El compromiso nuclear iraní necesita a la UE

Irán ha reafirmado de forma rápida y clara su voluntad de mantener el acuerdo nuclear que entró en vigor en enero de 2016. Pese a lo sucedido estos últimos días, no es una gran sorpresa. Teherán es el más interesado -y necesitado- en su continuidad. La retirada de EEUU supone un duro golpe a un acuerdo marcado ahora por el pesimismo y la incertidumbre sobre su vigencia. Para Irán, EEUU no es un socio comercial destacado y no representa una oportunidad de negocio a corto plazo, pero su presencia en el acuerdo era clave para crear un marco favorable para la reinserción internacional de Teherán. La retirada de Washington ha desbaratado la estrategia del presidente iraní, Hassan Rohani -un moderado reformista en el panorama político de Irán-. Su gobierno lleva meses desarrollando una campaña para mejorar la imagen del país en el exterior, después de años de aislamiento y desprestigio, con vistas a atraer posibles inversores.

Frente a los tambores de guerra, algunas voces apuntan a una vuelta al contexto anterior al acuerdo, pero la situación actual es muy diferente. Por un lado, los iraníes habían depositado muchas expectativas en las promesas de reforma y mejora de Rohani, quien confiaba en atraer inversiones con el final del aislamiento. Su victoria en las elecciones generales de mayo de 2017 se interpretó como un claro espaldarazo de la sociedad iraní al acuerdo nuclear. Por otro lado, las vicisitudes regionales han llevado a Irán a dedicar una cantidad creciente e ingente de recursos al mantenimiento de las costosas operaciones en el exterior de la Guardia Revolucionaria. Lo que afecta a la agenda doméstica del propio Rohani y limita severamente sus opciones frente a los sectores más duros y conservadores del régimen.

Dos años y medio después de la entrada en vigor del acuerdo, Irán no ha conseguido aún convencer a los inversores internacionales y las grandes operaciones comerciales con las que contaba el gobierno no se han materializado. La falta de información, las debilidades del sistema financiero iraní -que pide a gritos una reforma en profundidad-, y sobre todo, la complejidad de un sistema de poder político bicéfalo que en no pocas ocasiones dificulta conocer la verdadera naturaleza de los interlocutores, han desincentivado la llegada de empresas europeas y ralentizado la apertura de Irán a la esfera internacional.

Rohani afronta una situación muy complicada. Con una tasa oficial de desempleo de más del 12 por ciento, una inflación de casi el 10 por ciento y con una moneda, el rial, en caída libre desde el año pasado, las perspectivas económicas estimadas por el FMI respecto a Irán difícilmente se materializarán. El descontento social -consecuencia directa de la frustración por la larga espera sin obtención de beneficios- y la hostilidad de los sectores más conservadores, que nunca vieron el pacto con buenos ojos, están acorralando al gobierno. Un nuevo bloqueo a nivel internacional podría desestabilizar política y socialmente el país. Rohani se ve obligado a salvar el acuerdo a toda costa tanto por el capital político invertido como por la esperanza de la mejora económica. El Líder Supremo, Alí Jamenei, ha dado un periodo de gracia al gobierno de Rohani para que recomponga el pacto.

La UE puede, en este escenario, resultar decisiva como última y única garante del acuerdo. Las implicaciones domésticas y regionales de un Irán que renuncia a dotarse de armamento nuclear son muy profundas. Representan la voluntad real de avanzar hacia una estabilización de la región y el cambio de paradigma respecto al famoso “eje del mal” que tanto ha alterado la lectura de los acontecimientos en Oriente Medio desde aquel fatídico 11-S.

La UE y los tres estados miembros firmantes -Alemania, Francia y Reino Unido- han anunciado su apuesta por mantener el acuerdo, y su disposición a una posible modificación o alteración si eso permite salvarlo. Hasta la fecha, los inspectores de la Organización Internacional de la Energía Atómica (IAEA en sus siglas en inglés) han certificado el cumplimiento del acuerdo por parte de Irán. Con la retirada de EEUU, los escenarios se reducen y aumenta la presión, pero también se alteran las posiciones y capacidad de influencia del resto de actores. No obstante, las opciones para la UE son escasas y todos los escenarios complejos, sobre todo cuando desde EEUU se ha dejado clara la intención de sancionar cualquier relación económica con Irán. Lo que sin duda será uno de los factores que pesarán en la toma de postura europea. Aun así, la UE tiene una oportunidad.

Desde la retirada estadounidense, el foco de atención -y con razón- está puesto en la decisión que tomen los socios europeos. Un paquete de medidas concretas, que ayude a mitigar la situación de ahogo de la economía iraní, aumentaría el peso de la UE, su interlocución con el gobierno Rohani y, de paso, contribuiría a debilitar la posición de los sectores más beligerantes en Teherán. Conviene no perder de vista que, pese a la retórica, la creciente presión social representa un desafío para el conjunto del régimen iraní, lo que incluye, obviamente, a su líder, Ali Jamenei. La zanahoria de la UE puede pues obtener más réditos que la amenaza del palo de EEUU y/o Israel. Abordar asuntos como Siria, Yemen o los misiles balísticos seguirá siendo arduo y frustrante. Sin embargo, se pueden arrancar concesiones en temas como derechos humanos, minorías étnicas y/o religiosas, y la situación de las mujeres, que pongan las bases para una relación bilateral de mayor confianza y fluidez.

En cualquier caso, el escenario es volátil y queda por ver qué plan B tienen en mente desde EEUU. Si realmente existe, la UE deberá considerarlo a la hora de recalibrar su posición y sus respuestas. Si no existe -y teniendo en cuenta los precedentes de Trump no resulta descabellado pensar que no lo hay- la UE deberá mostrarse capaz de asumir las riendas y ejercer su liderazgo. La paz en Oriente Medio, la lucha contra la proliferación nuclear y la estabilidad global está en juego. Así que una hipotética ausencia de Bruselas resultará inexcusable.

Irene Martínez, investigadora, CIDOB.

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