El centrismo sin Sharon

Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 10/01/06):

La súbita desaparición de Ariel Sharon del escenario político no sólo ha conmocionado a la opinión israelí, de nuevo asaltada por la incertidumbre, sino que deja en suspenso el complicado y frágil proceso de paz con los palestinos y causa alarma en la comunidad internacional. Si el asesinato del líder laborista Yitzhak Rabin en 1995 acabó prácticamente con el proceso de paz iniciado en Oslo en 1993, cabe preguntarse si no asistimos a un acontecimiento que liquidará los últimos esfuerzos pacificadores, fundados más en las iniciativas unilaterales del primer ministro israelí que en el consenso internacional plasmado en la Hoja de ruta. La historia establecerá un juicio definitivo sobre Sharon y su prodigiosa conversión en hombre de consenso y estadista. A juzgar por el silencio o la desazón que expresan la prensa europea y norteamericana, pero también la de muchos países árabes, se diría que las cancillerías olvidan o enmascaran su polémica trayectoria de guerrero audaz, de invasor del Líbano, de provocador arrogante, de responsable de innumerables asesinatos preventivos y de anexionista furibundo. Al retirar unilateralmente a sus tropas de Gaza en agosto, no cabe duda de que el veterano general fraguó un pacto entre halcones y palomas, una alianza disparatada en torno a una política centrista que resquebrajó algunos dogmas y tabús arraigados. El gran sector de la sociedad hebrea que seguía al primer ministro Sharon, imprescindible para cualquier operación pacificadora, sin atreverse a dejar el fusil, desfila tras las banderas de un centrismo desencantado, que no cree en un proceso de paz con los palestinos, pero que está convencido de que la ocupación militar permanente no es una opción realista. Por eso respaldó las decisiones unilaterales, la retirada de Gaza, que no fue sino un habilidoso movimiento táctico, pero también la construcción de una muralla como separación taumatúrgica y probablemente ilusoria. La empresa política de Sharon se apoyaba en un pesimismo antropológico: los judíos no pueden vivir con los palestinos y, por lo tanto, su futuro pasa inexorablemente por la separación, única forma de eludir las consecuencias de la bomba demográfica. La pretensión de mantener esa estrategia centrista sin Sharon, como propugnan abiertamente desde Washington, confía en esa masa de maniobra de casi el 40% de la opinión israelí, con ecos poderosos entre los norteamericanos, que está de vuelta tanto de la utopía del Gran Israel como de los ambiciosos planes de paz con respaldo internacional jamás llevados a la práctica.

AUNQUE SÓLO estuvo cinco años como primer ministro, no será fácil llenar el vacío de la personalidad que los comentaristas israelís consideran como la figura más fuerte, controvertida y dominante desde David Ben Gurion, el fundador del Estado en 1948. El triunfo de Kadima (Adelante), el conglomerado en torno a Sharon, deviene problemático. El primer ministro en funciones, Ehud Olmert, que procede también del Likud, de las filas anexionistas, al menos de Jerusalén oriental, se mantendrá en el cargo hasta las elecciones del 28 de marzo, pero no parece que sea el hombre capaz de asumir el legado de Sharon y las esperanzas que éste suscitaba de estabilidad y contundencia, de un Estado fuerte, militarizado e implacable, con fronteras seguras, capaz de devolver las inevitables migajas territoriales a los palestinos y proseguir, al mismo tiempo, la construcción del muro, la anexión de las colonias más pobladas y el control estratégico del agua y otros recursos naturales. Ese sombrío pesimismo con el marbete de centrismo proclama que la separación es la única forma de preservar el carácter judío del Estado y las instituciones democráticas. La creación de un Estado palestino, aunque aceptada también por Sharon y sus partidarios, no deja de ser un factor secundario en una estrategia que manipula los confusos sentimientos de superioridad, xenofobia y oportunismo de muchos israelís, a los que contribuyen, de manera notable, el caos que reina en torno a la Autoridad Palestina, la conversión de Gaza en un territorio sin ley y las perspectivas de un triunfo de Hamás en las elecciones legislativas del 25 de este mes, ya que el extremismo islamista es la única alternativa previsible para los gobiernos árabes corroídos por la corrupción y asfixiados por la incuria.

ESE REMEDO del Gran Israel, ligeramente recortado para encerrar a los palestinos en una situación de apartheid, fue la ambición vital de Sharon, pero, a pesar de su aparente éxito, no deja de ser una fantasía geopolítica que resulta inaceptable para el mundo árabe y que sin duda perpetuará el conflicto que se arrastra desde 1948. Esa realidad puede presentarse súbitamente ante la opinión judía tan pronto como la gestión del ambiguo legado de Sharon levante también el velo de la incongruencia final de su proyecto y despierte de nuevo el sentimiento de inseguridad. Quizá comprendan entonces los israelís, como sugiere el columnista norteamericano William Pfaff, que detrás del muro vivirán como los norteamericanos en la zona verde en Bagdad. Los optimistas y el partido de la paz en Israel, aunque minoritarios, mantienen la esperanza de que el grano esparcido por Sharon no haya caído en el erial, sino en tierra abonada para aceptar que la colonización perdió su impulso y que la evacuación de nuevos territorios constituye una perspectiva razonable. La evolución en el sentido de superar el fatalismo paralizante sólo prosperará entre los israelís, lógicamente, si la Autoridad Palestina, tras las inminentes elecciones, erradica el terrorismo y contribuye a socavar las raíces del miedo y de la militarización extrema que de él se derivan.