El coronavirus mató la charla trivial

El coronavirus mató la charla trivial

¿Cómo te va? ¿Qué hay de nuevo? ¿Cómo la estás pasando? ¿Qué tal tu vida? Ya no sé cómo responder a estas preguntas. ¿Cómo me va?

Todavía podemos recordar un tiempo en el que respondíamos con mentiras blancas corteses y automáticas. Uno siempre estaba “bien”, o “genial”, o algunas veces “OK”. La veracidad de la respuesta era irrelevante en un mundo donde uno podía ocultar las angustias localizadas de su universo personal.

El hecho de que el coronavirus haya suplantado por completo la charla trivial en nuestro contrato social ilustra muy bien la enormidad de este momento. ¿Es posible mentir tras un compulsivo “¿Cómo estás?” en un momento como este? Ahora, el espacio vacío al principio de mis conversaciones ha sido reemplazado por un inventario de las muchas tragedias, misterios y esperanzas generadas por el ciclo de noticias del coronavirus y por una meditación más espiritual de —en palabras de mis amigos y familiares— “lo loco que es todo esto”. Una llamada habitual a mi padre comienza con un repaso cordial de la abultada cifra de muertos, el profundo colapso económico y el terror paralizante que ambos experimentamos en nuestra incursión del fin de semana al supermercado. Después de esa purificación, volvemos al propósito de nuestra llamada telefónica. En el futuro previsible, no se espera que nadie se encuentre bien.

La textura provocativa de la charla trivial de la era del coronavirus nos proyecta a lo profundo de nuestros sentimientos: podemos entrar en pánico de manera más libre y abierta. Ya no hay espacio para el artificio.

En ese sentido, probablemente ahora seamos ciudadanos más honestos de lo que fuimos en el pasado. Sin embargo, he empezado a extrañar la naturaleza displicente de nuestros indicadores lingüísticos previos a la COVID-19. Me estoy dando cuenta de que la charla trivial es un lubricante necesario para el funcionamiento de la sociedad. Deborah Tannen, profesora de Lingüística de la Universidad de Georgetown y autora de You Just Don’t Understand, cree que los seres humanos consiguen un equilibrio cuando hablan sobre nada en específico. Comprueba que somos capaces y estamos dispuestos a ser amistosos con los otros, y que los parámetros de nuestro intercambio solo estarán limitados por las cosas en las que podemos estar de acuerdo. Sin importar el lugar en el que estés en el mundo, resulta descortés expresar una inquietud existencial con la primera impresión. La pandemia ha roto esa regla de oro.

“Si todos fuéramos extraños y no intercambiáramos palabra a menos que tuviéramos algo importante o personal que decir, no tendríamos muchas conversaciones”, afirmó Tannen. “Esto aplica para cada cultura. Al igual que dar la mano o hacer la señal de despedida, tenemos maneras físicas y verbales para indicar ‘estamos juntos en esto’, ‘ambos somos humanos’”.

Quizás esa es la razón por la que la ausencia de la charla trivial ha sido una experiencia tan desconcertante. Personas que apenas conozco me muestran voluntariamente sus nervios exaltados desde el segundo en que empezamos a conversar. Cada entrevista, cada reunión de trabajo y cada interacción en una tienda está signada por estas nuevas normas.

En su mejor momento, la charla trivial nos permitía escapar de las presiones globales que nos acosaban. Era una oportunidad para perderse en el entorno de la cortesía y pretender que todo estaba bien. La charla trivial aseguraba que nuestros peores miedos no interferirían con los placeres simples de tener compañía. Me gustaría volver a ser capaz de hablar de otra cosa.

Tannen le atribuye este fenómeno a una anomalía en la comunicación estadounidense. En algunas partes de Asia Oriental, la versión semántica del saludo “¿Cómo estás?” se traduce en “¿Ya comiste arroz?”. Al igual que su contraparte estadounidense, ese saludo está diseñado para ser interpretado ceremonialmente y no de manera literal (los hongkoneses tienden a responder con un “Sí, ya”). Sin embargo, gramaticalmente, “¿Ya comiste arroz?” es también más neutral y específico comparado con el introspectivo “¿Cómo la estás pasando?”. La pandemia cercenó el matiz ritual de nuestra charla trivial de su significado literal. “¿Ya comiste arroz?” siempre tiene la misma respuesta. “¿Qué tal va tu vida?”, como hemos podido constatar, es una interrogante mucho más volátil.

“Dadas las circunstancias en las que estamos justo ahora, las personas realmente se están preguntando cómo lo están pasando otras personas”, afirmó Tannen. “Todos, de alguna manera, estamos lidiando con una situación caótica y disruptiva. No preguntar algo específicamente relacionado con eso o no contestar de una manera que considere esa situación sería irreal y hasta se podría decir que inapropiado. Asumo que si estuvieras en un país donde la frase de entrada fuera ‘¿Ya comiste?’, la situación sería diferente”.

Varias personas que conozco ya están empezando a entender eso. Mi novia comienza sus llamadas semanales de trabajo con un simposio de chismes. Ella y sus compañeros de trabajo ventilan algunos chismes escandalosos que recopilaron cerca de la máquina virtual de café de la oficina antes de dedicarse a la agenda del día. Otros amigos han creado sus propios métodos para romper el hielo —preguntas relajadas sacadas del primer día de clases como “¿cuál es la mejor película que has visto recientemente?” o “¿qué libro estás leyendo?”— al inicio de sus encuentros por Zoom, como una barrera para evitar el discurso pandémico. Esta es nuestra manera de hacer charla trivial, evitando a toda costa realizar la pregunta temida de “¿cómo estás?”. A estas alturas, la mayoría ya sabemos la respuesta.

Tannen apoya esas estrategias. Si, en sus palabras, no quieres “abrir las compuertas”, entonces atenúa tu saludo con algo positivo, ligero y que todos hagan. “‘¿Qué es lo mejor que has comido?’ y no ‘¿Comiste algo esta semana que haya resultado ser decepcionante?’”. Esa es la esencia de las charlas triviales, conversaciones ligeras sobre el clima, el fin de semana y los Knicks.

Es irónico el alivio que ahora encontramos en una de nuestras responsabilidades sociales más fastidiosas. Es irónico lo mucho que añoramos hablar de nada importante. Quizás sea una señal. Las cosas habrán oficialmente regresado a la normalidad cuando podamos decir que estamos bien, sin realmente sentirlo.

Luke Winkie es un escritor de San Diego. Ha colaborado con Vox, The Washington Post y The Atlantic.

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