El coco fascista

A los niños de mi generación, ya casi en la prehistoria, se nos amenazaba con «que viene el coco». A mis antepasados en Flandes los amenazaban de niños con el Duque de Alba. Del coco se ocuparon, entre tantos, Goya y Lorca. Como a quienes nos gobiernan los sufridos ciudadanos les parecemos menores de edad nos amenazan con un coco histórico ingenuamente redivivo. Me refiero al coco fascista.

Esta mandanga es relativamente nueva. Zapatero no aventuró que España estuviese en riesgo de caer en el fascismo y recurrió a reescribir el pasado para ahormar su Ley de Memoria Histórica, maniquea y ominosa, que no figuraba en su programa electoral. Como todo señuelo era un engañabobos. Iglesias resucitó aquel coco dando al fascismo mimbres de amenaza. Se atribuye a Churchill una frase que nunca dijo ni escribió: «Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas»; quien dijo algo parecido fue el senador norteamericano Huey Long, iniciados los años treinta del pasado siglo. Acertó.

¿Qué hubiesen sido Iglesias y su tropa sin el invento de un fascismo rampante? ¿Cómo apuntalar sus acusaciones, sus odios, sus amenazas y sus diatribas? Los totalitarismos necesitan inventarse enemigos. Su público, por lo que parece en general poco letrado en los hechos históricos, requería la resurrección de fantasmas. Los supuestos revolucionarios que crearon Podemos ¿sabían cómo se vivía en Cuba o en Corea del Norte? ¿Saben hoy cómo se vive en Venezuela los que proclamaban que había que exportar el chavismo al sur de Europa? A juzgar por los testimonios de Iglesias y de Monedero, abundantes en internet, ellos sí lo sabían pero vivían de eso. Chávez era su patrón y luego lo fue Maduro. Tic tac, tic tac. Trataron de importarlo todo.

La izquierda llegó con el paso cambiado a las últimas elecciones autonómicas de Madrid. Sánchez quería conseguir la Real Casa de Correos sin contar con los ciudadanos, sin elecciones, y trató de insistir en la vía de las mociones de censura que le había dado tan buenos frutos. Llegó a La Moncloa por una moción de censura basada en una falsa condena aderezada por la interpretación personal de un juez afín como quedó acreditado judicialmente tiempo después. Fue un golpe parlamentario de libro. Si Rajoy no insistió en ello fue porque cada uno es como es. En otro país y con otros protagonistas el escándalo hubiese sido mayúsculo. Aquí no se profundizó en tan vidrioso asunto. Al juez trabucaire nadie le pidió cuentas.

Con tal antecedente, la utilización del fascismo como coco revivió a raíz del abrazo del oso que dio Sánchez a Arrimadas desde el que se planeó la tripleta de mociones de censura en Murcia, Madrid y Castilla y León. Por esa vía Ciudadanos quería llegar a presidir su primera autonomía, Murcia, a cambio de apoyar a Sánchez, con el voto de Podemos, también en las otras dos. Pero lo desactivó el PP con acuerdos criticados por Ciudadanos pese a haber traicionado los pactos de gobierno firmados. En Castilla y León la maniobra falló porque el vicepresidente de la Junta, Igea, enfrentado a Arrimadas tras la salida de Rivera, no aceptó aquella pirueta. En Madrid el objetivo zozobró por la rápida reacción de Isabel Díaz Ayuso. Las mociones fallidas fueron el principio del fin de Ciudadanos y la humillación de un PSOE debilitado, además de evidenciar la discutible talla política de Arrimadas manifestada ya cuando desaprovechó ser cabeza del partido más votado en las anteriores elecciones catalanas y se trasladó al escenario más cómodo de Madrid. Nada que ver con el liderazgo de Rivera. A su modo, Ciudadanos se sumó a la estrategia del coco fascista.

Lo sorprendente, o no tanto, es que el PSOE haya seguido y siga la demagógica cantinela de Iglesias utilizando el mismo fantasma. Lo repitió Ábalos en la noche electoral madrileña conocido ya el resultado. Carmen Calvo, experta en frases para la historia, o algo así, siguió con ese Coco aderezándolo con referencias a berberechos, cervezas y tabernas. El PSOE se fundó en una taberna y ciertos conmilitones y paisanos de Calvo eran dados a otros consumos y en otros escenarios nocturnos. Habló no sólo de riesgo fascista, también de campos de exterminio. La memez parecía imparable y no se rectificaba. En el Pleno del Congreso los ministros repitieron la consigna del coco fascista. Que no se pregunten el motivo de estar como están. La estrategia única de la propaganda es otro engañabobos.

No existe peligro fascista; en España padecemos un riesgo de signo contrario. Somos el único país europeo con una presencia comunista en su Gobierno; una presencia amplia. En la UE no se entiende. Iglesias bajó a la arena electoral en Madrid y salió trasquilado; lo suyo no era el trabajo institucional y se marchó, no sé si cerrando la puerta al salir. Le echaron los votos al quedar colista el 4 de mayo. Pero no nos engañemos: Más Madrid, la segunda fuerza política de una Comunidad que es referencia nacional, no es precisamente izquierda moderada, sino extremismo caviar.

La falacia del coco fascista se ha derrumbado con hechos aunque algunos sigan alimentándola. Es una demagogia impostada porque en caso contrario sus atizadores admitirían la falacia de que en Madrid el fascismo cuenta con casi dos millones de votos, los apoyos conseguidos por los partidos que según la izquierda, derrotada por más de medio millón de sufragios, eran fascistas y violentos. Pero la violencia en campaña la ejercieron matones, uno de ellos con antecedentes penales, contratados por el líder podemita como escoltas. Marlaska, ahondando las diferencias entre el antiguo juez y el nuevo político, ocultó las detenciones y filiaciones ideológicas de quienes habían pateado a funcionarios policiales dependientes de su ministerio.

Los niños son listísimos, sospecho que ya no se dejarán engañar por el coco, y a ciudadanos en edad de votar no les asustarán los fantasmas que exhiben quienes consideran la democracia como patrimonio propio y se proclaman depositarios de una supuesta superioridad moral. Para intentar que lo creamos nos amenazan con el coco fascista. Son tildados de fascistas y además de tabernarios los que no acatan un pensamiento único, denuncian el autoritarismo y se rebelan contra la paralización del poder legislativo y la invasión del poder judicial y, en definitiva, contra la descalificación de la Transición y los ataques a la Constitución y a la Monarquía parlamentaria que entraña. Pero ese coco no existe. Existen quienes lo esgrimen contra la fe nacional, la dignidad y la verdad. Aviso a navegantes: ni Pablo Casado ni Santiago Abascal creen en el coco. Tampoco la mayoría de los españoles. No asusta a nadie.

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondientede la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.

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