Europa se acerca al abismo, mira y, después de tres años de crisis, obtiene una visión familiar. Pero esta vez es distinta: la amarga semana es responsabilidad exclusiva de los dirigentes políticos de Chipre. La gran ironía es que los más perjudicados por su apuesta son los propios chipriotas. El chantaje no es una política de Estado aceptable en una Unión basada —al menos en parte— en la solidaridad entre los socios.
La realidad chipriota es dura: uno de los dos pilares de su desarrollo —el modelo de paraíso fiscal— está claramente agotado y el segundo —el turismo— sufrirá por la presente incertidumbre.
Europa ha estado preparada para brindarle apoyo desde que anunció el rescate en julio de 2012. Sin embargo, el antiguo presidente chipriota —Dimitris Christofias— prefirió esperar a que terminara su mandato para proteger su lugar en la historia en vez de llegar a un acuerdo. Como si los electorados no entendiesen la simplicidad del gesto.
Tras la victoria electoral de Nicos Anastasiades, Europa confiaba en un acuerdo rápido. El objetivo era y es terminar con la incertidumbre financiera que flota sobre la isla desde la reestructuración de deuda griega en 2012.
Fue el Banco Central Europeo (BCE) quien forzó la discusión el viernes de la pasada semana, insistiendo que no podía seguir financiando a los bancos locales mediante el programa de emergency liquidity assistance (ELA).La reputación del banco central está mejor defendida apoyando a instituciones ilíquidas en vez de a las insolventes.
De acuerdo a lo que ha trascendido, el plan de los miembros del Eurogrupo, la Comisión y el BCE no contemplaba en una primera instancia una quita a todos los depósitos chipriotas. La propuesta era reducir el tamaño del gigantesco sector financiero y financiar parte del rescate con un impuesto a los grandes depósitos. Después de todo, son estos depósitos —frecuentemente de oscura procedencia— los que se han beneficiado durante una década del secreto fiscal y de insostenibles tasas de retorno.
Pero fue el propio gobierno chipriota el que vetó la propuesta y optó por un impuesto extraordinario sobre todos los depósitos en la isla. Ese plan no era solo injusto, sino también ilegal. La propuesta violaba claramente el espíritu de las normas de la Unión Europea, que desde 2009 protegen explícitamente los depósitos por debajo de 100.000 euros. De modo que fue el propio gobierno de la isla el que dio prioridad a los que buscan invertir en un paraíso fiscal frente a sus ciudadanos.
Entre la espada de una opinión pública enfurecida y la pared de la quiebra, el gobierno chipriota se prestó al chantaje. El gabinete se jugó el todo por el todo para obtener fondos rusos; pero creer en un deus ex machina de Moscú no era realista. Ningún empresario ruso puede invertir semejantes cantidades sin el explícito visto bueno del Kremlin y este ha dejado en claro que prefiere un acuerdo global con Europa a un salvamento propio.
Mientras tanto, el corralito avanza en Nicosia, a pesar de que los bancos se mantengan cerrados. Si hay algo que hemos aprendido con la crisis es que la desestabilización de un miembro de la unión monetaria afecta al resto, sin importar el tamaño. Si la opción rusa era una bluff para obtener más dinero de Bruselas, la operación ha sido demasiado transparente y Europa no podía darse el lujo de aceptarla.
Históricamente la apuesta es comprensible. Desde la invasión turca en 1974, la política exterior de Chipre se ha basado en una complicada, pero sorprendentemente efectiva, estrategia de equilibrio entre Europa y Rusia. A veces, esa estrategia ha involucrado también a Israel. Es una política basada en la amarga experiencia de una invasión que se produjo sin que nadie levantara un dedo para detenerla.
En las últimas décadas, la pequeña isla buscaba constantemente la seguridad de múltiples patrocinadores, triangulando a Bruselas con Moscú. Mientras Rusia aportaba negocios para la banca, Europa aportaba seguridad, integración y la promesa de un desarrollo más sostenible.
Pero el futuro forzará un cambio estructural: la riqueza gasística bajo el mar en Chipre tardará al menos cinco años más en desarrollarse, pero cuando fluya el gas el futuro del país estará más seguro con los grandes consumidores de energía (Europa) que con los productores oligárquicos (Rusia). Dejando de lado los sentimientos heridos, el futuro de Chipre es convertirse en un motor de producción energética dentro de la Unión para al menos equilibrar el verdadero boom del gas no convenional en Estados Unidos.
Una vez fracasado el chantaje, se pone en evidencia que la opción europea de hace una semana era más justa y sostenible que la chipriota. Ahora que se habla de quitas de hasta el 40% para los grandes depósitos en el ahora fallido Laiki Bank, un impuesto del 15% parece más aceptable.
Si el gobierno chipriota hubiera entendido la inutilidad de chantajear a sus socios, se habría evitado esta crisis. Hoy la responsabilidad de Europa es llegar a un acuerdo antes de que los bancos abran el martes, protegiendo los depósitos de los que menos tienen y manteniendo a Chipre en la Unión Europea. El futuro es prometedor, pero hay que sobrevivir para visualizarlo.
Pierpaolo Barbieri es fellow de la Escuela Kennedy de Gobierno en Harvard. Su libro, Hitler's Shadow Empire, será publicado por Harvard University Press en 2013. Su próximo proyecto es sobre la historia económica de América Latina.