El cielo en el lenguaje

¿Qué tienen en común un desastre, la cosmética y la siderurgia? Sorprendentemente, estos son algunos de los términos que proceden del estudio de los cielos. Y es que, como una de las ciencias más antiguas, la astronomía ha acompañado a todas las civilizaciones desde sus albores y, por tanto, los términos para designar los objetos y los fenómenos celestes han penetrado en las lenguas a lo largo de su evolución desde sus orígenes. Esto explica que encontremos términos de raíz astronómica en ámbitos muy lejanos al estudio de los astros, incluyendo en muchas expresiones de la vida cotidiana.

La influencia del cielo sobre el vocabulario es el tema de un delicioso librito del astrónomo francés Daniel Kunth que acaba de ser traducido y publicado en nuestro país (Las palabras del cielo). Este libro nos hace reflexionar sobre la fascinación que el hombre siente por el cosmos, una fascinación que le hace embeber la astronomía en su lenguaje. La propia palabra cielo, que en astronomía designa a la proyección del gran espacio cósmico, es utilizada con ecos de paz y serenidad para nombrar un instrumento de sonidos dulces como la celesta, en nombre propios como Celestino/a (incluyendo a la universal alcahueta de Fernando de Rojas), en la designación de un mineral de estroncio y de un ave sudamericana -ambos llamados celestina por sus colores azulados-, y en múltiples expresiones como rascacielos, "eres un cielo", "caído del cielo", "remover cielo y tierra", "de Madrid al cielo", y un largo etcétera.

El vocablo griego astro se utiliza de manera genérica para designar los objetos celestes. De astro se derivan numerosos términos científicos, algunos de ellos relacionados con la observación del firmamento (astrolabio, astrógrafo, astrometría) y otros con las demás ciencias naturales, como astrovirus, astrocito y astrocitoma en biología, el género de las astrantia en botánica y la astrofilita en geología. Pero no todo es ciencia: los nombres de dos personajes de cómic (el francés Astérix y el japonés Astroboy) también poseen la misma raíz. Asimismo, de astro se deriva el nombre de un signo ortográfico: el asterisco y la palabra desastrepara designar una gran desgracia.

Estrella (del latín stella) da lugar a un bonito nombre propio femenino, y se utiliza además para designar a las personas que sobresalen extraordinariamente en su profesión, especialmente en el mundo del espectáculo. Una estrella mediática o una estrella de mar poco tienen que ver con la astronomía. Para hablar de su suerte se dice que uno tiene buena o mala estrella. Se utilizan estrellas como signo de dignidad, categoría y prestigio. Así los más altos mandos militares se miden por el número de estrellas, los hoteles son clasificados entre una y cinco estrellas y las estrellas Michelin son el sueño de muchos restauradores.

Galaxia se deriva del griego galaktos, lechoso, pues es un término que se aplicó primeramente a la Vía Láctea, nuestro popular Camino de Santiago, por su característico color blanquecino lechoso. Pero cuando Hubble reconoció la existencia de otros universos isla más allá de nuestra Vía Láctea, el término galaxia comenzó a emplearse de manera genérica para designar a todas esas agrupaciones de estrellas y de nubes polvorientas similares a la nuestra. Galaxia es también sinónimo del género botánico moraea y las galaxias son unos peces de río que viven en regiones templadas del Hemisferio Sur. La Galaxia Gutenberg hace referencia a todos los trabajos humanos impresos, especialmente al conjunto de todos los libros. En términos más coloquiales, se denominan galácticos a los futbolistas del Real Madrid, quizás haciendo referencia no solo a sus cualidades como superestrellas, sino también a sus salarios astronómicos.

El término cosmos a mí me resulta particularmente atractivo, pues se remonta al vocablo griego kosmos, que es evocador de armonía y belleza, lo opuesto al caos. De él se derivan muchos términos cultos, como cosmología, cosmografía y cosmogénesis. También hay un género botánico (descrito por nuestro genial Cavanilles) que porta el nombre de cosmos. Este mismo término ha sido utilizado hasta la saciedad para designar obras artísticas (como el libro de Sagan) o tecnológicas (como la serie de satélites rusos). De cosmos también se deriva cosmopolita para calificar a los ciudadanos del mundo, y la cosmética que se refiere inicialmente a la belleza del cuerpo y, en sentido figurado, a modificaciones de la apariencia, como cuando decimos "para renovar la empresa no basta con un cambio cosmético".

El adjetivo sidéreo o sideral procede del latín sidereus (relativo a los astros). En astronomía hablamos del día sidéreo para referirnos al tiempo empleado por una estrella en su movimiento aparente para regresar sobre un mismo punto del meridiano. En términos más coloquiales, hablamos del espacio sideral, y de una distancia sideral cuando queremos expresar que es extremadamente grande. En griego, sideros se refiere al hierro y de ahí se deriva la palabra siderurgia. Se ha sugerido que este término griego podría estar relacionado con el latino sidereus que se refiere a los astros, quizás por el hierro hallado inicialmente en los meteoritos, pero esta conexión es especulativa.

Hay muchos otros términos astronómicos que se emplean en el lenguaje cotidiano. Así, Levante y Poniente se refieren a los puntos cardinales por los que sucede el orto y el ocaso del Sol. Septentrional, del latín septentrio, carro de siete bueyes -una designación de la Osa Mayor-, se aplica a lo que está ubicado hacia el norte, como la Osa Mayor en el Hemisferio Boreal; mientras que meridional, del latín meriodionalis -medio día-, se aplica a lo relativo al sur, pues el Sol se sitúa hacia ese punto cardinal en la mitad del día.

Una persona lunática es la que posee un carácter tan cambiante como las fases de la Luna. De Marte se deriva marcial y de Júpiter jovial. Las enfermedades venéreas deben este nombre genérico al planeta Venus, asociado con la diosa romana del amor. El saturnismo denomina a una intoxicación por plomo, un elemento que en los tratados de alquimia llevaba el símbolo del planeta Saturno. El uranismo, una trasnochada designación de la homosexualidad masculina, se deriva del planeta Urano y del dios griego Ouranos que fue castrado por su hijo Cronos.

Decía Wittgenstein muy acertadamente en su Tractatus que "el límite de mi lenguaje es el límite de mi mundo". Según se han ampliado los límites del universo gracias a las observaciones astronómicas, ha habido que rebasar los límites del lenguaje creando nuevas palabras como cuásar (contracción inglesa de cuasi estrella) o púlsar (para designar a las estrellas de neutrones, por los pulsos de radiación de producen). Otros términos como agujero negro o big bang, también fueron creados siguiendo la necesidad de nuevos descubrimientos. Aquí se pone de manifiesto la inventiva y el buen humor de los científicos: estrictamente los agujeros negros no son agujeros, ni son realmente negros y la expresión big bang fue acuñada para designar despectivamente a la teoría según la cual el origen del universo sucedió mediante una explosión, una explosión que sin embargo no fue grande ni hizo bang. Naturalmente estas expresiones han pasado a formar parte rápidamente de nuestro lenguaje cotidiano.

El lenguaje trata de ser un reflejo de la realidad y es, además, un elemento en relación biunívoca con el pensamiento. Según Heidegger, "solo hay mundo donde hay lenguaje". La gran influencia de los términos astronómicos en nuestro lenguaje cotidiano (muy bien ilustrada en el libro de Kunth) revela la íntima conexión del hombre con el cosmos, la fascinación que siempre ha sentido por saber qué hay en esos cielos inalcanzables y misteriosos. Nosotros tenemos la suerte de vivir en unos tiempos maravillosos en los que la ciencia nos va desvelando muchos de esos enigmas, pero no por ello nuestro embeleso ante los fenómenos naturales debe de ser hoy menor, sino todo lo contrario. Según conocemos más y más de este universo inmenso y en expansión incesante, más se nos escapa su último sentido (si lo tuviere) y más conscientes somos de nuestra pequeñez y fugacidad.

Pero quizás no haya que tomar estos asuntos con tanta trascendencia. En su célebre novela, Douglas Adams ironiza muy ingeniosamente sobre estas grandes cuestiones: cuando se le pregunta por el sentido del universo, de la vida y de todo lo demás, el superordenador Deep Thought, tras millones de años realizando cálculos, contesta lacónicamente: 42.

Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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