El caso Dos Passos

Desde ayer jueves hasta mañana sábado, una treintena de especialistas de diferentes países se reúnen en la madrileña Universidad Alfonso X el Sabio para hablar de la vida y la obra del norteamericano John Dos Passos. Que yo sepa, es la primera vez que una institución española acoge un congreso sobre un autor como él, que tuvo una estrechísima relación con España. De todos sus libros, mi favorito es el último que publicó en vida, unas memorias tituladas Años inolvidables en las que precisamente se extiende sobre sus experiencias en España. El título original (The best times) es aún más elocuente que su traducción: el escritor se había propuesto hablar de los buenos tiempos, de los mejores años de su vida, y en esa evocación de su juventud viajera sólo podía haber sitio para la celebración. Dos Passos, un hombre feliz que dejó de serlo, no quería despedirse del mundo sin recordar toda esa felicidad pasada.

Además de su relación con España, otro de los ejes del libro es la larga amistad que unió al novelista con Ernest Hemingway. Si la narración de Años inolvidables se detiene justo antes de la Guerra Civil, es porque esta motivó la abrupta ruptura de Dos Passos con ambos: con Hemingway y con España. Hace años escribí un libro sobre este asunto. En él contaba la historia de José Robles, un republicano asesinado a principios de 1937 por orden de los servicios de inteligencia soviéticos. Robles, profesor de la John Hopkins University, era buen amigo de Dos Passos y traductor al castellano de alguno de sus libros. Cuando Dos Passos llegó a España para colaborar con Hemingway en un documental de propaganda republicana, la investigación sobre lo sucedido con Robles acabó enfrentándolos.

Mientras Dos Passos estaba decidido a descubrir la verdad al precio que fuera, Hemingway era partidario de silenciar el asunto para no perjudicar a la causa republicana. Allí acabó su amistad. Tres décadas después, cuando el anciano Dos Passos quiera rendir homenaje a su antigua camaradería, tendrá que retroceder a los años de la Segunda República, en los que Hemingway y él, en sus viajes a Madrid, se juntaban para almorzar en Casa Botín. “Fue durante aquellas comidas cuando Hem y yo discutimos por última vez sobre España sin enfadarnos”, recordará John Dos Passos en Años inolvidables.

He dicho que Dos Passos, al mismo tiempo que con Hemingway, rompió también con España, un país que durante veinte años le había fascinado. Lo visitó por primera vez siendo poco más que un adolescente, lo recorrió de un extremo a otro y le dedicó bastantes de sus mejores páginas. Pero todo esto fue antes de la Guerra Civil. Derrotados los republicanos, no había nada que le gustara de la España de Franco. Tampoco el bando de los vencidos le merecía una adhesión completa e incondicional. El asesinato de José Robles había alimentado en él un anticomunismo extremo que no tardaría en distanciarle de una parte del exilio español. Y digo “una parte” del exilio porque sus recelos hacia los comunistas no le impedirían colaborar activamente en el establecimiento de refugiados españoles en países de Latinoamérica. Eso sí, la mayoría de los refugiados a los que ayudó no eran comunistas sino anarquistas, por los que sentía gran simpatía. En Ecuador, en una de las colonias de exiliados que Dos Passos se desvivió por fundar, estuvo por ejemplo Josep Peirats, que acabaría siendo secretario general de la CNT y que evocaría esa temporada en un librito titulado Estampas del exilio en América.

Su ayuda a los refugiados republicanos a través de esas modestas colonias constituye uno de los últimos episodios de su relación con España, a la que tardó mucho en volver. Es verdad que España siguió presente en su obra hasta el último día: en sus memorias, publicadas sólo cuatro años antes de su muerte, y en Century’s ebb, la novela en la que estuvo trabajando hasta el final (y en la que volvió a recrear la historia de José Robles). También es verdad que, gracias a la traducción de Manhattan transfer publicada por Robles en 1929 y recuperada tras la Guerra Civil, siguió ejerciendo un incuestionable magisterio sobre las nuevas generaciones de novelistas españoles, por encima de otros clásicos de la época, como Proust o Joyce (el propio Camilo José Cela, de cuyo nacimiento se cumple ahora el primer centenario, reconocía esa obra como modelo para La colmena). Pero no es menos cierto que, durante bastante tiempo, sus libros perdieron el favor de críticos y editores y prácticamente desaparecieron de los anaqueles de las librerías. En el 2005, cuando publiqué mi investigación sobre el caso Robles, Dos Passos era un clásico olvidado. Las recientes reediciones de sus principales obras, congresos como el de estos días en Madrid y películas como la excelente Robles, duelo al sol, de Sonia Tercero, indican que las cosas han cambiado y su presencia se ha normalizado. Me enorgullece pensar que, aunque sea modestamente, he contribuido a ello.

Ignacio Martínez de Pisón, escritor.

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