El Congreso sin periódicos

EL 25 de febrero no fue un buen día para este país. En esa fecha se hizo efectiva la decisión de suprimir la prensa de papel en el Congreso de los Diputados. Aquel fatídico lunes nuestros parlamentarios dejaron de recibir periódicos y, desde entonces, tienen que consultarlos a través de sus pecés, sus iPads o sus iPhones. Reconozco que la primera alerta que se me disparó ante esa decisión fue de naturaleza estética, pero creo que no por ello superficial ni frívola. El acto de leer un libro o un manojo de papeles —no el de mirar a un artefacto electrónico— ennoblece el perfil humano. Como el acto de pensar. Las dos imágenes de la civilización son el hombre pensando y el hombre leyendo. Digo esto mientras me vienen a la memoria la estatua de Sócrates en la Academia de Atenas y la de «El pensador» de Rodin, las Marías Magdalenas de Ambrosius Benson y de Rogier van der Weyden que posan leyendo eternamente un libro en las salas de la National Gallery; la de Adriaen Isenbrandt del Museo del Prado… Me vienen a la mente las esculturas de Heródoto y Jenófanes en el Parlamento de Viena, que sostienen sobre las rodillas sendos pergaminos. He dicho que la impresión es estética, pero pronto la connotación ética aparece, como llamada por un reclamo. Los austríacos que pusieron esas estatuas en ese edificio concebían la figura del legislador unida a la del pensador y a la del lector. Las Magdalenas que sostienen un libro en las manos responden a una tradición que identifica la lectura y la reflexión con el arrepentimiento por los errores cometidos. Ambas interpretaciones del acto de leer me valen para el momento que hoy vive este país. Nuestros representantes públicos andan necesitados de propósito de enmienda y meditación. Y andan más necesitados que nunca de ennoblecer su perfil ético y estético dejando posar la mirada serena sobre el papel escrito.

La prensa en su encarnación matérica, corpórea, tangible, palpable, es más importante de lo que a algunos les parece. Cuando se dice de unas palabras que «resisten el papel» quiere decirse que se trata de una opinión o una información pensadas y repensadas, contrastadas. En esta España de los linchadores de las redes sociales, los juicios precipitados, las reacciones impulsivas, lo fugaz, lo fungible, la bronca internáutica que es flor virtual de un día…, el periódico de papel, con su corporeidad, intenta una llamada a la cordura, un amago de permanencia y una demanda de conciencia sobre lo que se debe decir y se debe callar. Habrá quien no tiene remedio, quien escribe sobre el papel con la misma vehemencia e inconsistencia, la misma falta de escrúpulos, el mismo oportunismo revanchista y el mismo afán cainita de agredir, pero incluso en ese caso el papel cumple su esclarecedora y discernidora misión evidenciando el exceso, como la luz del día delata las huellas del acto miserable que se perpetró en la ebriedad de la nocturnidad.

Hay más. En un momento en el que la clase política se halla tan desprestigiada; en el que muchos españoles ven en cada cargo de ésta a un hombre que va a pillar, a salvar sus intereses, a votar en su escaño, sin reflexionar, lo que le mande su partido, la imagen de ese mismo señor con un periódico abierto le devuelve algo de la dignidad perdida al gremio. Le devuelve una imagen de individualidad no sectaria, de ciudadano con criterio propio, de civilización y civilidad. Si el político está, además, leyendo un diario de un signo ideológico opuesto al suyo, mejor que mejor. Cuando ETA asesinó al periodista José Luis López de Lacalle, muchos vimos en aquel montón de diarios esparcidos sobre una acera ensangrentada de Andoain la imagen pisoteada de la tolerancia y de la cultura democrática. Un hombre que leía a diario y públicamente —en medio de aquel ambiente hostil— media docena de periódicos no podía ser un hombre intolerante, sino una lección viviente que hoy todos, dentro y fuera de las Cortes, debemos aprender.

Ante un diputado que hunde las manos y la mirada en un smartphone, una tableta o un portátil, no sabemos si está leyendo un periódico digital o matando marcianitos, o viendo porno, o jugando a apalabrados con la del escaño de enfrente. Tal imagen es incapaz de transmitir la nobleza emocionante del papel ofreciendo al lector los signos del lenguaje y de las manos francas que lo sostienen; que acarician las páginas sin ocultación; que publican el ruido de la hoja al pasar o del pliego al doblarse; ese sonido sedante que destila una paz particular. Las manos a la vista, sí, ¡que no parezca que están ustedes enredando con algo que no se puede mostrar!

No ya el Congreso, sino la nación entera, la ciudadanía de este país necesita hoy más que nunca dejar florecer entre las manos esa flor liberal y tolerante de los pétalos tintados que es el periódico. La España crispada y encabronada necesita de gente leyendo en público la prensa de los suyos y del adversario. Los periódicos son democracia. Y, abiertos de par en par, significan: «No te oculto nada, no me importa que veas qué ideología tengo o que estoy leyendo a mis rivales políticos». Una buena parte de la batalla por la libertad en el País Vasco la hemos librado muchos ciudadanos por las mañanas ante el quiosco de los periódicos, pidiendo la prensa que en su día estaba proscrita. Y esa libertad dio un paso el día en que ese quiosquero le sonrió a uno extendiéndole el diario «estigmatizado» antes de que se lo pidiera. No es ya que los periódicos no deban faltar en un Parlamento, sino que son el alma del parlamentarismo, la plasmación cotidiana de la libertad y la pluralidad que esa gran casa representa.

Me decía hace años Xabier Gereño, un escritor del mundo del euskera al que yo iba a visitar en la última época de su vida a una residencia de ancianos, que él enseguida notaba de qué pie ideológico cojeaban sus compañeros por el modo en que leían la prensa. «El que tardaba una hora en pasar una página y acercaba la vista era un nacionalista inconfundible. Si movía los labios y hasta ponía el dedo sobre el renglón es que era del PNV. No había duda. En cambio —añadía el buen Gereño en su sociológica y divertida observación—, a la gente habituada a la lectura de prensa, o sea a la que no era de la parroquia de Sabino, se le notaba la agilidad, la familiaridad, la naturalidad en el trato íntimo con el papel impreso». En esas palabras del viejo escritor había toda una lección de experiencia y de ciencia democráticas que iba más lejos de los credos o los partidos políticos. Había una descripción de cómo es el español antropológicamente ante el periódico.

Que todo un Congreso de Diputados ande ahora ahorrándose dinero en diarios dice también mucho de ese grupo social. Por de pronto, ya es un desaire hacia quienes se dedican a hablar de sus señorías y lo volverán a hacer este próximo 25 de abril en el que está anunciado un asalto a ese edificio por una plataforma que trata de degradarlos. En esa fecha, esos mismos periódicos hoy expulsados, esos grandes ausentes del hemiciclo, volverán a dignificar a quienes se sientan en sus escaños. No ha sido una buena idea, no. No sé de quién habrá partido, si habrá detrás de ella un grupo de expertos que cobren bastante más de lo que va a suponer ese cutre ahorro en el instrumental básico de la democracia. Lo que sí sé es que, con esa triste medida, la institución que llamamos Cámara Baja se ha vuelto más bajita desde hace unas semanas. Y no por culpa de sus enemigos.

Iñaki Ezquerra , escritor.

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