El clima cambiante de los bancos centrales

El clima cambiante de los bancos centrales
Dan Kitwood/Getty Images

En casi todas partes donde uno mire hoy –redacciones, manifiestos corporativos y agendas de gobierno-, el cambio climático se ha desplazado de los bordes a la escena central. Y los bancos centrales, después de mantenerse durante mucho tiempo en los márgenes, recientemente han comenzado a desempeñar un papel estelar.

El Banco de Inglaterra, por ejemplo, hace poco se convirtió en el primer banco central en incluir en su compendio de políticas una referencia a un respaldo de la transición a una economía de cero emisiones netas. El Banco Central Europeo no está discutiendo si incorporar o no consideraciones climáticas en su propia política monetaria, sino cómo hacerlo. Y la cantidad de miembros de la Red para Enverdecer el Sistema Financiero (NGFS por su sigla en inglés), un grupo global de bancos centrales y supervisores financieros, cuando menos se ha duplicado. Entre sus 62 bancos centrales figuran los de todos los estados miembro del G20 excepto cuatro.

Un cambio tan vertiginoso seguramente invitará a un debate acalorado –como debería ser-. Pero la premisa general para el cambio es sólida. En todo caso, el riesgo principal es que los bancos centrales sigan haciendo demasiado poco, no demasiado, respecto del cambio climático.

En los últimos años, ha surgido un consenso entre los líderes de los bancos centrales respecto de los riesgos climáticos para la estabilidad financiera. La base de datos del Banco de Pagos Internacionales muestra que mientras que sólo cuatro gobernadores de bancos centrales ofrecieron discursos sobre finanzas verdes en 2018, 13 lo hicieron apenas dos años después. Y ahora, casi la mitad de los miembros de la NGFS han evaluado los riesgos climáticos, y más de una décima parte ya han realizado pruebas de estrés climático, según una investigación de BlackRock.

Las actividades de inversión de los bancos centrales han seguido el mismo camino. Casi el 60% de los bancos centrales de las economías desarrolladas hoy invierten utilizando criterios ambientales, sociales y de gobernanza, y los bancos centrales del Eurosistema han acordado una postura común sobre inversiones relacionadas con el clima en carteras de políticas no monetarias.

Finalmente, hasta la propia política monetaria ha empezado a alinearse con las cuestiones climáticas. A fines del año pasado, el Riksbank de Suecia anunció una nueva política de exclusión relacionada con el clima. De la misma manera, se espera que el Banco de Inglaterra indique más avanzado este año cómo registrará el impacto climático de sus tenencias de bonos corporativos. Varios tomadores de decisiones en el BCE han reclamado que se incorporen los riesgos climáticos en las compras de bonos corporativos y activos de garantía. Y la NGFS acaba de publicar una guía técnica para “adaptar las operaciones de los bancos centrales a un mundo más cálido”.

Existen tres causas principales para este cambio –todas ellas legítimas-. Primero, cerca de 130 gobiernos de todo el mundo se han comprometido a grandes reducciones de las emisiones de dióxido de carbono en las próximas décadas. Si bien las políticas para alcanzar este objetivo todavía no han sido plenamente especificadas, la premisa de que se producirá un cambio significativo ya no es simplemente un acto de fe. Los bancos centrales que integren consideraciones climáticas en sus actividades, por ende, ya no pueden ser acusados de aventajar a los gobiernos. Y donde el mandato de un banco central incluya un respaldo a las políticas económicas de un estado, el agnosticismo (o, en la jerga de los bancos centrales, la neutralidad de mercado) será cada vez más insostenible si choca con los compromisos climáticos oficiales.

Segundo, el argumento para incorporar el cambio climático en la modelación macroeconómica y las decisiones de inversión nunca ha sido más fuerte. Los eventos climáticos extremos se han vuelto más frecuentes y su impacto en el crecimiento y la inflación, más visible.

Asimismo, en tanto los planes de políticas van cobrando forma, la incertidumbre en torno de los escenarios del impacto climático en las próximas décadas se ha vuelto menos intimidante. Los datos relacionados con el clima han mejorado enormemente en calidad y cantidad, y la disponibilidad de instrumentos y estrategias de inversión conscientes del clima ha aumentado drásticamente. El registro de desempeño que surge ya indica que pueden impulsar la resiliencia de la cartera sin sacrificar retornos. En consecuencia, una mayoría de inversores institucionales a nivel global hoy consideran la sustentabilidad como algo fundamental para sus estrategias de inversión.

La tercera razón para la nueva postura de los bancos centrales es un creciente reconocimiento de que el apoyo por sí solo no es suficiente. Para tener un mayor impacto, deben liderar con el ejemplo. Esto exige una mayor transparencia sobre su propia exposición a riesgos relacionados con el clima y sobre cómo se modelan y se tasan esos riesgos. Una mayor transparencia dependerá, a su vez, de que se reciban datos adecuados de los emisores cuyos activos los bancos centrales deciden tener.

De esta manera, los bancos centrales probablemente ejercerán una gran influencia en la velocidad con la cual se tasen los riesgos relacionados con el clima en el sistema financiero. Existen riesgos si se avanza demasiado lento o demasiado rápido, de manera que establecer un camino claro hacia adelante es esencial.

Dicho esto, la conversión de los banqueros centrales a la causa climática todavía está en sus albores. Muchos bancos centrales todavía tienen que sumarse a la NGFS, para no hablar de integrar el cambio climático de manera relevante en sus actividades. La gran mayoría de los bancos centrales de los mercados emergentes todavía no se han sumado. Y, a nivel global, el Banco de Inglaterra es el único banco central hasta el momento en haber publicado un comunicado en línea con las recomendaciones más rigurosas del Grupo de Trabajo sobre las Revelaciones Financieras Relacionadas con el Clima, si bien los bancos centrales del Eurosistema se han comprometido a hacerlo en el lapso de dos años.

A los bancos centrales, comprensiblemente, les preocupa una ampliación de metas, y generar expectativas que sólo se pueden cumplir si empiezan a depender de los gobiernos. Aun así, el trabajo de la NGFS y las acciones de sus principales miembros deberían demostrarles a los otros bancos centrales que sus mandatos no sólo permiten, sino que en efecto requieren, que el cambio climático esté incorporado en sus actividades. Todavía existen muchos desafíos, y las circunstancias domésticas difieren, pero ésa no es excusa para la inacción. La respuesta de los banqueros centrales a los riesgos del cambio climático tiene muchísimo espacio para crecer.

Isabelle Mateos y Lago is Managing Director, Global Head of the Official Institutions Group, and a member of the Geopolitical Risk Steering Committee at BlackRock.

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