El clima extremo y el crecimiento global

Hasta hace poco, la mayoría de los macroeconomistas pensaban que las variaciones climáticas de corta duración no inciden mucho en la actividad económica. En un marzo de clima excepcionalmente moderado habrá más trabajo de construcción que lo habitual, pero se compensará en abril y mayo. Si una temporada de lluvias en agosto impide a la gente salir de compras, gastarán más en septiembre.

Pero las últimas investigaciones económicas, reforzadas por la extraordinaria intensidad de El Niño (un complejo fenómeno climático mundial marcado por la presencia de aguas excepcionalmente cálidas en el océano Pacífico frente a las costas de Ecuador y Perú), invitan a reconsiderar esta opinión.

Es evidente que el clima extremo incide en importantes estadísticas macroeconómicas de corto plazo. Puede sumar o restar 100 000 puestos al índice mensual de empleo de la economía estadounidense (la estadística más observada del mundo, generalmente considerada una de las más exactas). El impacto de fenómenos climáticos relacionados con El Niño como el de este año (su nombre técnico es “oscilación meridional de El Niño”), puede ser especialmente grande, en virtud de su alcance global.

Investigaciones recientes del Fondo Monetario Internacional sugieren que países como Australia, India, Indonesia, Japón y Sudáfrica resultan perjudicados en los años de El Niño (generalmente, por sequías), mientras que algunas regiones, entre ellas Estados Unidos, Canadá y Europa, pueden beneficiarse. Por ejemplo, en California por fin empezó a llover tras varios años de intensa sequía. Generalmente, pero no siempre, El Niño tiende a ser inflacionario, en parte porque la baja productividad de las cosechas lleva a un aumento de precios.

Tras dos inviernos de locos en Boston (la ciudad donde vivo), nadie nos creería si le dijéramos que el clima no afecta. El año pasado, la ciudad experimentó la mayor acumulación de nieve de la historia. Llegó un momento en que no había dónde ponerla: las autopistas de cuatro carriles quedaron reducidas a dos, y las calles de dos, a uno. Se derrumbaron techos, y el congelamiento del agua de las alcantarillas provocó graves inundaciones. Se suspendió el transporte público, y mucha gente no pudo llegar a sus trabajos. Fue una catástrofe natural en cámara lenta, que duró meses.

Estados Unidos en su conjunto no tuvo un invierno tan extremo como el de Nueva Inglaterra en la primera parte de 2015, y los efectos del clima sobre la economía general del país fueron limitados. Es verdad que en Nueva York hubo algunas nevadas importantes; pero nadie les hubiera prestado mucha atención si el alcalde hubiera sido más competente para hacer barrer la nieve de las calles. El este de Canadá sufrió mucho más: el crudo invierno influyó (además del abaratamiento de los commodities) en la minirrecesión que experimentó el país durante la primera mitad del año.

Nuestro invierno de este año es todo lo opuesto al del anterior. En el aeropuerto Logan de Boston hizo 20 ºC el día antes de Navidad, y el primer copo de nieve no cayó hasta justo antes de Año Nuevo. Árboles y plantas, creyendo que era primavera, comenzaron a florecer; las aves estaban igual de confundidas.

El invierno pasado, Boston fue en cierto sentido una anomalía. Pero este año, en parte gracias a El Niño, el clima extraño es la nueva norma. De Rusia a Suiza se ven temperaturas 4 o 5 ºC más altas, y parece que estos patrones climáticos sumamente inusuales se mantendrán en 2016.

El efecto sobre los países en desarrollo es particularmente preocupante, porque muchos todavía sufren el impacto negativo de la desaceleración de China sobre los precios de los commodities, y una temporada de sequías podría perjudicar seriamente las cosechas. El último El Niño grave, en 1997-1998, que algunos llaman “El Niño del siglo”, supuso un enorme retroceso para muchos países en desarrollo.

Los efectos económicos de El Niño son casi tan complejos como el fenómeno climático en sí, y por consiguiente, igualmente difíciles de predecir. Pero es muy posible que un día, mirando atrás hacia 2016, veamos a El Niño como uno de los factores principales del desempeño económico en muchos países clave, con Zimbabue y Sudáfrica haciendo frente a problemas de sequía y crisis alimentarias, e Indonesia luchando con incendios forestales. En el Medio Oeste de los Estados Unidos, últimamente hubo inundaciones a gran escala.

También es bien conocido el profundo impacto del clima sobre la violencia civil. La economista Emily Oster sostiene que los mayores picos de quema de brujas durante la Edad Media, en los que fueron asesinadas cientos de miles de personas (en su mayoría mujeres), se produjeron en tiempos de privación económica y escasez de alimentos aparentemente relacionada con el clima. Incluso algunos atribuyen la guerra civil en Siria a sequías que provocaron graves pérdidas de cultivos y obligaron a gran cantidad de agricultores a mudarse a las ciudades.

En un nivel más mundano (pero con profundas consecuencias económicas), puede ocurrir que el clima cálido en Estados Unidos confunda las cifras de empleo que la Reserva Federal usa para decidir en qué momento subir las tasas. Es verdad que los datos de empleo ya se ajustan estacionalmente para dar cuenta de diferencias normales relacionadas con el clima en zonas templadas; siempre hay más trabajo de construcción en primavera que en invierno. Pero los ajustes estacionales habituales no tienen en cuenta grandes fluctuaciones climáticas.

En términos generales, la experiencia surgida de El Niño en el pasado sugiere que el de este año, con su intensidad, dejará una marca importante en las estadísticas del crecimiento global, al favorecer la recuperación económica en Estados Unidos y Europa, y aumentar la presión a la que están sujetos los ya debilitados mercados emergentes. Todavía no es el calentamiento global, pero ya es un hecho muy significativo en lo económico, y tal vez apenas un preanuncio de lo que vendrá.

Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. His most recent book, co-authored with Carmen M. Reinhart, is This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly. Traducción: Esteban Flamini

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