El cerebro de un kamikaze

Tahar Ben Jelloun, escritor. Premio Goncourt 1987 (LA VANGUARDIA, 28/09/05).

Paul Nizan (1905-1940) dijo que no dejaría que nadie afirmara que los veinte años es la mejor edad de la vida. Eran tiempos de guerra, la hora del sacrificio y de vidas echadas a perder. Hay países donde tener veinte años equivale hoy día a padecer una desgracia, por la sencilla razón de que los jóvenes no viven una vida de jóvenes: el instinto de vivir ha desaparecido de su existencia a expensas de la pasión por la muerte autoadministrada y autoinfligida. Este fenómeno de los jóvenes que con explosivos bajo la camisa salen de casa resueltos a hacerse
saltar por los aires en un café o en un autobús resulta incomprensible.

Sean de tipo político o religioso, las explicaciones no faltan; sin embargo, ¿cómo se llega en el plano psicológico a extinguir en el interior de uno mismo el ansia de vivir, ofreciéndose voluntariamente a morir matando a personas anónimas e inocentes? Una película germano-franco-israelo-danesa dirigida por Hany Abu Assad, un palestino que vive en Holanda, nos ayuda a comprender. Es una película magnífica. No es una película militante o activista ni de propaganda; menos aún una película política en el sentido de cine comprometido en favor de uno u otro bando. Se trata de una película inteligente y perspicaz, poderosa, que no repara en críticas ni al ocupante ni al ocupado. Cuenta la historia de dos jóvenes nacidos en un campo de refugiados palestinos, Said y Jaled, que trabajan en un taller de automóviles en Nablús. Viven una existencia sin horizontes, sin esperanza de progresar, sin perspectivas de futuro, sin alegría ni diversión como no sean unas caladas de narguile que fuman frente a una ciudad semidestruida. Said se siente atraído por Suha, la hija de un héroe de la causa palestina, pero sabe perfectamente que no tiene nada que ofrecerle. Nada es posible en un campo de estas características, donde la vida se ve diariamente obstaculizada por un conflicto que no deja de complicarse y de intensificar el odio entre dos pueblos. Tras presentar a los protagonistas y sus condiciones de vida, el tono de la película cambia para abordar el fondo del problema: Said y Jaled han sido elegidos para perpetrar un atentado en Tel Aviv, programado para el día siguiente. Nos enteramos de que ya habían sido seleccionados semanas antes. El cineasta sitúa su cámara en una vieja casa en ruinas y tenemos entonces ocasión de asistir a la preparación de estos futuros mártires a quienes se les ha prometido el paraíso. La película adopta un tinte casi divertido. Puede verse cómo Jaled, ametralladora en ristre, lee su mensaje póstumo en cuyo texto ofrece su vida para proseguir el combate hasta la victoria. Se mencionan citas del Corán mientras otro combatiente filma a Jaled.

Concluida la escena, Jaled pregunta si ha salido bien. Pero la cámara no funcionaba bien y hay que repetirlo todo. Después de esta secuencia se procede a cortarles el cabello y vestirlos de negro como si fueran a asistir a una boda o un funeral. Tras una postrera plegaria, se les ata un cinturón de explosivos -sobre cuyo funcionamiento se les instruye adecuadamente- y se les conmina insistentemente a no quitárselo en ningún caso. Al día siguiente se les lleva a un lugar en una carretera donde ya los esperan sus guías. En ese preciso instante pasa una patrulla e inmediatamente ponen pies en polvorosa. Jaled logra alcanzar la casa en ruinas donde el mismo equipo desactiva los explosivos que porta; por lo que se refiere a Said, vaga por las calles convertido en un auténtico peligro para todo el mundo, tanto para quienes le han reclutado como para los simples viandantes. Se halla empeñado en ir hasta el final, pues tiene pendiente un arreglo de cuentas: su padre fue ejecutado por colaborar con el enemigo. Es menester restituir a la familia su honor perdido. Su vida adquirirá sentido con su muerte. Aspecto notable de la película es su inmersión en el espíritu de estos jóvenes que empiezan a dudar y a temer... Su miedo es de los que provocan retortijones e infunden un sudor frío por todo el cuerpo. Incluso se les ha llegado a decir que una vez concluida la operación dos ángeles descenderán del cielo para escoltarlos hasta el paraíso. Y se les ha dicho en tono serio: una afirmación irrebatible. Los dos amigos se reencontrarán, pero en
cualquier caso cabe constatar cómo se han convertido en víctimas del fanatismo que no vacila en tratarlos como niños retrasados. Hany Abu
Assad muestra con rigor y en ocasiones con humor la dimensión grotesca de tal reclutamiento asesino. Y, a este respecto, cabe persuadirse de que tener veinte años en un campo de refugiados, en un territorio ocupado, no constituye sólo una injusticia intolerable, sino además una injusticia que alienta el fanatismo, la desdicha y la demagogia criminal.

El cine de ficción permite identificarse con los personajes. Como Paradise now es una obra de arte y una creación basada en una realidad amarga; como los actores han conferido a los personajes de Jaled y Said un gran verismo y naturalidad, el espectador se ve encarado a una problemática que irremediablemente ha de afrontar en lo sucesivo con talante más crítico. Personalmente, no creo que esta película impida que otros jóvenes se conviertan en kamikazes, pero aporta ciertas claves para entender lo que pasa por el cerebro de un muchacho de veinte años que cree en el sacrificio y en el paraíso, simplemente porque su vida diaria se asemeja a un infierno.