El clítoris y la feminista aguafiestas

Cabecera de Podemos durante una de las manifestaciones convocadas por el Día Internacional de la Mujer, el pasado 8 de marzo.Fernando Sánchez (Europa Press)
Cabecera de Podemos durante una de las manifestaciones convocadas por el Día Internacional de la Mujer, el pasado 8 de marzo.Fernando Sánchez (Europa Press)

En uno de los libros que más he leído en mi vida y que más risas me ha arrancado, el alter ego de Nora Ephron rememora una de sus primeras experiencias sexuales en la universidad, con un estudiante judío que le enseña la historia de la Torá en su residencia de Harvard mientras le mete “uno, dos y hasta tres dedos dentro” del sexo. Y añade: “Esto fue antes del descubrimiento del clítoris, cuando se metían demasiados dedos en el asunto y no se jugaba lo suficiente con lo de afuera”.

Esta cita, sacada más o menos de memoria de su novela Se acabó el pastel, nos ha hecho reír a muchas. Siempre he pensado que es porque Ephron lograba decir de la manera más sencilla lo que muchas mujeres sienten o piensan pero no saben cómo poner en palabras. En estos momentos, ese es el tono que funciona para hablar de sexo y placer: el tono desenfadado. El que no funciona es el de denuncia. Parece ser que ese es muy 2018, de cuando el activismo social global se hizo viral en su denuncia de las agresiones y el acoso sexual que sufren las mujeres en todo el mundo. Ahora ya se ha vuelto cansino y repetitivo, pasó de moda.

¿Resulta frívolo lo que digo? No hay más que mirar a nuestro alrededor. El acoso en red a las mujeres ya tiene un nombre: la machoesfera, en la que se propagan críticas y bulos contra los avances feministas y que ha encontrado un espejo en la cultura pop feminista para crear una réplica machista. Así se viralizan ataques y ridiculizaciones que acaban con los siguientes datos: el 50% de los hombres jóvenes de entre 16 y 24 años cree que el feminismo dificulta que los hombres tengan éxito. Sumado al acoso en red que sufren las comunicadoras en nuestro país y en tantos otros, es evidente que muy pocas quieran ponerse en altar de sacrificio. ¿Para qué?

La involución es evidente: ha vuelto la idea de la tía enrollada, la feminista tranqui, la que dice las cosas sin enfadarse y sin molestar. La que es tolerable y digerible. La contraria al papel en el que nadie quiere estar colocada a día de hoy: la feminista aguafiestas. La feminista cortarollos. Solo el activismo, tan necesario, cumple el rol de la feminista aguafiestas que describió Sara Ahmed: la que cuando habla, molesta y estropea la fiesta con su relato, testimonio o información verificada.

Vamos allá con el momento cortarollos de los datos: la Sociedad Española de la Contracepción (SEC) alertaba la semana pasada del espectacular incremento de casos de infecciones de transmisión sexual (clamidia, sífilis y gonorrea, entre otros) en España, que en el caso de las mujeres aumentó entre el 2012 y el 2019 en un 1.073%. Según la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (Semes), las ETS son la segunda causa de enfermedad infecciosa en Europa, por detrás de las infecciones respiratorias. La SEC rogaba públicamente: “es de urgente y de vital importancia la inmediata inclusión en el currículo escolar de la educación afectivo sexual”.

¿En qué consistirá la educación afectivo sexual? Intuyo que en mostrar no únicamente la mecánica del coito, sino en cómo dar placer y recibirlo en relaciones sexuales. Quizás el problema de las declaraciones de la secretaria de Estado Ángela Rodríguez Pam fueron precisamente de corte comunicativo: no se trata del uso de la consigna, sino de manejar adecuadamente el dato y, quiero pensar, la empatía. Y diferenciar entre rol institucional y activismo.

Tenemos un grave problema cuando parte del Gobierno arrebata el espacio de la feminista aguafiestas en las campañas comunicativas. No le corresponde. Intuyo que la crispación tiene mucho que ver. Habría que ver qué hubiera pasado a día de hoy con la campaña del Póntelo, pónselo. Imagino a gran parte de los columnistas conservadores y los youtubers machistas tomándolo como un alegato fascista por coartar la libertad individual sobre cómo tener sexo. ¡Y además usando un verbo imperativo, no una sugerencia! ¿Qué pasa si a mí me gusta follar sin condón? ¡Censura! ¡Están coartado mi libertad de expresión!

Vivimos tiempos convulsos en lo relativo al feminismo. Los últimos cinco años han dejado una huella indeleble en España. Tras el caso de La Manada, pudimos hablar de consentimiento y violencia. Después se ridiculizó la consigna que muchas gritábamos en las manifestaciones: “sola y borracha quiero llegar a casa”. Con el caso de Rocío Carrasco se debatió sobre violencia vicaria y después se matizó: “sí, pero no en televisión”. Ahora que existe la posibilidad de hablar de placer sexual, vista la reticencia a las campañas actuales, hay que preguntarse: ¿Quién es la feminista aguafiestas que lo pone sobre la mesa? Suyo será el escarnio actual, y la futura gloria.

Lucía Lijtmaer es autora del ensayo Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta y de la novela Cauterio (ambos en Anagrama).

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