Ininterrumpida e indiscutiblemente, el sector de servicios financieros –con el que todos interactuamos, como prestatarios, ahorristas, inversores o reguladores– se ha embarcado en una transformación que llevará varios años. Este proceso, inicialmente lento, se ha visto impulsado por el impacto combinado de dos conjuntos de fuerzas duraderas.
Por una parte, entran en juego factores verticalistas: cambios regulatorios, una fijación inusual de precios y lo que Nouriel Roubini inteligentemente bautizó como la «paradoja de la liquidez». Por otra parte, se filtran desde abajo influencias disruptivas: cambios en las preferencias de los clientes y, lo que es más importante, visionarios ajenos al sector que intentan transformarlo y modernizarlo.
Entre las decisiones que llegan desde arriba, el péndulo regulatorio aún oscila hacia una supervisión más estrecha de las instituciones financieras tradicionales, especialmente de los grandes bancos y empresas aseguradoras considerados «sistémicamente importantes». Por otra parte, el rediseño de los marcos regulatorios, la implementación por etapas y la intensificación de la supervisión se extenderán gradualmente a otros segmentos, incluida la gestión de activos. Esto contribuirá a ampliar la reducción del riesgo en los sectores regulados en términos generales, como parte de un movimiento más amplio del sector financiero hacia un «modelo de utilidades» que enfatiza grandes amortiguadores de capital, un menor apalancamiento, una mayor divulgación de información, lineamientos operativos más estrictos y mucha más supervisión.
La situación de los precios se suma al impacto de una regulación más estricta. Como en el caso de los servicios públicos, las instituciones financieras sólidamente establecidas enfrentan restricciones externas sobre su poder de fijación de precios, aunque no de la manera tradicional. En vez de estar sujetas a regulaciones y pautas de precios explícitas, estas instituciones funcionan en un régimen de «represión financiera» dentro del cual las principales tasas de interés de referencia se mantuvieron en niveles inferiores a los que hubieran prevalecido de otro modo. Esto erosiona los márgenes de interés netos, aumenta la presión sobre ciertas estructuras tarifarias y lleva a ciertos proveedores a mostrarse más cautos al momento de ingresar en relaciones financieras de largo plazo.
Como consecuencia de estos dos factores, las instituciones establecidas –especialmente los grandes bancos– se verán predispuestas a hacer menos y para menos gente, a pesar de verse inundadas con la liquidez provista por los bancos centrales (la «paradoja de la liquidez»). Es de esperarse que los bancos y agentes/corredores de bolsa solo brindarían una liquidez limitada a sus clientes si muchos de ellos intentan realinear simultáneamente su posicionamiento financiero. Pero esto no solo tiene que ver con ellos, el hecho es que los proveedores de todos los productos financieros de largo plazo –en especial los de seguros de vida y pensiones– no tienen actualmente otra alternativa que optimizar sus ofertas, incluso con la reducción de aquellos que aún proporcionan garantías de largo plazo a clientes que buscan una mayor seguridad financiera.
El impacto sobre el sector de los servicios financieros de estos factores verticalistas amplificará gradualmente la importancia de las fuerzas atomizadas. Con el tiempo, este segundo conjunto de factores impulsará una provisión de servicios más directa y eficiente a un conjunto de consumidores más amplio y contribuirá a reconfigurar al sector en su conjunto.
En primer lugar, las expectativas de los clientes evolucionarán a medida que la generación del milenio represente una porción cada vez mayor de los ingresos, los gastos, los préstamos, el ahorro y la inversión. Como muchos de estos nuevos clientes prefieren vivir en forma más «autónoma», los proveedores de servicios financieros se verán presionados a pasar de una mentalidad de colocación ofensiva de sus productos a ofrecer soluciones más holísticas que permitan una mayor personalización individual. Las funciones de comunicación de mercado también deberán modernizarse a medida que aumenta la cantidad de clientes que esperan interacciones más creíbles y sustanciales «en todo lugar, en todo momento y a través de todos los canales».
Luego tenemos la influencia de los disruptores externos. Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan Chase, lo expresó bien en su carta de 2015 a los accionistas, cuando observó que «Silicon Valley» está en camino. Estos nuevos participantes desean aplicar soluciones tecnológicas más avanzadas y conocimientos de la ciencia conductual a un sector que si bien es rentable, ha tendido a descuidar a sus clientes.
Airbnb y Uber han demostrado que la disrupción proveniente de otros sectores es particularmente poderosa, porque implica cambios estructurales que mejoran la eficiencia y aprovechan aquellas competencias y estrategias centrales de las que carecen las empresas que actualmente prestan estos servicios. Muchas otras empresas (por ejemplo, Rent the Runway, que proporciona alquileres de corto plazo de moda de alta gama) están haciendo lo mismo. Ya sean plataformas entre pares o financiamiento colectivo, los disruptores externos ya están incidiendo en el margen de las finanzas, especialmente al servir a quienes antes fueron marginados por las empresas tradicionales o perdieron su confianza en ellas.
El resultado final será un sector que sirve a la gente con una mayor variedad de soluciones personalizables. Aunque las empresas tradicionales buscarán adaptarse para mantener su dominio, muchas se enfrentarán al desafío de «autodisrumpir» su manera de pensar y su enfoque operativo. Aunque las empresas emergentes ofrecerán mejores servicios, no les resultará fácil superar inmediata y decisivamente la inercia institucional y regulatoria que ancla la posición de mercado de las empresas tradicionales. Es probable entonces que haya una proliferación de proveedores de servicios financieros, con perspectivas especialmente prometedoras para las asociaciones institucionales que combinen las plataformas existentes más ágiles con nuevos y emocionantes contenidos y enfoques.
Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz and a member of its International Executive Committee, is Chairman of President Barack Obama’s Global Development Council. He previously served as CEO and co-Chief Investment Officer of PIMCO. He was named one of Foreign Policy’s Top 100 Global Thinkers in 2009, 2010, 2011, and 2012. His book When Markets Collide was the Financial Times/Goldman Sachs Book of the Year and was named a best book of 2008 by The Economist. Traducción al español por Leopoldo Gurman.
Traducción al español por Leopoldo Gurman.