El cebo era Renzi

En el referéndum del domingo han confluido lo peor y lo mejor de la política italiana. Pero no en dos campos enfrentados, sino en tal combinación que ningún resultado de los dos posibles era bueno.

Lo que se votaba era una ley de reforma constitucional, hija de un pacto entre Renzi y Berlusconi. Su materia principal era una reforma drástica del Senado, además de una reorganización del poder territorial y la supresión de un ente público que apenas suscitaban polémica. Pero se complementaba con la última ley electoral, fruto del mismo acuerdo. El primer problema es esa ley, sin la cual el referéndum podría haber sido casi inocuo. Lo dijo el presidente de honor del Comité del No, el jurista Gustavo Zagrebelsky: “El Senado es un detalle, un cebo”.

Un cebo, se entendía, para llevar a los italianos a aceptar una mayor concentración de poder en el Ejecutivo. La diseminación del poder es un rasgo propio de la democracia italiana, que los juristas suelen ver con buenos ojos y los politólogos con impaciencia. (inspeccionen la lista de firmantes por el no y el y encontrarán ese cisma). En Italia, por ejemplo, que una misma persona dirija su propio partido y, además, el Gobierno, como hace Renzi, se considera una anomalía, peligrosa (algo propio de Berlusconi, dicho simplemente). El proceso político en Italia, a través de múltiples garantías de revisión de las decisiones, favorece el consenso y el pluralismo, pero también la inacción y la aparición de nichos para intereses especiales. Con la reforma constitucional, sumada a la nueva ley electoral, Renzi cargaba directamente contra el sistema, que él había venido, decía, a desguazar. El mejor resumen lo hizo él mismo: “Es necesario desintegrar el sistema de vetos, porque en Italia cuentan más los vetos que los votos”.

La frase es tan vaga como la solución. Y la llamada a los votos le ha llevado a dimitir esta madrugada: “Quería suprimir los demasiados sillones, y ha volado el mío”. El segundo problema es que Renzi hizo de esto un plebiscito sobre su liderazgo. Algo innecesario y no muy bien pensado.

La inflación reformista institucional en Italia es notable. La reforma electoral de 1993, que pretendía anunciar la Segunda República, un régimen de alternancia en el lugar de los densos pactos, más que destruir a la partitocracia destruyó a los partidos existentes, y trajo como bendición a Berlusconi. Se trataba de una especie de sistema mixto, con refuerzo de dos grandes bloques, pero con proliferación de minorías, su peor característica. Berlusconi lo sustituyó en 2005 por un sistema de premio de mayoría para el bloque más votado, y representación proporcional para el resto. Un sistema atroz, que fabrica una mayoría de palo donde no la hay, sin cambiar los incentivos para evitar la fragmentación. El Tribunal Constitucional, tomándose su tiempo, decidió en 2014 que era inconstitucional, y la reformó de oficio. Renzi y Berlusconi lo contrarrestaron pactando el llamado Italicum, para distinguirlo de la alternativa entonces más debatida, el modello spagnolo (y, para que no se motejara de cosas como método Renzusconi). El sistema recupera el premio de mayoría, y aumenta la proporcionalidad para las minorías.

A este método se quería acoplar un refuerzo institucional y territorial del Gobierno pasado por el agua milagrosa del referéndum. Aun si se simpatiza con las reformas que Renzi decía buscar, hay que preguntarse por qué no era capaz de hacer las reformas económicas que, según decía, las instituciones obstaculizan, pero sí de cambiar las instituciones, que no es más fácil. No es extraño que suscitara recelos.

Las reformas que proponía Renzi renunciaban al bipolarismo, nunca de veras alcanzado, y preveían un Gobierno reforzado frente a una oposición dividida. Ojalá no haya elecciones y cambien la ley electoral. Renzi se ha lanzado a la arena en un momento en el que los dos maestros de la antipolítica, Grillo y Berlusconi, mostraban un envidiable vigor electoral. Y ha perdido: ambos pedían el no en el referéndum —pese a haber pactado la ley, en el caso del segundo— para derribar a Renzi. Ambos hubieran podido beneficiarse a medio plazo de una victoria del sí, pues podrían ascender al Gobierno y ejercerlo “sin vetos” gracias a las medidas ahora derrotadas, pero lo hacen más aún destruyendo a Renzi. De este referéndum ha quedado claro que el populismo ha estado en los dos lados. Y que por tanto, ha ganado aunque pierda y hubiera ganado aunque perdiera.

Alberto Penadés es profesor de Sociología de la Universidad de Salamanca.

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