El chicle del capitán Culp

Por Rafael Argullol, escritor (EL PAÍS, 10/09/06):

El capitán Jimmie Culp, abogado de la defensa, hacía globos con su chicle. A su lado el sargento Anthony Yribe chupaba una piruleta. En ese momento el tribunal escuchaba el testimonio del médico que examinó el cadáver de Abir Kasim Hamza al Yanabi. La muchacha, de 14 años, estaba desnuda y quemada de cintura para arriba. Presentaba un impacto de bala debajo del ojo izquierdo. Así informaba la agencia Reuters sobre lo que ocurría en el juicio que se estaba celebrando en Bagdad el martes 8 de agosto de 2006.

De acuerdo con esta información el capitán Culp no parecía demasiado preocupado por la suerte de sus defendidos, los soldados Paul Cortez, James Barker, Bryan Howard y Anthony Yribe, el sargento de la piruleta que había ocultado los hechos que se juzgaban. Probablemente tampoco le preocupaba lo que pudiera sucederle a Steven Green, encausado con las mismas acusaciones en Estados Unidos. Mascando tranquilamente su chicle quizá Culp pensaba más en la impunidad que en el castigo.

No obstante, si el globo hábilmente conseguido con su chicle fuera una bola de cristal se reflejarían en su interior imágenes casi insoportables. Tanto por lo que muestra como por lo que ocultan. Con actores en primera línea y con actores a miles de kilómetros de distancia. Veamos en secuencia retrospectiva algunas de estas imágenes encerradas en la bola con la que juega el capitán Culp.

Primera imagen. James Barker está asando alas de pollo para comer él y sus compañeros.

Segunda imagen. Un poco antes. James Barker echa queroseno de una lámpara sobre una chica de 14 años que está gritando. Después le prende fuego. Steven Green dispara sobre la muchacha, Abir Kasim, con un fusil de asalto AK-47. El tiro le destroza la cara.

Tercera imagen. Un poco antes. Steven Green viola a Abir Kasim mientras Paul Cortez la está inmovilizando.

Cuarta imagen. Un poco antes y en una habitación contigua. Steven Green, con su fusil de asalto AK-47, abre fuego contra un hombre y una mujer, padres de Abir Kasim, y contra la hermana menor de ésta, una niña de seis años.

Quinta imagen. Un poco antes. James Barker viola a Abir Kasim, que es sujetada por Paul Cortez.

Sexta imagen. Un poco antes. Paul Cortez viola -o intenta violar, porque está demasiado borracho- a Abir Kasim, aprisionada por James Barker.

Séptima imagen. Un poco antes. Cuatro soldados irrumpen tumultuosamente en una casa. Encierran al matrimonio y a la hija pequeña en una habitación. Se quedan en el salón con la mayor, una adolescente de 14 años llamada Abir Kasim Hamza al Yanabi.

Octava imagen. Un poco antes. Unos militares juegan al golf en la parte posterior del puesto central donde están destacados en la localidad de Mahmudiya, a 30 kilómetros al sur de Bagdad. Uno de ellos, Steven Green, reafirma ante sus compañeros que tiene ganas de entrar en una casa para matar a algunos iraquíes. Esta idea ha surgido previamente durante una partida de cartas.

Novena imagen. Un poco antes. "Mientras estábamos jugando a los naipes y bebiendo whisky, surgió la idea de ir a una casa iraquí, violar a una mujer y matar a su familia".

Estas palabras forman parte de la declaración del sargento Paul Cortez. El resto de las escenas también han sido minuciosamente descritas por los acusados, una vez el crimen se hizo público y pese a los sucesivos intentos de encubrir los hechos, como en el caso del informe falso elaborado por Anthony Yribe, el individuo que en la sesión del juicio celebrada el 8 de agosto pasado se entretiene chupando una piruleta.

Naturalmente en los globos que el capitán Jimmie Culp hacía con su chicle podrían insinuarse muchas otras imágenes. Siempre retrospectivamente en ellas veríamos, por ejemplo, el tipo de vida que llevaban a cabo hombres como Green, Cortez, Barker, Howard o Yribe en el puesto de control de Mahmudiya, casi en los antípodas de sus lugares de origen. Podríamos adentrarnos en el adiestramiento que recibían. Quizá incluso podríamos conocer algo de sus opiniones sobre lo que les ocurría y lo que ocurría a su alrededor.

¿Dónde creían que estaban? ¿Contra quién luchaban? ¿Sabían algo de aquellos a quienes pronto matarían? ¿Y de su ciudad? ¿Y de su país? ¿Y de sus esperanzas o frustraciones? Seguramente ni siquiera se hicieran estas preguntas porque formaba parte de su oficio no hacer esta clase de preguntas. A ellos les bastaba con obedecer las órdenes y con despreciar un enemigo del cual desconocían prácticamente todo, a excepción de que era molesto y los mantenía alejados de casa. Un escarmiento de vez en cuando era indispensable. Aquella noche habían pensado en divertirse un poco, sólo eso.

La bola del capitán Culp tal vez nos llevara también hacia los paisajes familiares de esos soldados y nos mostraría cómo un hombre se convierte en una máquina de matar. Pero inevitablemente, antes o después, los globos del juguetón capitán Culp deberán oscurecer las existencias de los asesinos y violadores para iluminar las caras de aquellos que, desde la lejanía de los despachos y de los papeles, los impulsaron hacia el crimen. La crónica de las circunstancias que condujeron a la muerte de Abir Kasim Hamza al Yanabi y sus familiares no se circunscribe a las imágenes de los soldados en la noche maldita de Mahmudiya.

Hay otras imágenes en la cadena de los acontecimientos. Alguien llevó hasta Mahmudiya a los asesinos. Alguien los adoctrinó. Alguien mintió a la sociedad norteamericana sobre los beneficios de la guerra de Irak. Alguien mintió al mundo y alguien colaboró en la mentira, por ambición o por ideología. Tenemos los nombres, tenemos las fotografías -¿recuerdan?- de los cómplices.

Y sin embargo los cómplices no serán juzgados porque, en el mejor de los casos, los tribunales sólo juzgan a los ejecutores ya que los moralmente manchados de sangre siempre gozan de impunidad. Culp, el defensor de los asesinos, hacía globitos con su chicle: se sentía seguro porque sabía que las víctimas pronto se desvanecerían en el anonimato, pues ¿quién se acordará dentro de unos meses de una tal Abir Kasim Hamza al Yanabi?