El caso Venezuela

Manifestación "contra el imperialismo" en Caracas, el 9 de marzo. CRISTIAN HERNÁNDEZ EFE
Manifestación "contra el imperialismo" en Caracas, el 9 de marzo. CRISTIAN HERNÁNDEZ EFE

Desde su nacimiento el eje bolivariano vive la contradicción entre una realidad plural y un discurso que reivindica el perfil más duro de la izquierda ortodoxa de América Latina. Expliquémonos brevemente. En la década de 1960 las izquierdas latinoamericanas dejaron de lado su raíz eurocéntrica y pasaron a reivindicar las raíces culturales propias, resaltando el caudillismo del siglo XIX y los populismos del siglo XX como modelos atendibles, en tanto sus liderazgos fueron “antimperialistas”. Luego la Revolución Cubana dio el toque marxista leninista que faltaba a las transformaciones de esta izquierda. El derrumbe del comunismo y el fracaso de los modelos de partido único recentraron el debate de las izquierdas ortodoxas, pues los hechos mostraron la inviabilidad de la propuesta basada en la “cultura comunista”.

Hugo Chávez aparece en la década de 1990 reivindicando la veta más dura del nacionalismo revolucionario socialista, abriendo una nueva esperanza para los viejos sectores de esa izquierda que no sabían cómo recuperarse de una derrota que los empujó a la vera de la historia. Si bien la propuesta recicló el discurso radical antimperialista, tuvo que mantener las formas del sistema demoliberal, la división de poderes, el pluralismo, las elecciones, las libertades generales y la economía de mercado. Para muchos “revolucionarios” el pluralismo y la democracia eran malos tragos que había que aceptar por las circunstancias. El partido único seguía siendo parte de las herramientas para el cambio, como en Cuba. Tales hipótesis en la era de la globalización y de la reivindicación democrática eran anacrónicas y desentonaban en el concierto general, sin embargo el proyecto bolivariano y Hugo Chávez tuvieron habilidad para compatibilizar la propuesta con los nuevos tiempos. Pero nadie previó la prematura muerte del caudillo.

La muerte de Chávez confirmó lo peor de las tesis del nacionalismo revolucionario socialista. Heredero del caudillismo, basó más el proyecto en el líder que en la institucionalidad democrática. Muerto el dueño del carisma el proceso se desmoronó. Incapaz de crear una sucesión con base institucional, surgen personajes como Nicolás Maduro, bendecido por el dedo del caudillo moribundo, pero sin su carisma ni su capacidad. Luego, la densa red de intereses económicos que tejió el chavismo en sus 18 años de hegemonía obligaba a la élite burocrática a conservar el poder de cualquier forma y a cualquier precio. ¿Cómo hacerlo sin perder el “tono” revolucionario? Instalar el partido único podría ser una solución, pero el viejo estilo de “golpe de mano” no es muy creíble. Hay que buscar nuevas maneras.

El ensayo general lo hizo el sandinismo. La dictadura familiar de Daniel Ortega logró ilegalizar, comprar y fragmentar a los partidos opositores, instalando un sistema “como si” fuera plural, que en realidad transformó al Frente Sandinista de Liberación Nacional en el dueño del unicato nicaragüense. Venezuela va por el mismo camino, pero con grandes dificultades. La oposición nucleada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD) arrasó en las elecciones parlamentarias del año pasado al obtener el 75% de los votos. Una votación arrolladora que muestra el hartazgo del pueblo venezolano ante un sistema que fracasó. Las explicaciones bolivarianas de la derrota fueron asombrosas, todas pensadas para desconocer el rechazo popular. Desde la “confusión” que sufrió el pueblo ofrecida por Maduro, pasando por la “inutilidad” de la Asamblea Nacional pregonada una y otra vez por el diputado Héctor Rodríguez, intentando así preparar el ambiente para su disolución. Fue Diosdado Cabello el que dio la pista del camino a seguir. Cabello sostuvo que la MUD será ilegalizada por haber presentado muchas firmas falsas en la convocatoria al referéndum revocatorio, que sobrepasó de largo el número de firmas exigido, pero que el chavismo se negó a reconocer anulando la voluntad popular. El Gobierno encontró su excusa, el Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia bajo su control avalarán el golpe y suspenderán las personerías de la oposición, manteniendo algunos funcionales al régimen, siguiendo el “estilo” nicaragüense. En Venezuela dos tercios de la población han rechazado el modelo de manera contundente, por lo que la instalación de este pluralismo “aparente” habilitando el partido único no se hará sin gravísimas tensiones. Para solucionarlas, Maduro y la burocracia cuentan con las Fuerzas Armadas. Así mantendrán sus privilegios y sus granjerías. Flaco favor a la democracia y a la izquierda latinoamericana.

Fernando López D’Alesandro es historiador y analista político.

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