El caso Günter Grass

Por Tahar Ben Jelloum, escritor. Premio Goncourt 1987. Traducción: Juan Gabriel López Guix (LA VANGUARDIA, 06/09/06):

Seguro que el premio Nobel de Literatura Günter Grass padece migrañas espantosas. Los dolores de cabeza suelen provenir muchas veces de un descontrol en la presión sanguínea. La sangre maltrata las arterias, y ello puede provocar dolores muy intensos. También ocurre que la migraña sea producto de una contrariedad psicológica. Acaba de ocurrirle a Günter Grass con un recuerdo oculto en el fondo de su mente y encerrado durante más de sesenta años que se le ha aparecido cuando escribía sus memorias. Por lo general, con la edad, el peligro es el alzheimer. En el caso del escritor alemán, se trata de un caso de antialzheimer. Se le ha desbordado la memoria, los recuerdos han huido de su escondite sin pedir permiso. A menos que haya decidido con toda frialdad contar lo que siempre había reprimido meticulosamente y borrado de su juventud.

Así, pues, la pluma de Grass nos informa de que a los 17 años se alistó como voluntario en las Waffen-SS. Error de juventud, locura momentánea en una Alemania inundada por el nazismo y, sobre todo, por la ceguera que un sistema diabólico había instalado en el país y las mentalidades. Su biógrafo oficial, Michael Jürgs, admite no haber sabido nunca nada de ese episodio. Un biógrafo investiga, escarba en los archivos sin contentarse con lo que le dice el biografiado ni con lo que se dice sobre él. Es muy probable que Michael Jürgs haya hecho un buen trabajo y, sobre todo, como millones de lectores en todo el mundo, no podía imaginar que el autor hubiera cometido un grave error durante la guerra.

Günter Grass confiesa hoy que esa verdad es compleja y que ha sido difícil extraerla de su memoria. El modo en que llega al gran público es objeto de algunas burlas. La pregunta es por qué haber esperado tanto para informarnos de ese hecho y por qué no haber reconocido ese compromiso explicándolo y excusándose por él en el momento en que Alemania salía de la guerra. Al fin y al cabo, a los 17 años es posible equivocarse y elegir muy mal. Todo queda zanjado si se admite y condena públicamente esa deriva provocada por la ignorancia o sencillamente por una decisión irreflexiva cuya gravedad no se ha medido lo bastante.

El caso Grass se complica porque su obra constituye una lectura crítica y severa de la historia de Alemania (véase, en particular, El tambor de hojalata,publicado en 1961 y llevado a la pantalla por Volker Schlöndorff con un éxito que contribuyó muchísimo a ampliar su público de lectores) y porque se presenta a menudo como la conciencia moral de un país que se vio envuelto en la espiral del Mal, lo cual provocó una tragedia sin precedentes. Además, Günter Grass condenó la visita de Ronald Reagan y Helmut Kohl al cementerio de Bitburg, cerca de la frontera belga, porque había soldados de las SS enterrados junto a soldados alemanes y estadounidenses.

Por más que un escritor tome distancias con respecto a su propia persona, el lector no siempre consigue distinguir entre el hombre y el artista. En Francia, el debate sobre Louis-Ferdinand Céline, enorme escritor y enorme antisemita, no ha concluido nunca. Hay quien dice que leer Viaje al fondo de la noche constituye un placer magnífico, mientras que otros recuerdan que quien ha escrito las páginas más reprobables sobre los judíos no puede ser un buen escritor por más que en Francia los especialistas de la historia literaria lo consideren como un genio de la talla de un Marcel Proust.

También el filósofo rumano Émile Cioran, que vivió más de sesenta años en Francia y escribió la mayor parte de su obra en un francés notable, cometió graves errores durante su juventud. Escribió en rumano textos antisemitas, unos textos que hizo desaparecer, pero que un investigador francés consiguió localizar al poco de su muerte. Se comprendió entonces que toda la obra de ese autor había sido una especie de ejercicio para el olvido, el olvido de una falta cometida en la Rumania nacionalista y racista de los años treinta y cuarenta.

¿Qué hacer con estos tres ejemplos de grandes escritores que tienen una mancha en su juventud? ¿Leerlos o hacer caso omiso de ellos?

¿Quemarlos o perdonarlos? ¿Reprenderlos? No sirve de nada. El ejemplo de Céline es harto explícito: a Céline, que era médico, no le gustaban los judíos, ni los árabes, ni los negros, ni sus padres, ni sus primos, ni sus vecinos. Céline era un misántropo absoluto. Y quizá debido a esa desgracia que padecía pudo escribir y revolucionar la lengua francesa. Günter Grass no alcanza las cimas de Céline, aunque no por ello deja de ser su obra esencial para comprender la Alemania de nuestros días.

El austriaco Peter Handke ha sufrido también esa confusión entre el escritor y el hombre con motivo de su apoyo a Serbia. Los franceses lo han castigado no hace mucho: tras asistir al entierro de Milosevic, el director de la Comédie Française anuló una de sus obras programada desde hacía dos años y sin relación alguna con Serbia.

Y es que, se quiera o no, el hombre y el escritor están inextricablemente unidos y son percibidos como una misma y única persona.