El clamoroso silencio del Grupo de Puebla sobre Venezuela

La crisis abierta por el rechazo del régimen chavista a aceptar su derrota en las elecciones del pasado 28 de julio ha revelado la verdadera naturaleza del Grupo de Puebla. Este foro de líderes de la izquierda latinoamericana y española, creado en 2019 en dicha ciudad mexicana, se presenta como depositario de las esencias de la democracia. Pero con Venezuela ha enmudecido. Después de participar como observador en el proceso electoral, sin la más mínima crítica a una carrera desigual entre dictadura y oposición democrática, la organización se vio obligada a tomar postura frente al fraude. En un primer momento de confusión, dos de sus integrantes -los ex presidentes de República Dominicana, Leonel Fernández, y Colombia, Ernesto Samper- pidieron al Gobierno de Caracas transparencia sobre el resultado electoral. Luego siguió un silencio que se hizo más atronador a medida que crecía la represión en la calle. El Grupo de Puebla, tan proclive a interferir en los asuntos de las capitales latinoamericanas, no tiene nada que decir.

El clamoroso silencio del Grupo de Puebla sobre Venezuela
Raúl Arias

Para explicar el mutismo es necesario bucear en los orígenes de la organización, creada como alternativa al Foro de Sao Paulo, la casa común del progresismo latinoamericano desde 1990, pero desgastada por el autoritarismo y la corrupción de parte de sus fundadores, particularmente cubanos, nicaragüenses y venezolanos. Los impulsores de Puebla dejaron fuera a algunos de sus compañeros más impresentables -los sandinistas nicaragüenses no fueron invitados- e involucraron a dirigentes con currículos cuestionables pero credenciales democráticas.

El promotor de la idea fue el ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, cuya cuenta de WhatsApp jugó un papel clave en la formulación del Grupo. A su lado, Pablo Iglesias y Podemos se unieron entusiastas. Todos ganaban con la maniobra. Líderes desprestigiados por aferrarse al poder, como el boliviano Evo Morales, o acusados de corrupción, como el mencionado Leonel Fernández, o prófugos, como el ecuatoriano Rafael Correa, se vieron legitimados para seguir promoviendo una agenda de demostrada toxicidad: una defensa circunstancial de la democracia dependiendo de quién gane -bien si es Claudia Sheinbaum en México, mal si es Javier Milei en Argentina-, una apuesta por mercados cerrados a menos que bienes y capitales provengan de Rusia o China y una fanática oposición a EEUU.

Por su parte, Zapatero conseguía un grupo de compañeros de viaje dispuestos a respaldarle en sus aventuras internacionales, fuesen estas facilitar la entrada de China en la región o promover los intereses del chavismo en la Unión Europea. Entretanto, Iglesias abría una vía para ganar visibilidad internacional y buscar donantes entre la izquierda latinoamericana, una fuente de recursos que ya se había probado en la Venezuela chavista. La contribución española no era menor. La presencia de un ex presidente y ministros en activo de un país clave de la UE vestía de respetabilidad declaraciones en favor de dictaduras e injerencias en los gobiernos de la región.

El tamaño del foro ha variado desde los 30 líderes y 12 países en su primera reunión hace cinco años hasta los 140 participantes de 20 países en la última convocatoria, en 2023. El Grupo ha establecido un Centro de Estudios Sociales y Políticos y un Consejo Latinoamericano de Justicia y Democracia (CLAJUD) donde el ex juez Baltasar Garzón y el diputado comunista Enrique de Santiago tienen un papel protagonista. La situación política de los fundadores también ha cambiado. Cuando los encuentros comenzaron, Alberto Fernández estaba a punto de tomar posesión de la presidencia argentina y hoy está fuera del poder y acusado de violencia machista. Por su parte, Luiz Inácio Lula da Silva estaba en prisión y ahora ocupa la jefatura del Estado brasileño.

Todos estos cambios no han impedido que el Grupo de Puebla haya mantenido una notable consistencia a la hora de respaldar a la izquierda autoritaria del continente. El foro ha condenado los abusos de Daniel Ortega en Nicaragua; pero las cosas han sido muy distintas con Venezuela y Cuba. Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional venezolana y hermano de la vicepresidenta, Delcy Rodríguez, fue fundador del club, que alabó las elecciones parlamentarias venezolanas de 2020. Por lo que se refiere a Cuba, la organización no tuvo reparo en expresar su apoyo al régimen durante las protestas populares de julio de 2021, aplastadas brutalmente por la policía.

Sin embargo, el silencio frente al descarado fraude cometido por Maduro oculta distintas visiones dentro del Grupo de Puebla. Un sector encabezado por Lula ha dado señales de preocupación ante una crisis que disparará un nuevo éxodo de venezolanos y hundirá la reputación de la izquierda. Esto explica propuestas como la sugerencia de repetir las elecciones, apoyada por Colombia, que no resuelven el problema central -el rechazo de Maduro a dejar el poder- pero buscan amortiguar los peores efectos internacionales del atrincheramiento del chavismo.

Frente a estas posiciones, los patriarcas de la izquierda antiliberal, desde Correa hasta el destronado Evo Morales, se inclinan a tender una mano a Nicolas Maduro. Parte de la explicación tiene que ver con que algunos de ellos ya trataron de torcer la voluntad popular para perpetuarse y ven la supervivencia del chavismo como incentivo para sus aspiraciones de volver al poder. Además, este sector está lleno de personajes con nada que perder. Este es el caso del aislado presidente cubano Miguel Díaz-Canel, que defiende a Maduro como garantía de que Cuba siga beneficiándose de su dominio cuasi-colonial sobre Venezuela. Tampoco arriesga nada el pronto ex presidente de México, Andrés Manuel López Obrador: la geografía le permite avalar la dictadura sin la incomodidad de recibir refugiados o sufrir a los terroristas albergados en Caracas.

Maduro tiene dos cartas para inclinar la balanza dentro del Grupo de Puebla a favor del silencio cómplice ahora y la aceptación explícita más tarde. Primero, mantiene el control del Gobierno, lo que le da una enorme capacidad para premiar a sus partidarios y castigar a los díscolos. El presidente colombiano, Gustavo Petro, por ejemplo, está obligado a mostrarse condescendiente con la dictadura para evitar que boicotee su desahuciado proceso de paz con grupos armados protegidos por la cúpula chavista. Otros partidarios de apoyar el fraude esperan generosas dádivas, no intangibles como el prestigio político, sino palpables como el efectivo.

La segunda carta pasa por Moscú. Resulta verosímil que la oposición venezolana pudiese llegar a un acomodo con China, cansada del desgobierno chavista; pero Vladimir Putin necesita precisamente a un personaje de la toxicidad del Nicolas Maduro a las puertas de EEUU. Lo que hace al chavismo tan peligroso para la democracia y la paz de América Latina es precisamente lo que más aprecia el Kremlin. En consecuencia, la camarilla que gobierna en Caracas puede contar con la asistencia de la inteligencia rusa o un préstamo de emergencia para sobrevivir un poco más.

Así las cosas, se entiende mejor el valor que otorga el chavismo a la figura de Zapatero como amarre entre la izquierda pragmática de Puebla y su sector más autoritario, manteniendo unido al grupo al servicio de Cuba y Venezuela. ¿Cómo abandonar el barco si ahí se mantiene impertérrito un ex presidente español que cuenta con el respaldo del actual inquilino de La Moncloa, Pedro Sánchez? En consecuencia, el vocerío de los patriarcas de la izquierda antiliberal, el chantaje del chavismo y la disponibilidad de Zapatero para un diálogo siempre tramposo prometen dar a Maduro una sonora victoria: ver al Grupo de Puebla unido en su complicidad con la dictadura mientras emite certificados de buena conducta democrática solo aptos para fanáticos o desinformados.

Para España, queda la triste historia del protagonismo del PSOE en un foro que blanquea dictadores, avala fraudes electorales y critica sanciones contra Estados criminales como Rusia. No deja de sorprender ver a un ex presidente de Gobierno español compartir mesa y mantel con el venezolano Jorge Rodríguez, sancionado por EEUU y la Unión Europea, o servir de abrepuertas a China. Hoy el nombre de Zapatero significa para los demócratas latinoamericanos lo mismo que el del húngaro Viktor Orban para los europeos. El uno desde la izquierda y el otro desde la derecha capitanean el mismo asalto contra las instituciones liberales. Cambia la letra, pero la música suena exactamente igual.

Román D. Ortiz es investigador Principal del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *