El combate de la India a la resistencia a antibióticos

El año pasado, una maestra de 30 años de edad con una infección sanguínea grave acudió a mi sala de emergencias en busca de tratamiento. La mujer tenía un historial de visitas a clínicas locales por una persistente infección torácica con fiebre, y cuando la examiné, recibía quimioterapia para un cáncer sanguíneo.

Instintivamente, le traté la infección con un antibiótico perteneciente a un grupo de fármacos llamado “carbapenemas”, un medicamento fuerte que por lo general se receta a personas hospitalizadas. Pero después de hacerle algunas pruebas, descubrí que era portadora de una cepa de bacterias resistentes a la mayoría de los antibióticos del arsenal terapéutico. No había otra opción que darle un tratamiento que muy probablemente sería ineficaz; pero por suerte, la paciente se recuperó.

Lamentablemente, muchos pacientes no son tan afortunados. En todo el mundo ingresan a hospitales personas con infecciones que no responden a los antibióticos; gérmenes relativamente benignos como la Klebsiella y la E. coli se han convertido en poderosos asesinos, inmunes a medicinas que antes servían para contenerlos.

Los antibióticos tienen una diferencia importante y peligrosa respecto de cualquier otra clase de fármaco: pierden eficacia cuanto más se los usa. Tras una exposición repetida a antibióticos, las bacterias terminan ganando.

Se calcula que cada año mueren 750 000 personas por infecciones que no responden a los antibióticos; la mortalidad seguirá aumentando, a menos que la comunidad sanitaria internacional actúe decididamente. Dada la falta de información internacional detallada y confiable, el gobierno británico encargó una serie de informes sobre la resistencia a antibióticos, y se calculó que en 2050 la cantidad de muertes derivadas de complicaciones relacionadas puede llegar a diez millones de personas al año. Además, el impacto económico de brotes de “superbacterias” puede superar los cien billones de dólares, con un costo desproporcionado para los países de bajos ingresos.

Una de las causas más importantes de la crisis de resistencia a antibióticos es su uso desordenado y desregulado. En los países desarrollados, los médicos recetan antibióticos hasta para las dolencias más básicas, como un resfriado. Una forma de reducir la aparición de resistencia sería que estos países regulen más estrictamente la prescripción de antibióticos, como hizo Finlandia hace muchos años.

Pero la regulación por sí sola no es suficiente, porque en buena parte de los países en desarrollo, los antibióticos se consiguen sin receta. El problema se agrava por el acceso desigual a la medicina, el uso excesivo y la falta de servicios de saneamiento adecuados. Y el uso de antibióticos para acelerar el crecimiento de pollos y otros animales de crianza abre otra vía para la difusión de gérmenes resistentes en el medioambiente.

En 2017, en busca de una solución para el problema, la Organización Mundial de la Salud clasificó los antibióticos en tres grupos y publicó recomendaciones sobre cómo usar los medicamentos de cada grupo para el tratamiento de veintiún tipos de infección frecuentes. Por ejemplo, el primer grupo está formado por medicinas que siempre deberían estar accesibles, preferentemente con receta. A este grupo pertenece la amoxicilina (el fármaco preferido para tratar infecciones del tracto respiratorio en niños). El segundo grupo incluye los carbapenemas, que (como descubrió el año pasado mi paciente) están perdiendo eficacia. Y el tercer grupo, que incluye la colistina y otros antibióticos “de último recurso”, abarca fármacos que deben usarse con parsimonia y sólo en caso de emergencia médica.

Está claro que estas recomendaciones son un primer paso importante para la solución del problema mundial de la resistencia a antibióticos. Pero también es necesario un compromiso de los gobiernos, las asociaciones médicas y los hospitales para atacar la crisis juntos. Es lo que está haciendo la comunidad sanitaria en la India. En 2012, las asociaciones médicas indias aprobaron la Declaración de Chennai, un conjunto de recomendaciones nacionales para promover un uso responsable de los antibióticos. El año pasado, el primer ministro Narendra Modi usó su programa de radio mensual para exhortar a los médicos a colaborar con la iniciativa.

Pero la amenaza de la resistencia a antibióticos sigue siendo muy real, y para contenerla se necesitará un esfuerzo concertado. En la India, por ejemplo, debemos implementar la regulación formulada por el ministerio de salud para el control de la venta de antibióticos sin receta. Las recomendaciones de la OMS deberían reforzar el apoyo a esta medida.

En tal sentido, es un avance la campaña que se está haciendo en la India para exigir que los rótulos de los antibióticos bajo receta estén marcados con una línea roja para desalentar la venta libre.

En tanto, las comunidades sanitarias de las economías avanzadas deben hallar la voluntad política de reducir el uso innecesario de antibióticos, por parte de la población y en la agricultura. Hay que eliminar por completo el uso de antibióticos “de último recurso” como promotores del crecimiento del ganado; pero para lograrlo harán falta importantes cambios a las prácticas actuales.

La existencia de superbacterias debería alarmar a médicos y pacientes en todo el mundo, pero la alarma no debe ser causa de parálisis. La próxima vez que un paciente llegue a mi sala con una infección tratable, necesito estar seguro de que la medicina que le recete será eficaz: la recuperación de un paciente no debería depender de la suerte.

Abdul Ghafur, a Chennai-based infectious disease consultant, is the coordinator of the Chennai Declaration. Traducción: Esteban Flamini.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *