El Clarín de Lissorgues

Hay escritores que están pegados a nosotros sin necesidad de leerlos. Es posible que cada ciudad española, por pequeña que sea, tenga un escritor que ejerce de símbolo; una referencia tan social como cultural, en la que se buscan rasgos locales, pretensiones, ambiciones, incluso personajes que por el hecho de haber sido narrados en un libro han cobrado vida real, de los que nadie duda que han existido. Y hasta se trasmite, generación tras generación, la historia de aquella bisabuela vecina de Fortunata y de Jacinta, o del pariente que viajó en coche de posta con el marqués de Bradomín, o que asistió a unos ejercicios espirituales con la Tía Tula o compartió palco del Liceo con algún Rius.

Sin embargo, el caso de Clarín y Oviedo es particular, porque aún hoy, pasados algo más de cien años de su muerte, la ciudad puede ser Vetusta, y nadie se irrita por ello, pero que el personaje principal sea La Regenta hace chirriar las bielas atoradas de muchas inteligencias. En mi infancia nunca conocí a nadie que citara a la Regenta, ni como viva ni como muerta ni como personaje literario. A Clarín sí, y mal, pero a la Regenta nunca, ni siquiera mal.

Es verdad que hay un gozo ciudadano, muy grandón,que dirían en Asturias, al considerar a Clarín como asturiano egregio y voluntario, lo cual tiene su mérito por más que hubiera nacido en Zamora - podrían haberlo hecho igualmente en Guadalajara o en otros lugares donde su padre ejerció de gobernador itinerante a las órdenes del talentoso muñidor electoral Posada Herrera-. La ciudad nunca amó a Clarín y Clarín nunca amó a la ciudad. Es verdad que fue concejal desganado y visitante asiduo del Casino y catedrático de aquella universidad - entonces la más pequeña de España; sólo se hacía Derecho-y donde la suerte hizo caer a eminentes figuras de la cultura española fin de siglo. Pero lo cierto es que Clarín detestaba a Oviedo y Oviedo detestó a Clarín. Un puñado de amigos no significa el respeto de una ciudad.

Habrá que esperar a otra ocasión para contar las particularidades de Oviedo en su relación con los diversos escritores que la habitaron, mayores o menores, famosos ayer y olvidados hoy, desde Pérez de Ayala a Dolores Medio, sin olvidar a Martín Vigil, precursor de los best sellers, en aquel Oviedo oscuro de los primeros años sesenta. Hoy toca Clarín, un personaje al que llevo años dándole vueltas y que aún no logro aprehender en su complejidad humana. Preciso lo de humano y no lo de intelectual, porque intelectualmente Clarín está diseccionado ya. De él se puede hacer una rigurosa autopsia intelectual gracias al libro recién publicado por el hispanista Yvan Lissorgues, de la Universidad de Toulouse. De sus pasiones radicales a su conservadurismo templado de la edad madura, conservando siempre dos ejes centrales de su pensamiento: el cristianismo y el republicanismo. Siempre fue un cristiano sin iglesia, heredero de la Institución Libre de Enseñanza, y un republicano sin partido, por más que siguiera sin demasiada fortuna y en ocasiones de manera patética a su héroe, don Emilio Castelar, en sus rigodones políticos.

Hay que atarse los machos para elogiar e incluso animar a leer un libro como el que ha construido, digo bien, construido, Yvan Lissorgues, un hispanista de izquierdas. Sería bonito que alguien hiciera un trabajo explicando, si es posible explicarlo, por qué la mayoría de los hispanistas franceses son de izquierdas y la mayoría de los hispanistas ingleses de derechas, y por favor, olvídense de esa estupidez de que en los estudiosos no hay derechas ni izquierdas sino rigor; no se lo crean, si hay oportunidad en otra ocasión se lo cuento con ejemplos prácticos para su uso. Lissorgues ha publicado su peculiar biografía de Clarín en una editorial local - Nobel- en un volumen de 1.100 páginas. ¿Quién en un suplemento cultural al uso podría hacer una reseña del libro de Lissorgues, con tantas páginas y sin la imprescindible ayuda de unas solapas exuberantes, esos salvavidas de la cultura mediática?

La peculiaridad del tenaz y soberbio trabajo de Lissorgues exige una explicación previa. Leopoldo Alas Clarín es en muchos aspectos un enigma. Murió en junio de 1901 y ni siquiera está muy claro si falleció de un cáncer de colon o de una tuberculosis intestinal que pudo contagiarle su esposa, la cojita Onofre - vaya personaje esta señora, intuyo, porque de ella no sabemos nada de nada, fuera de que padecía tuberculosis ósea, que tocaba el piano y que era de familia terrateniente, a la que debió corresponderle muy poco porque Clarín trabajó toda la vida como un penado, obsesionado por los garbanzos de sus tres hijos-. Pero hay algo en Clarín que le distingue de todos, digo bien, de todos los escritores españoles de su época. La sensibilidad femenina. Nadie escribió sobre el erotismo femenino con la seguridad de Clarín, del que no consta que conociera mujer salvo a su Onofrina.Pardo Bazán, por ejemplo, escritora voraz y pechugona insaciable, no acertó nunca a abordar con profundidad éste, que era su mundo; hoy sabemos que en sus cartas pasionales, muchas de las cuales se han perdido ¡cómo no, por la familia Franco en su pazo de Meirás!, que llamaba a su amante Galdós cosas tiernas y algo cursis, como pocholito y pichón,y algunas otras de más grueso calibre. Pero era en la intimidad. La Regenta es un caso único en la literatura española, por el retrato íntimo de una mujer. Y está escrito en 1885 y en estado de gracia. Con razón y sin ápice de soberbia pudo escribir a su amigo Pepe Quevedo, "¡si vieras qué emoción tan extraña la de terminar a los 33 años una obra de arte!".

La única biografía de Clarín con aspiración de tal la hizo un hombre que había conocido a la familia y que escribía bien, un notable periodista, Juan Antonio Cabezas. Pero tuvo la mala fortuna de publicar su libro en los primeros días de julio de 1936 y estalló la guerra y el volumen corrió por tan tortuosos caminos que acabó siendo una rareza bibliográfica de la que el autor hubo poco menos que abjurar para sobrevivir.

Clarín desde su muerte en 1901 hasta fecha muy reciente fue un escritor oculto. La primera edición asequible de La Regenta,tras la muerte del autor, se hace en los años sesenta. Fue un éxito. Es cierto que hombres como Sergio Besser, desde Barcelona, deben ser reconocidos como auténticos pioneros en el redescubrimiento de Clarín, porque curiosamente habría de ser Barcelona el lugar donde más éxito llegó a tener tanto el escritor Clarín como el efímero autor teatral, vitoreado por cierto en La Vanguardia,cuando estrenó aquí su Teresa.La monumental obra de Lissorgues no es una biografía convencional, sino algo que prepara el terreno para que algún alma inquieta pueda al fin ponerse a la tarea de desentrañar el arcano de Clarín. Lissorgues reconstruye la trayectoria de Leopoldo Alas como persona, como periodista, como escritor, utilizando sus propias palabras.

Una reconstrucción minuciosa de Clarín a partir de Clarín mismo, de ahí el título de la obra, Clarín, en sus palabras (1852-1901),un auténtico acontecimiento cultural. El acercamiento más completo que hasta el día de hoy se ha hecho sobre la obra del más importante escritor español del siglo XIX, opinión que estaría dispuesto a discutir con quien, después de leer La Regenta,haya abordado esa otra novelita excepcional y poco frecuentada que es Su único hijo.Y sus cuentos, y su espasmódica producción periodística, imprescindible para seguir el pálpito de aquella monstruosa fantasmagoría que se llamó la Restauración.

Confieso que el personaje Clarín me desazona; no sólo por sus contradicciones, por su pusilanimidad mezclada con ese rasgo retador de los tímidos, por su cinismo en ocasiones, sino también por lo que no aparece, por lo que apunta Lissorgues con extraordinaria clarividencia. Frente a tantos radicales de pacotilla, con sus actitudes de desdén hacia los jóvenes y ese defecto tan típico de todos los hombres de pluma, que sobrevaloramos a quienes nos elogian, con todo eso hay en Clarín una coherencia de persona digna, miedosa, apocada. Esa duplicidad que sólo consiente la literatura. Ser un temerario en la pluma y un calzonazos en la vida.

Gregorio Morán