El Cavia Prize

All my life, since I was a kid, I have a dream of this moment. Well, the dreams come true sometimes. And now, in my own language... He elegido las mismas, o muy parecidas, palabras que pronuncié en mi prodigioso inglés de Mangold Institute, al recibir el Oscar por «Volver a empezar», el primero que recibía nuestro cine, y, más importante, el primero para nuestro idioma. Con ello quiero ratificar que, para mí, el Premio Cavia es tan importante como el Oscar. Y mucho más que cualquier otro que haya podido recibir. Más que las cuatro nominaciones al Oscar, más que el Goya, más que el González-Ruano, más que la Medalla a las Bellas Artes; más aún que el honor que supuso para mí ser nombrado hijo adoptivo de Oviedo y de Gijón, algo insólito, sin antecedentes en las Asturias.

Para mí el Cavia es el premio Pulitzer del periodismo en lengua española. Es lo más. The Top. Por cierto, no sé si recuerdan ustedes aquella composición extraordinaria de Cole Porter, «You’re the top», ya saben. You’re the Coliseum, you’re the Louvre Museum. You’re the top. You’re Mahatma Ghandi, you’re the Napoleon Brandy. Bueno, pues juraría que hay un momento en la composición, que rendía homenaje a la estrella de Broadway, la niña mimada de Florenz Ziegfeld, que decía: You’re the smile of Funny Brice, you’re te Cavia Prize.

Empecé a leer el ABC de muy niño, como Fernando Sánchez Dragó, Pilar Miró o Manolo Martín Ferrand. Entonces, estoy hablando del Antiguo Testamento, el ABC era para mi un diario de la noche porque era precisamente por la noche cuando lo traía mi padre al salir del trabajo. Primero lo leía yo y luego mi madre, que prefería hacerlo, ya en la cama, al acostarse. Mi padre fue un buen dibujante y una rara avis del cubismo. El último cubista, así le llamó Buero Vallejo en la introducción de un catálogo. Durante un tiempo, que coincidió con mi infancia y adolescencia, mi padre trabajó en la peluquería del Hotel Palace. Por eso, mi ABC siempre olía a Floïd. Incluso ahora, tantos años después, muchas mañanas, al hojearlo, me llega un cálido aroma a barbería, a Floïd, que también era el olor de las manos de mi padre. ¿Cómo habría interpretado todo esto don Sigmund Freud? Posiblemente, Freud le hubiera dedicado un pequeño ensayo titulado «Floïd, capítulo dos».

He querido emparentar el Cavia y el Oscar también con mi vestimenta. En aquella ocasión, me disfracé de Bogart, ese tipo al que todo parecía haberle ocurrido la noche antes, el actor que más he admirado y el que mejor simboliza el clasicismo de Hollywood, años 30’, 40’ y 50’, en los que, mira por dónde, yo aprendí que el cine enseña y la vida gasta. Pero los tiempos, que siempre están cambiando, me la han jugado. Hoy, como ven, no recuerdo para nada al protagonista de Casablanca, más bien parezco alguien recién llegado de un casting de la serie Narcos.

El ABC, para mucha gente de mi generación, fue una especie de Facultad de Letras, y me parece que también lo ha sido para las promociones que nos han seguido. Siempre fue un periódico de buenas portadas, que yo miraba con atención. Empezaba a leer el diario por las páginas deportivas. Me entusiasmaban las crónicas de Lorenzo López Sancho; gracias a ellas empecé a tener uso del balón. Después me pasaba a Espectáculos, cine y teatro, con los comentarios de Donald (Miguel Pérez Ferrero) y Alfredo Marqueríe. Entre sección y sección me divertía con los chistes de Xaudarò y su perrito, y poco después con las viñetas de Mingote, todo un Grande de España.

Jamás me detuve en las informaciones políticas o financieras, pero sí en los reportajes, las entrevistas y, sobre todo, en los pies de fotos, un genero lamentablemente olvidado en la prensa actual. Y ya directamente –guardaba lo mejor para el final– me sumergía en la excelencia literaria del periódico, en aquellos artículos fantásticos de Camba y Ruano, de Foxá y Eugenio Montes, de Pemán y Azorín. Por cierto, que los textos de Azorín anticiparon la Nouvelle Vague. Azorín escribió de cine con una modernidad que luego usarían los miembros de «Cahiers du cinema», Truffaut, Godard, Andre Bazin… A Martínez Ruiz le entusiasmaba el caminar de Gary Cooper, la esencia de Solo ante el peligro y El manantial, o el partido que sacaba a su vestuario Irene Dunne, una falda, una blusa, un traje de chaqueta, un broche, eran la prolongación de su personaje. Esa fisicidad del cinematógrafo la vio Azorín antes que nadie.

Como digo, aquel ABC era increíble. E igual que la vida es una cadena sin fin, la misma prueba de relevos continuó en el periódico. Y los Cañabate, Julián Marías, Campmany, Cela, Pedro Rodríguez, heredaron las palabras de oro y cristal de los viejos maestros. Y así llegamos a lo que se conoce como la actualidad, que viene a significar que hemos llegado al futuro. Y ahí está Gistau, World Champion de todos los párrafos, o Hughes, fino estilista que siempre escribe con la guardia cambiada; pero que decir de los Ventosos y las Belmontes, de los Albiac y los Amorós, de Herman Tertsch y de Colmenarejo, de Santiago González y de mi querido Oti, Oti Rodríguez Marchante, heredero de Azorín, con esa manera tan suya de hablar de películas igualando el sentido del humor con el del amor. Y ahora, además, llega Cuartango, mi amigo Pedro, qué lujo, todo un Marcel Proust de Miranda de Ebro, y , cómo no, last but not the least, el gran Ignacio Camacho, otro Pulitzer, que, como yo, vive a dos pasos de la plaza Mariano de Cavia, y eso, la vecindad con el genial periodista, ha tenido que influir lo suyo. Como desde hace un siglo, ahí lo tienen, páginas para todo los gustos. Hasta yo también, a veces, tecleo de goles, de cócteles o de John Ford.

Sin embargo, tengo con mi diario una asignatura pendiente, y conste que es por mi culpa, por mi grandísima culpa. Aspiro a ser corresponsal de ABC en el Retiro, ese parque ruso, chejoviano, que visito cada día. Ser reportero en el Retiro sería también transformarse un poco en corresponsal de paz. Abundan en prensa los corresponsales de guerra pero faltan los corresponsales de paz. Si miro atrás –que ya lo hago muy a menudo, soy un modelo del 44–, veo que he tenido muchísima suerte. Lo que he obtenido es muy superior a mis méritos. La suerte es, quizá, lo más importante que hay en la vida, más que el talento.

Agradezco la presencia de la Reina de mi país en esta noche de Reyes. Doy las gracias otra vez al Jurado, aunque no ignoro que mi inolvidable Gil Parrondo, desde arriba, desde el Séptimo cielo de la Metro Goldwyn Mayer, ha empujado y de qué manera. Una alegría compartir el galardón con los premiados con el Mingote (Andrés) y el Luca de Tena (Cristián), y, desde luego, compartirlo con los míos, Andrea, mi mujer, Eva y Norma, mis hijas, y mis amigos, que no son pocos, y que también forman parte de mi familia.

La felicidad, como dice mi hermano Manolo Alcántara, otro Grande de España, es una ráfaga. Y es verdad. De pronto, sientes que estás envuelto como en una corriente hechizada, en una brisa inexplicable, como, si no se sabe quién, hubiera abierto una de las puertas del Paraíso. Una de esas puertas altas de las películas de Lubitsch, de maderas nobles y color presentimiento. Hasta que alguien avisa. ¡La puerta! Y la cierran. Yo he sentido esa corriente tibia, con la temperatura del placer, seis o siete veces en mi vida. Esta es una de ellas.

José Luis Garci, cineasta y Premio Mariano de Cava.

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