarios, con mayor o menor intensidad, se lo exigieron, al tiempo que desgranaban la historia de la corrupción pujolista, de la familia y fuera de ella. Fue entonces cuando se produjo el milagro, la caída. Pujol abrió la boca con ira sorda y les soltó una bronca fenomenal por su irrespetuoso atrevimiento. Se comprobó la profunda verdad de su documento del 25 de julio. Es decir, su carácter estrictamente religioso. Él estaba dispuesto a dar cuentas ante dios, que tiene todos los datos y solo precisa de golpes de pecho. Pero en absoluto iba a dar cuentas ante los hombres. Así se lo estaba aclarando a los diputados, viejo y soberbio. En el epicentro de la declaración surgió la verdad más irrevocable de cuantas había dicho. Escúchala, amigo mío. Hazte rápido con ese vídeo impresionante. Retador, les dijo a los diputados que de sus intervenciones se desprendía que Cataluña había sido un nido de corrupción moral y económica. Y que, en consecuencia, pobre imagen iba a darse de su clase política y de los ciudadanos que le habían dado tantas veces la mayoría. Luego añadió: «Si todo hubiese sido tan corrupto no se habría aguantado». Me acordé de su panfleto. Lo habrás visto en esta página 1984 donde voy recogiendo sus pecios de moralidad. Aquel párrafo que escribió el 15 de abril de 1960, cuando Franco viajó por enésima vez a Barcelona: «El general Franco, el hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha escogido como instrumento de gobierno la corrupción. Ha favorecido la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar, que un hombre implicado en hechos de corrupción, económica o administrativa es un hombre comprometido. Por eso el Régimen ha fomentado la inmoralidad de la vida pública y económica. Como es propio de ciertas profesiones indignas, el Régimen procura que todos estén metidos en el fango, todos comprometidos».

Sí, fueron 23 años de mayorías. Todos comprometidos. En mi cabeza se hizo un gran momento. Menos furioso que devastado. No era el caso Pujol. No era el caso Convergència. Era el caso Cataluña. Y nunca podrá ser juzgado.

Sigue con salud,

Arcadi Espada

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