El cine según Garci

La primera película de José Luis Garci que vi en el cine fue la tercera que rodó, Las verdes praderas, estrenada en 1979. Me encantó. Me pareció una comedia original y diferente, que retrataba muy bien algunos de los anhelos, sueños y desengaños de una parte de la clase media española de aquel momento.

Cuando vi Las verdes praderas, yo era un adolescente de 16 años que iba al cine siempre que podía en su Mallorca natal, compraba cada semana la revista Fotogramas, seguía la enciclopedia por fascículos El Cine de Salvat –en la que, por cierto, había colaborado Garci– y fantaseaba con la idea de llegar a ser director de cine algún día. Entre mis directores favoritos se encontraban entonces cineastas como Stanley Kubrick, François Truffaut, Luis García Berlanga, Stanley Donen o Roman Polanski, en un listado en el que poco a poco se irían incorporando más nombres extranjeros y españoles, entre ellos el de José Luis Garci, pues la excelente impresión que me había causado Las verdes praderas se confirmaría posteriormente con El crack, Volver a empezar, El crack 2, Sesión continua y Asignatura aprobada, rodadas todas ellas en los ochenta.

En esa primera etapa, Garci fue además uno de los principales cronistas cinematográficos de la España democrática que nacería a mediados de los setenta y que se consolidaría ya en la década siguiente. En cierto modo, el país que reflejaban sus dos primeras películas, Asignatura pendiente y Solos en la madrugada, era el de la Transición. En ambos filmes, los personajes principales habían nacido en torno a los años cuarenta, por lo que todavía eran jóvenes entonces, pero aun así evidenciaban ya un cierto desencanto, seguramente mucho más vital o existencial que social o político.

Pese a ese desencanto, esos mismos jóvenes no cerraban las puertas a la esperanza de un futuro mejor para todos, o, al menos, para la mayoría de nosotros. Así lo dejaba entrever el gran José Sacristán en el extraordinario monólogo final de Solos en la madrugada, cuyas lúcidas reflexiones sobre cómo deberían de ser nuestras vidas siguen siendo hoy tan absolutamente vigentes como lo eran ya entonces. Un poco más sombría era, tal vez, la percepción vital que tenía el detective Germán Areta –el inolvidable Alfredo Landa– sobre nuestra realidad cotidiana de aquellos años, en especial cuando en El crack 2 afirmaba sobre su propia labor profesional: «Bueno, es un trabajo tan malo como otro cualquiera. Duermo poco, ando mucho y lo que veo no me gusta nada».

Aquella primera etapa finalizaría con Asignatura aprobada, pues a partir de los años noventa todas las películas de Garci pasarían a estar ambientadas en el pasado y, en algunos casos, procederían además de adaptaciones literarias. Esta segunda etapa, que considero también igualmente admirable, está conformada por Canción de cuna, La herida luminosa, El abuelo, You're the One, Historia de un beso, Tiovivo c. 1950, Ninette, Luz de domingo, Sangre de mayo, Holmes & Watson. Madrid days y El crack cero.

Siendo ambas etapas, en apariencia, tan distintas temática y estilísticamente, yo diría que en el fondo no lo son tanto, pues hay elementos y cualidades que estaban ya presentes en Asignatura pendiente y que han continuado estando presentes en el resto de la filmografía de Garci. Un primer rasgo común en prácticamente todas sus películas sería que, por unas razones u otras, la mayor parte de personajes que aparecen en sus filmes no son casi nunca excesivamente alegres ni felices, ni siquiera en sus entrañables comedias o en sus hermosas historias corales. La única excepción en ese sentido sería, quizás, la del maravilloso baile conjunto que aparece en los títulos de crédito finales de Tiovivo c. 1950.

Otra característica distintiva de su cine sería, igualmente, que pocos directores han mostrado y fotografiado Madrid con la fascinación y el cariño con que lo ha hecho Garci, con sus amaneceres y sus crepúsculos, sus calles y sus avenidas, sus espacios llenos de gente o prácticamente desiertos, sus edificios y sus cafés, sus mañanas radiantes o sus ambientes nocturnos, con un trasfondo casi siempre nostálgico o melancólico. Ese amor por Madrid ha sido compatible con su amor también por Asturias, pues los hermosos pueblos y paisajes asturianos han ocupado asimismo un espacio muy relevante en varios de sus filmes. En ese sentido, el conjunto de la obra cinematográfica de Garci se podría definir, quizás, con el título de uno de los ensayos más hermosos del maestro José Ortega y Gasset: De Madrid a Asturias o los dos paisajes.

Un tercer y último componente esencial en varios filmes del director madrileño ha sido la presencia destacada no sólo de las salas de cine y de todo lo relacionado con el séptimo arte, sino también de los libros, los coches, los cigarrillos, los partidos de fútbol, los combates de boxeo, los programas de radio, las canciones antiguas y, muy especialmente, las fiestas navideñas, que en muchas ocasiones han sido casi unos personajes principales más en sus películas.

Más allá de su faceta concreta como cineasta, de Garci destacaría y elogiaría también su labor como guionista, productor, editor, escritor o columnista, así como su participación en diversos programas de radio y televisión, como el mítico ¡Qué grande es el cine! en el pasado o el excelente Classics en la actualidad.

Como fiel y constante admirador de Garci, desearía que siguiera rodando nuevos proyectos en el futuro, aunque él mismo parece haberlo descartado ya casi por completo, al menos por ahora. La suerte que tenemos sus seguidores es que, por fortuna, podemos seguir leyéndole, escuchándole o viéndole hablar de cine o de sus otras grandes pasiones. Y por supuesto podemos volver a ver también sus películas. Así lo hago yo con frecuencia, aunque seguro que entenderán que en mi corazón siga habiendo todavía hoy un sitio muy especial –cálido, amoroso y tierno– para Las verdes praderas.

Josep Maria Aguiló es periodista.

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