El conflicto argelino-marroquí se extiende como una mancha de aceite

El conflicto entre Argelia y Marruecos viene de lejos. Al principio, surgió por el trazado de una frontera diseñada por Francia y que favorecía mucho más a Argelia. Marruecos se sintió agraviado y ya en 1956 reclamó una parte de ese territorio con el argumento de que formaba parte del “Marruecos histórico”. Ferhat Abbas, presidente del Gobierno provisional de la República argelina, no se opuso, sino que se reunió con Hassan II en julio de 1961, y ambos firmaron un acuerdo por el que se comprometían a renegociar la situación de la parte occidental de Argelia cuando el país consiguiera la independencia. Pero en el momento de la independencia, un año después, y antes incluso de que se ratificara el acuerdo, la coalición que encabezaba Ben Bella, apoyada por el Ejército de Liberación Nacional (ELN), expulsó a Ferhat Abbas del Gobierno y se negó a devolver ese territorio que, según la fórmula aprobada, se había “liberado con la sangre de tantos mártires”.

Hassan II se sintió traicionado, y a partir de entonces nació una rivalidad sorda entre dos clases políticas, la argelina y la marroquí, que antes habían se habían mostrado solidarias en la lucha para acabar con la colonización francesa. Ben Bella quería presentarse como el garante de todo el territorio heredado de la colonización francesa, mientras que Marruecos se sentía encerrado en su territorio, mucho más pequeño que el de su vecino. Entonces, Hassan presentó el mapa del Gran Marruecos, diseñado por el partido Istiqlal, cuyo objetivo era dejar claro que las fronteras marroquíes se definían en función de la lealtad mostrada al sultán de Marruecos a través de los tiempos. Entre las tierras adquiridas con “la sangre de los mártires” y el énfasis en los derechos históricos estaba comenzando un largo enfrentamiento entre dos concepciones del territorio, el derecho y la historia, con la contraposición entre dos Estados y dos sistemas políticos radicalmente diferentes en el contexto internacional de la Guerra Fría: Argelia, próxima a la Unión Soviética, y Marruecos, liberal y abiertamente inclinado hacia Estados Unidos y el mundo occidental.

A partir de 1975, el apoyo de Argelia al Frente Polisario, el movimiento independentista nacido dos años antes para reivindicar la antigua colonia española del Sáhara Occidental, agravó la tensión que ya era permanente entre Argel y Rabat. Es decir, se sumaron y superpusieron dos conflictos: entre Argel y Rabat por el liderazgo en la región y el del Sáhara Occidental, último conflicto de descolonización en el continente africano. Esta mezcla de los dos enfrentamientos hizo que el conflicto del Sáhara fuera imposible de resolver, por lo que, en 1991, se encomendó la búsqueda de una solución a la ONU.

El referéndum de autodeterminación para decidir quién tiene la soberanía sobre el Sáhara Occidental, que el Frente Polisario y Argelia querían y que Marruecos aceptó en 1981, hoy es imposible de organizar. Marruecos no encuentra motivos para arriesgarse a perder la soberanía que ya ejerce desde 1975 sobre el 80% del territorio saharaui sometiéndola a consulta; para empezar, porque no reconoce la identidad saharaui. Desde 2007, Rabat está proponiendo una autonomía dentro de un Marruecos soberano, pero la otra parte lo rechaza.

La incapacidad de la ONU para resolver este conflicto, que se ha visto distorsionado por el contencioso argelino-marroquí, ha desembocado en la parálisis. Los dos bandos beligerantes, cada uno a su manera, han intentado sortear el proceso de Naciones Unidas. El Frente Polisario emprendió una batalla legal contra la explotación y comercialización de los recursos naturales del Sáhara Occidental por parte de Marruecos. En dos ocasiones, en 2016 y 2018, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea falló a su favor. Sin embargo, Rabat, con su capacidad de ejercer presión sobre la Comisión Europea, consiguió que se renegociara el acuerdo de pesca que había quedado invalidado tras el dictamen del Tribunal europeo.

Por su parte, Marruecos está utilizando otra estrategia. Su plan para eludir a la ONU es conseguir que el mayor número posible de Estados reconozcan que el Sáhara Occidental es marroquí. Después de lograr que lo reconocieran varios Estados africanos, llegó su gran victoria en diciembre de 2020, cuando firmó un acuerdo con Donald Trump en el que se estipulaba que Rabat normalizaría la relación con Israel a cambio de que Washington reconociera la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental. El apoyo sin reparos de Washington a Rabat en un asunto tan delicado ha desequilibrado la relación entre Marruecos y Argelia y ha introducido un actor nuevo en el Magreb: Israel.

Este doble apadrinamiento de Estados Unidos e Israel está transformando la situación regional y dando la ventaja a Rabat. Argelia, ante la agresividad de estos apoyos tan importantes, ha adoptado una posición defensiva y dice: “Tenemos el Mossad a las puertas”. La revelación de que Marruecos utilizó el programa informático de espionaje Pegasus demuestra que Argelia tiene razón: se espiaron 6.000 números de teléfono argelinos, incluidos los de miembros de la clase política.

El hecho de que la estrategia de Rabat haya dado fruto éxito ha irritado más a Argel. Alemania, Países Bajos y España han reconocido que el plan de autonomía propuesto por Marruecos es serio y representa la mejor salida posible a un conflicto que se prolonga desde hace demasiado tiempo.

Argel ha reaccionado al éxito marroquí utilizando su principal arma, el gas. El contrato entre Sonatrach y la Organización Nacional de Electricidad y Agua Potable de Marruecos (ONEE, en sus siglas en francés), que expiraba a finales de octubre, no se ha renovado, y Madrid tiene órdenes de no revender gas argelino a Marruecos. Pero Argelia va todavía más allá y, para castigar a España por su apoyo a Marruecos, congela el tratado hispano-argelino de amistad y cooperación firmado en 2002.

Han pasado más de 60 años desde la obtención de independencia, y el Magreb sigue sometido a la tensión entre Argel y Rabat, que ha puesto en peligro definitivamente la integración regional. Y, lo que es más grave, tiene rehenes a muchos Estados de la región y deja el Magreb al margen de las grandes dinámicas de las relaciones internacionales.

La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto el anacronismo de esta disputa. La autoridades de ambos países opinan lo mismo que Vladímir Putin sobre muchos temas. Como él, creen que el poder sigue estando en el territorio. Cuando se arman de manera tan desproporcionada y se lanzan amenazas recíprocas están demostrando que piensan que la guerra solo es cuestión de dos Estados y no afecta a la sociedad. Y creen que las alianzas son duraderas, cuando hoy en día no son más que transitorias, en torno a problemas concretos.

Khadija Mohsen-Finan es politóloga y especialista en el Magreb. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *