El compromiso de la prensa

Desde la aparición del primer diario del mundo en Alemania, de esto hace más de 400 años, el papel y la tinta han sido protagonistas de la información. La lectura de diarios ha constituido durante siglos un ritual cotidiano para millones de ciudadanos antes de salir de casa. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, algunas voces auguran poco menos que la desaparición de la prensa. Es cierto que los diarios viven con incertidumbre el futuro, no sólo por la crisis económica en la que está inmerso el mundo, sino también por la competencia de otros soportes que ha desarrollado la tecnología. Y aunque estos pueden acabar siendo una oportunidad para la prensa, hoy son parte del problema.

El pasado fin de semana, tanto TVE como TV3 dedicaron sus espacios de reportajes a hablar de la prensa escrita, lo que pone de manifiesto que es una cuestión que no sólo afecta a los periódicos, sino a toda la sociedad. Un buen diario es una nación hablando consigo misma, porque la democracia necesita de la prensa, en tanto en cuanto su opinión libre e independiente forma parte intrínseca de su esencia. A veces, cuando se analiza la situación de los medios escritos, se olvida que son un referente de la reflexión intelectual del país, y la calidad de la prensa es uno de los mejores termómetros para conocer tanto la salud democrática como la base cultural de un estado.

En el mundo de los editores de periódicos, hay quien piensa que internet es el gran culpable de la crisis de la prensa, mientras que otros están convencidos de que no hay futuro fuera de la red. A mi modo de ver, la realidad es equidistante de estas dos posturas: la red no es el enemigo de los diarios, pero tampoco es el paraíso que acogerá el nuevo periodismo. Estamos asistiendo a una verdadera revolución de los medios de comunicación que afecta a todos y cada uno de los soportes, pero ninguno va a matar a los otros. Ni la radio acabó con la prensa, ni la televisión eliminó la radio, ni la televisión pudo con el cine. Es cierto que internet ha supuesto un cambio radical y profundo en el mundo de la comunicación en general, pero algunos medios, como por ejemplo la radio, han encontrado la complicidad perfecta en la red, ampliando su número de oyentes sin afectar al negocio. En el caso de la prensa escrita, también nos ha permitido multiplicar por dos o por tres los lectores de nuestros contenidos, pero es indudable que aún no hemos encontrado la fórmula ideal de convergencia.

En cualquier caso, no tengo ninguna duda de que los diarios de papel seguirán existiendo. Más allá de la compleja situación actual, hay datos esclarecedores en este sentido, como por ejemplo que el número de ejemplares que se venden en el mundo ha crecido en los últimos años gracias a países como India, Brasil o China, nación esta última que el año pasado superó los cien millones de ejemplares diarios, el doble que Estados Unidos. Los ciudadanos de estos países, que se han abierto comercial, cultural y socialmente en el marco de la globalización económica, se han dado cuenta de la necesidad de interpretar correctamente el mundo gracias a la prensa. Pero incluso en España el sector ha resistido mejor que otros ámbitos la crisis, pues la caída de la venta de los diarios en el último año fue de un 5,5%, según la Oficina de Justificación de la Difusión, un porcentaje claramente inferior al descenso de las ventas de otros sectores.

En mi condición de editor de una familia que lleva cuatro generaciones dedicándose a la publicación de diarios a lo largo de 130 años, tengo plena confianza en el futuro del papel. Los diarios no sólo difunden noticias, sino que contribuyen a cimentar los valores de una sociedad y eso es lo que los hace distintos de otros soportes. Personalidades tan dispares como Barack Obama o Nicolas Sarkozy han puesto de manifiesto su preocupación por la crisis de la prensa e incluso han establecido ayudas para que esta pueda resistir este momento de cambio. Contrasta esta inquietud de líderes tan influyentes con la inhibición de nuestros dirigentes, que parecen ignorar que en los países avanzados los diarios son concebidos como servicio público y en este sentido los gobernantes han de ser conscientes de que hay que protegerlos como un bien colectivo. El periodismo bien hecho es uno de los factores que contribuyen a fomentar una sociedad de calidad, que aspira a la excelencia.

Los periódicos han cambiado mucho en los últimos años, no sólo en cuanto a diseño y formatos, sino también en su propio carácter. Hoy son más interpretativos, más contextualizadores, más analíticos. Estamos en un momento de reordenación de la prensa, de adaptación a la red, de búsqueda de la interacción. No todos los diarios sobrevivirán, pero nadie duda de que los que tienen más posibilidades de hacerlo son aquellos que resultan medios de referencia. La prensa mejor situada es aquella que apuesta por la calidad formal, la opinión rigurosa, el compromiso con el lector, las historias bien escritas.

Los poderes políticos están más preocupados por dotar a los individuos de una cultura de base estandarizada que por formar personas cultas. Y desde determinados centros de decisión se está apostando por una cultura informativa superficial y eminentemente gráfica. En este sentido, más que la crisis del papel, es posible que el papel que en realidad esté en crisis sea el de la educación. Nunca como ahora las nuevas generaciones habían tenido tanto acceso a la información, pero eso no es sinónimo de saber procesarla. El periodismo escrito es un ejercicio diario de jerarquización, pero también de interpretación, así que aquellos que en el futuro tengan que decidir en cualquier ámbito de actuación deberán tener presente a la prensa.

No me cabe ninguna duda de que el modelo de negocio editorial evolucionará y que asistiremos a una mayor interactividad del mundo del papel con el universo digital. Pero seguro que encontraremos la manera de evolucionar por una razón muy sencilla: a los lectores les gusta el buen periodismo. Mi compromiso como editor con los lectores es precisamente este: seguir impulsando el periodismo de calidad con el mayor de los entusiasmos.

Javier Godó, editor.