El corazón oscuro de la ASEAN

La próxima semana, durante una cumbre a celebrarse en California, EE.UU., el presidente Barack Obama se reunirá con los líderes de los diez países que conforman el grupo regional más importante de Asia: la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN). El evento, la primera cumbre entre Estados Unidos y la ASEAN en suelo americano, está siendo promocionado como una señal del creciente interés que tiene Estados Unidos en el sudeste asiático. La interrogante es si EE.UU., al invitar a todos los miembros de la ASEAN, ha permitido que sus intereses apabullen a sus principios.

La próxima cumbre es la más reciente manifestación de la “estrategia del pivote” de la administración del presidente Obama con respecto al Asia – una estrategia de seguridad nacional que implica un desplazamiento de recursos estadounidenses, tanto diplomáticos, económicos y de las fuerzas armadas, hacia los países de la costa del Pacífico. En muchos aspectos, tiene mucha lógica estos cambios que llevan a sostener relaciones más estrechas.

Para empezar, las tensiones entre varios países del sudeste asiático y China están en aumento, debido, en parte, al hecho de que China, bajo la administración del Presidente Xi Jinping (el líder más autocrático de China desde Deng Xiaoping), actúa cada vez con más asertividad con respecto a demarcar firmemente sus demandas territoriales disputadas en aguas de la región. Más recientemente, China decidió mover una plataforma petrolífera hacia dentro de aguas reclamadas por Vietnam. Hace dos años, en Vietnam, una decisión similar dio lugar a disturbios de protesta en contra de China en los que hubo muertos.

Y, no sólo Vietnam está preocupado. Malasia, Singapur y Filipinas también están tratando de mejorar sus fuerzas navales y guardias costeras. De hecho, dos décadas después de prácticamente botar a las fuerzas estadounidenses de las bases locales, Filipinas nuevamente ha recibido a tropas estadounidenses como parte de un nuevo acuerdo de cooperación militar.

Existe preocupación incluso en los países cuyas economías se apoyan en China. China es el principal donante de ayuda a Laos y su mayor socio comercial; sin embargo, el mes pasado el partido comunista, que es el partido gobernante en este país, eligió a nuevos líderes, entre los que, según informes, no se incluye a ningún político con tendencias pro-China. En Myanmar, país que también depende en gran medida del comercio y ayuda de China, el temor de convertirse en un satélite chino fue una razón clave para que la junta militar ceda el poder a un gobierno civil a principios de la década de 2010.

Más allá de los problemas de seguridad, EE.UU. tiene un creciente interés económico en el sudeste asiático. En conjunto, los países ASEAN conforman el cuarto mayor socio comercial de EEU.UU. Cierta evidencia también sugiere que la nueva Comunidad Económica de la ASEAN, un marco para un acuerdo de libre comercio regional, está ayudando a que los países del sudeste asiático aguanten en un entorno económico mundial cada vez más turbulento.

Sin embargo, existe un problema muy serio con la próxima cumbre entre Estados Unidos y la ASEAN. Desde que EE.UU. lanzó la estrategia del pivote en Asia en el año 2011, los sistemas políticos del sudeste de Asia, en su conjunto, han ingresado a un significativo proceso de regresión. En los últimos años, Tailandia ha pasado de ser una democracia con fallas a un gobierno militar, que podría mantenerse hasta el año 2018, o incluso más allá.

Del mismo modo, en el año 2011 Malasia parecía estar encaminada a constituirse en una democracia bipartidista. Hoy en día, sin embargo, el líder opositor Anwar Ibrahim está en la cárcel debido a acusaciones dudosas de sodomía; el gobierno ha aprobado una ley que autoriza la detención de quienes critican al gobierno en forma, prácticamente, indefinida; y, el primer ministro Najib Razak permanece enredado en varios escándalos económicos y políticos.

Camboya, por su lado, parecía haber alcanzado un avance político después de que la coalición de la oposición estuvo a punto de ganar las elecciones generales del año 2013. No obstante, en los últimos dos años, el primer ministro Hun Sen ha reafirmado su dominio político. El líder de la oposición Sam Rainsy, por temor a ser detenido, ha huido al exilio.

También se debe considerar lo que ocurre en Myanmar. A pesar de que la administración Obama ha promocionado al país como un esplendoroso ejemplo de cambio democrático, la democracia genuina permanece lejana en el horizonte. Es cierto que el partido denominado la Liga Nacional para la Democracia, que es el partido de oposición desde hace ya mucho tiempo, ganó las elecciones generales de noviembre pasado. Sin embargo, el ejército sigue controlando muchos ministerios y una cuarta parte de los escaños en el parlamento. Por otra parte, las guerras civiles están en erupción a lo largo de las fronteras de Myanmar, y las pandillas y otros grupos radicales matan a musulmanes en el oeste del país.

Laos, Vietnam y Brunei continúan siendo considerados entre los Estados más represivos del mundo, sin que exista evidencia, en lo absoluto, de una próxima apertura política. Y, aunque la democracia ha avanzado en Indonesia, Filipinas y Singapur, el progreso ha sido lento; en Singapur, el partido gobernante sigue dominando el sistema político.

Hay muchos factores que explican el debilitamiento de la democracia en el sudeste asiático. La primera generación de líderes electos en la región, como por ejemplo el ex primer ministro de Tailandia Thaksin Shinawatra, a menudo resultaron ser nada más que autócratas electos que utilizaron sus mayorías para aplastar a sus oponentes y para suprimir tecnologías que podrían ser utilizadas como herramientas para el cambio. En efecto, Tailandia, cuya represión de internet ha aumentado durante el gobierno de la junta militar, ahora bloquea más de 100.000 sitios web de sus ciudadanos.

Tener instituciones débiles significa que muchos países, como por ejemplo Malasia, luchen por resolver sus crisis políticas; en Tailandia, las tomas de control por parte del ejército se han convertido en modus vivendi. Si a estos escenarios se añade la influencia de China – que para nada es una fuerza a favor del cambio democrático – se llega a la conclusión de que la regresión democrática del sudeste asiático no es algo que debería sorprender.

Lo que causa molestia es que la administración de Obama refuerce esta tendencia perjudicial mediante el fortalecimiento de lazos con líderes autócratas del sudeste asiático. Obama ha mantenido estrechas relaciones con el primer ministro Najib de Malasia (se dice que los dos son amigos que juegan golf juntos). Cuando Obama visitó Malasia el año pasado apenas mencionó el tema del encarcelamiento de Anwar. El gobierno de Obama también ha estado notablemente silencioso sobre los abusos en Brunei, Laos y Vietnam, e invitó al jefe del Partido Comunista de Vietnam a Washington, D.C. el julio pasado, mismo que realizó una visita cálida y mediáticamente vistosa.

En los últimos meses, la administración Obama ha comenzado a restablecer vínculos con Tailandia que fueron congelados tras el golpe militar de mayo de 2014, incluyéndose entre ellos la reanudación de un diálogo estratégico de alto nivel. No obstante, según Human Rights Watch: “La junta militar de Tailandia reforzó su control sobre el poder y reprimió severamente los derechos fundamentales” durante el año pasado. Y, en lo que va de año, no ha mostrado señales de cambiar dicho comportamiento.

La próxima cumbre Estados Unidos - ASEAN incluirá a líderes – como ser Hun Sen, quien ha gobernado Camboya desde hace 25 años – que antes se consideraban demasiado brutales y represivos como para ser recibidos por el presidente de Estados Unidos en suelo americano. Parece que las consideraciones económicas y de seguridad han usurpado el lugar que tenía la democracia como el principal factor determinante que guiaba a la política exterior en la región. Para la población del sudeste de Asia, en última instancia, este abordaje puede crear más riesgos que beneficios.

Joshua Kurlantzick is Senior Fellow for Southeast Asia at the Council on Foreign Relations. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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