El compromiso histórico de Pablo Iglesias

Llama la atención que Pablo Iglesias hable de “compromiso histórico” para explicar su posición favorable a un acuerdo entre el PSOE, Podemos y cuantos partidos nacionalistas e independentistas sean necesarios para alcanzar la mayoría parlamentaria para investir a un nuevo presidente del Gobierno. La expresión “compromiso histórico” (compromesso storico) la acuñó en la década de 1970 el histórico líder del Partido Comunista Italiano (PCI), Enrico Berlinguer, para defender la conveniencia de que, principalmente, los dos grandes partidos italianos del momento, la Democracia Cristiana de Aldo Moro y el propio PCI, llegasen a acuerdos de gobierno para asegurar la estabilidad política en un país minado por el caos institucional y los extremismos opuestos.

Iglesias conoce Italia y sabe o debería saber perfectamente -claro que también se suponía que conocía la diferencia entre autonomía y autodeterminación, y después dijo lo que dijo sobre Andalucía- lo que significa la expresión “compromiso histórico”. De ahí que resulte tan sorprendente que haya elegido precisamente ese significante para designar la negación de su significado originario. Considera Iglesias que vivimos “un momento crucial de la historia de España” y, para afrontarlo, aboga ufanamente por excluir de cualquier acuerdo de gobierno al principal partido del centroderecha y el más votado en las últimas elecciones generales, el PP, al que se empeña en denostar como un partido antidemocrático. Es decir, su compromiso histórico para este momento trascendental se basa en el aislamiento de la fuerza mayoritaria en España -el equivalente funcional de la Democracia Cristiana en la Italia del auténtico compromiso histórico-, inquietante indicio de la hemipléjica visión de la realidad española que aqueja al líder de Podemos.

El acuerdo que propone Iglesias es todo menos un compromiso histórico. Puede ser un acuerdo circunstancial, contingente, accidental, que algunos consideraran oportuno y otros nefasto, un pacto en cualquier caso permisible y permitido en un sistema parlamentario como el nuestro. Pero de ninguna manera puede ser presentado como un compromiso histórico para España, en el sentido originario de la expresión, un acuerdo que arrumbe al partido más votado por los españoles y que encima requiera de la participación, por acción o por omisión, de partidos comprometidos con la fragmentación de la unidad constitucional de nuestro país (ERC y DiLl). De hecho, quizá sea la necesaria participación en el acuerdo de partidos que lideran desde las instituciones el proceso de secesión unilateral de Cataluña lo único que, paradójicamente, pueda justificar la denominación elegida por Iglesias. Pero entonces habría que concluir que Iglesias se refiere al único significado de la palabra “compromiso” aplicable al caso que nos ocupa, esto es, la tercera acepción que recoge el diccionario de la Real Academia: dificultad, embarazo, empeño. En efecto, estaríamos en tal sentido ante un auténtico compromiso histórico que pondría en jaque la continuidad de nuestro proyecto sugestivo de vida en común. Parece enrevesado, pero todo es posible cuando se trata de alguien como Iglesias que considera que la mejor manera de preservar la unidad de España es implantar -que no reconocer, porque no existe- el derecho a la autodeterminación de las nacionalidades que integran España, como si ello no supusiera sembrar la semilla de la inestabilidad política perpetua para cualquier Estado democrático que se precie. (No es de extrañar que no haya ningún Estado de nuestro entorno que reconozca el derecho a la autodeterminación de sus partes integrantes).

Descartado, pues, que el acuerdo que pretende Iglesias, y que Pedro Sánchez se empeña en priorizar, pueda ser considerado, por excluyente y maniqueo, un compromiso histórico en el sentido de Berlinguer, aparece en escena otro concepto, una locución latina, que también hizo fortuna en la Italia de los años de plomo: conventio ad excludendum. La expresión hace referencia al acuerdo tácito o explícito entre varios partidos para excluir a un tercero de cualquier posible pacto de gobierno o colaboración política. Entonces, la víctima era precisamente el PCI, y se explicaba por su relación con el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en un momento en el que la dictadura supuestamente del proletariado empezaba a tener dificultades para seguir ocultando sus horrores. Berlinguer iría aflojando esos lazos hasta la ruptura definitiva del PCI con el PCUS en 1981. El objetivo del compromesso storico era precisamente superar la exclusión sistemática del segundo gran partido de Italia por detrás de la Democracia Cristiana.

La pretensión de Pablo Iglesias de llegar a un acuerdo con todo el mundo menos con el partido más votado para reformar España a su manera se parece conceptualmente mucho más a la conventio ad excludendum que al compromiso histórico. Es evidente, dicho sea de paso, que no existe absolutamente ninguna circunstancia objetiva -como los lazos del PCI con la dictadura soviética- que justifique la exclusión sistemática del PP como posible aliado político. No está claro que se pueda decir lo mismo de Podemos, cuyos líderes no dudan en apoyar públicamente regímenes tan poco democráticos como los de Cuba o Venezuela.

De todas formas, la actual situación de España nada tiene que ver con el pandemónium de la Italia del compromiso histórico, pero puestos a establecer paralelismos, un posible acuerdo entre PP, PSOE y Ciudadanos -que representan al 70 por ciento de los españoles y que según la última encuesta de El País sería la opción preferida por la mayoría de los ciudadanos- se compadece mucho mejor con el espíritu consensual y conciliador de la propuesta de Berlinguer.

Ignacio Martín Blanco es periodista y politólogo.

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