El Conde de Barcelona y la nobleza titulada

AL cumplirse hoy el centenario del nacimiento de Don Juan de Borbón y Battenberg, Conde de Barcelona, es momento oportuno para recordar su figura y su decisiva contribución al restablecimiento en España de la convivencia democrática y de la Monarquía constitucional. Pero esa aportación suya tan relevante no la hizo solo. Supo rodearse de personas de gran valía, cuyos consejos y relaciones con otras personalidades de la vida política y social fueron relevantes. Ese grupo numeroso de personas que asistió y asesoró al Conde de Barcelona durante todo ese tiempo tuvo distinta procedencia desde el punto de vista político, territorial, social o económico. Pero todos ellos quisieron unirse en torno a la figura de quien representaba la continuidad de la dinastía histórica y una alternativa creíble para el restablecimiento del sistema constitucional. De entre ese nutrido grupo de personas, quiero referirme hoy a las que formaron parte de la nobleza titulada.

Cuando en junio de 1933 se produjeron las sucesivas renuncias a sus derechos a la Corona de España del Príncipe de Asturias Don Alfonso y del Infante Don Jaime, pasó a primer plano la figura del Infante Don Juan, tercer hijo varón de los Reyes, quien inicialmente no estaba llamado a representar ningún papel relevante en el ámbito dinástico.

Siguiendo las costumbres del momento y la larga tradición de las Casas Reales, fue necesario poner Casa a Don Juan, es decir designar a una serie de personas que asistiesen y aconsejasen al nuevo Príncipe de Asturias, aunque se encontrase en el exilio, para que pudiera desenvolverse y actuar conforme al estatus que acababa de adquirir.

El primer Jefe de esa Casa fue el vizconde de Rocamora, quien ejerció su cometido durante una época de capital importancia. A él le correspondió organizar la boda del Príncipe con Doña María, celebrada en Roma el 12 de octubre de 1935, y desempeñar ese puesto durante los duros años de la Guerra Civil, con todo lo que ello significó.

Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, los Condes de Barcelona se trasladan a Suiza, donde permanecerían hasta el final de la contienda. Durante este período se produce la abdicación del Rey Don Alfonso XIII a favor de Don Juan, el 15 de enero de 1941, poco antes de fallecer en Roma el 28 de febrero siguiente.

Convertido Don Juan en Rey de derecho, se trasladó en 1945 a Portugal para estar más cerca de su patria, fijando su residencia en Estoril, donde permanecería casi treinta y cinco años. Ya entonces era nuevo Jefe de su Casa el duque de Sotomayor, que ocupó el puesto hasta su fallecimiento en 1957. Durante ese periodo tuvieron lugar dos entrevistas entre Don Juan y el general Franco, así como el traslado a España de Don Juan Carlos para cursar el bachillerato en Miramar. El conde de Fontanar organizó al lado de Madrid, en la finca de las Jarillas, del marqués de Urquijo, los primeros años de formación del Príncipe, y años después los duques de Montellano pusieron su palacio de la Castellana a su disposición para preparar su ingreso en la Academia militar de Zaragoza, formación castrense que corría a cargo del teniente general duque de la Torre.

Correspondió al duque de Sotomayor establecer en Estoril una organización, siquiera mínima, para ir abordando los cada vez más numerosos asuntos que Don Juan se veía precisado a atender. Desde Madrid, el duque de Alba, a la sazón decano de la Diputación de la Grandeza de España, organizó a través de esta todo lo necesario para aunar a los grandes y títulos en torno a la persona del Rey y para prestarle el apoyo que necesitaba en aquellos delicados años de los manifiestos de Lausana y de Estoril o del referéndum organizado sobre la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado. El propio duque de Alba dimitió de su puesto de embajador en Londres a raíz de la actitud del Régimen frente a Don Juan como consecuencia del manifiesto de Lausana en 1945.

Dada la importancia que tenía para el futuro de España la Monarquía como salida del Régimen, se formaron un secretariado político y un consejo privado para aconsejar a su titular en todas aquellas cuestiones políticas que este hecho suponía. Fue el primer presidente del consejo privado el futuro marqués de Kindelán. A ellos pertenecieron el duque de Alba, y su yerno el también duque de Alba, el duque del Infantado, el duque de Luna, los condes de los Andes, de Motrico, de los Gaitanes, de Montseny y de San Pedro de Ruiseñada, entre otros.

Cabe destacar las personas que con periodicidad quincenal acudían a Estoril, durante más de tres décadas, para prestar servicio a los Condes de Barcelona de modo permanente y desinteresado. Puedo recordar a los duques de Medinaceli, de Montellano de Maura y de Fernán Núñez, a los marqueses de Luca de Tena, de Salvatierra o de Castelldosrius, entre otros varios.

También, en lo que podríamos llamar la intendencia de la Casa, hay que mencionar al conde de los Gaitanes y al marqués de Casasola. El marqués de la Torre, luego conde de Montenegro Grande de España, como sacerdote que era, ofició de capellán de los Reyes.

Al duque de Alburquerque, último Jefe de la Casa del Conde de Barcelona, le correspondió compartir con él los años finales de exilio y los trascendentales sucesos de finales del régimen anterior: la designación en 1969 de su hijo el Príncipe Don Juan Carlos como sucesor en la Corona y su proclamación en 1975 como Rey. Seguía siéndolo cuando, al renunciar Don Juan a los derechos dinásticos el 14 de mayo de 1977 a favor de su hijo, dio por finalizada su expatriación y pasó a residir normalmente en España, de donde había salido en 1931.

Cuando hoy podemos leer en el artículo 57 de la Constitución que Don Juan Carlos I es el legítimo heredero de la dinastía histórica, no podemos por menos que enorgullecernos al recordar la figura ejemplar del Conde de Barcelona, quien en los momentos de adversidad supo ejercer con la máxima dignidad la representación dinástica de la Casa Real española, sirviendo de eslabón generacional entre dos Monarcas: Alfonso XIII y Juan Carlos I. También quiero recordar hoy a todas aquellas personas, entre las que se encontraban muchos Grandes de España y Títulos del Reino, que de modo ejemplar y desinteresado supieron estar en su puesto acompañando al Conde de Barcelona en la misión histórica que durante más de cuarenta años le tocó vivir.

Por el Duque de Aliaga, decano de la Diputación de Grandeza de España.

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