El constitucionalismo vasco, desacomplejado

Desacomplejarse es lo que necesita de una vez el constitucionalismo vasco desde el inicio de la Transición. Pero se trata de una operación compleja y de largo aliento, que precisa perseverar en el camino emprendido por el anterior gobierno de coalición entre PSE y PP. Todo lo que se salga de esa vía complica enormemente el buen fin de la empresa. Hasta ahora hemos comprobado la disponibilidad completa del PP vasco en ese sentido. Pero falta por ver que el PSE, en una tesitura igual pero a la inversa, esto es, con un PP en disposición de gobernar gracias a los votos de los socialistas en el Parlamento vasco, hiciera lo propio: algo sobre lo que muchos vascos albergamos serias dudas.

No obstante, ojalá se diera esa posibilidad en el próximo Parlamento que salga de las inminentes elecciones vascas. Porque lo que apuntan todas las encuestas es que el constitucionalismo se apresta, si algún milagro no lo impide, a asistir a una situación muy difícil de digerir en términos racionales y aun morales: algo, por otra parte, muy habitual entre nosotros. Y no es porque vaya a obtener los peores resultados de la historia de la Transición, ya que en el primer Parlamento vasco, allá por 1980, los partidos constitucionalistas juntaban no más de 18 escaños en una cámara de 60; y en 1988 sumaban 24 de 75. Se trata de algo más inaudito aún: la ciudadanía, tras la derrota del terrorismo, pretende premiar a sus sostenedores de siempre, la izquierda abertzale, a la que se le pronostican unos resultados que superarían, de largo, su récord de 1998, cuando obtuvo 14 escaños.

El desacomplejamiento del constitucionalismo vasco pasa necesariamente porque el PP vasco tome de manera duradera la primacía en el bando no nacionalista. Y ello es así porque en el País Vasco la política gira de modo incontestable, desde el inicio de la Transición, alrededor del concepto de identidad. Y toda la izquierda, tanto la mal llamada abertzale como la mal llamada españolista, claudicó hace tiempo de su lema histórico de «proletarios de todos los países: uníos». Para ellos la clave está en desunir a los proletarios (léase ciudadanos españoles) todo lo posible en función de su identidad. Pero la identidad, en política, tiene un dueño desde el principio de su formulación que no es otro que la derecha, tanto la vasca como la española. Y el drama español de toda la historia contemporánea consiste, como ya es lugar común de la historiografía, en que las izquierdas españolas se convirtieron en aliadas de los nacionalistas respectivos y, por tanto, beligerantes frente a lo que supusiera defender la unidad de los españoles por encima de todo lo demás.

La única posibilidad que tiene hoy el no nacionalismo de reivindicarse sin complejos en el País Vasco pasa, como decimos, por el PP vasco. La derecha vasca españolista es el origen de todo en este país, empezando por el foralismo, clave de su identidad diferenciada del resto de España. El propio nacionalismo vasco surge de sus filas: los primeros nacionalistas procedían tanto del integrismo (Arana), como del liberalismo foral (Sota), corrientes ambas típicas de la derecha vasca. Por eso nadie puede enseñarle nada respecto del País Vasco y menos quienes, como los nacionalistas, proceden de ella. A la derecha vasca la han querido confundir interesadamente, tanto socialistas como nacionalistas, desde el comienzo de la Transición, con el franquismo; pero el franquismo fue una amalgama extremadamente compleja, de la que si analizamos su composición vasca, previa y aun posterior a la Guerra Civil, comprobamos que el componente tradicionalista y liberal fuerista es abrumadoramente mayoritario, mientras que el fascista fue coyuntural, importado de Alemania e Italia, ante el peligro revolucionario.

El constitucionalismo solo podrá desacomplejarse de la mano de una derecha vasca recuperada por fin, con una historia por reescribir que la sitúe en el mismo centro de la política vasca y frente al desafío inmenso y apasionante de rescatar su propio pasado vasco y español de manos del nacionalismo que se lo ha apropiado, y tergiversado en su provecho, durante estas últimas décadas. El PNV ha asumido, ese sí que sin complejos, desde el mismo proceso constituyente de 1978, todo el pensamiento político foralista propio de la derecha vasca y española. Hasta el nacionalismo radical se quedó con todo el bagaje cultural del foralismo (Campión), para oponerlo a la Euzkadi sabiniana. Y en cuanto al protagonismo en la construcción de la autonomía vasca, por más que lecturas interesadas de socialistas y nacionalistas hayan elaborado para sí, con exclusividad, el mito del primer Estatuto vasco, con Aguirre y Prieto como protagonistas, el verdadero primer Estatuto vasco fue el de la Sociedad de Estudios Vascos, origen de un autonomismo genuinamente foralista, seña de identidad intransferible de la derecha vasca española de entonces y de ahora.

Pedro José Chacón Delgado, profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV-EHU.

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