El ‘Costa Concordia’ como modelo

Una reciente viñeta de El Roto en este periódico, tan brillante como afortunada, presentaba al capital como responsable de la destrucción del capitalismo y lo comparaba con lo que sucede en las enfermedades autoinmunes. En ellas, en efecto, el propio sistema responsable de su supervivencia, debido a su desgobierno, actúa como mediador de la destrucción del individuo al que debía proteger.

La etimología de la palabra “gobernar” es bien conocida: esta palabra, junto con toda su familia léxica, procede en última instancia del verbo griego kybernân que significa literalmente “pilotar una nave”. Con aquel lejano origen marinero se relacionan también otras metáforas hoy manidas, como la nave del Estado, el gran timonel, perder el norte, andar sin rumbo y tantas otras del mismo tenor.

El pasado 13 de enero encalló en la costa italiana de la Toscana, frente a la isla de Giglio, un enorme trasatlántico de 115.000 toneladas, el Costa Concordia, que era el mayor barco jamás construido en Italia. Tenía 1.500 cabinas, gimnasio, spa, sauna, solárium, cuatro piscinas, cinco restaurantes, trece bares, un teatro de tres pisos, casino, discoteca y otros varios lugares de ocio y esparcimiento.

Su naufragio dejó 32 muertos y 4.198 evacuados y en el momento de su imperdonable y absurda colisión, carecía propiamente de gobierno, al menos en su sentido etimológico: el capitán del barco estaba cenando en su camarote con una joven moldava y, en un principio, no le dio demasiada importancia a la colisión; poco después, al ver la gravedad del choque, fue de los primeros en abandonar la nave, en compañía de su joven invitada.

La indignación que su comportamiento produjo en gran parte de la opinión pública italiana y del resto del mundo no fue compartido, sin embargo, ni en su pueblo natal ni en otros sectores de la sociedad italiana, porque si bien no podía calificarse de ejemplar su actuación, se disculpaba porque al fin y al cabo se trataba de uno de los nuestros y por lo tanto había que perdonar su pecadillo que, para mayor abundamiento, era debido a un repentino y apasionado amor.

En el comportamiento de Francesco Schettino, que así se llama el capitán, se da una serie de vicios que hoy resultan bastante frecuentes entre no pocos líderes sociales: frivolidad, irresponsabilidad o, mejor dicho, no asunción de la propia responsabilidad, falta de ejemplaridad, desvergüenza e insolidaridad. No debería extrañarnos, sin embargo, tal concentración de vicios detestables en el señor Schettino porque, como ya decía Cicerón, quales in re publica principes essent, tales reliquos solere esse cives, “tal como son las personalidades en los asuntos públicos, así suelen ser los demás ciudadanos”, y habrán de reconocernos que este capitán de barco no había tenido un modelo de comportamiento ejemplar en, por ejemplo, su ex primer ministro Silvio Berlusconi, en quien no sería difícil encontrar también muestras de frivolidad, irresponsabilidad, falta de ejemplaridad, desvergüenza o insolidaridad.

Que nadie crea que este tipo de comportamientos poco ejemplares se dan solo en Italia, o que se dan solo en la justamente denostada clase política, en absoluto. Aquí en España, sin esforzarse demasiado, encontramos abundantes casos de comportamientos antimodélicos en todas las instancias y todos los sectores sociales, como Hijas de la Caridad que trafican con bebés; sacerdotes que abusan de niños y niñas ante el silencio cómplice de la Conferencia Episcopal; gobernantes que dilapidan fondos públicos en inútiles obras faraónicas o en francachelas; banqueros que arruinan bancos y reciben a cambio compensaciones millonarias; magistrados que disculpan o exculpan delitos tipificados de algunos colegas, pero expulsan de la carrera judicial a otros por notorias filias o fobias; parlamentarios que se comportan como estridentes gamberros cuando asisten a las sesiones, o que con excesiva frecuencia están clamorosamente ausentes de sus escaños; empresarios que celebran sus cuantiosos beneficios con recortes de plantilla o su sustitución por mano de obra precaria; periodistas que falsean la realidad de manera grosera para ahormarla a sus prejuicios o a sus conveniencias, o investigadores carentes de un número presentable de publicaciones científicas, por mencionar solo algunos casos a los que no sería difícil poner nombres propios.

Lo que nos llega de otros países europeos, por no ir más allá de estos pintorescos minifundios en los que vivimos, tampoco suele ser muy ejemplar y no queda por ello muy claro hasta qué punto se puede exigir la cabeza de Schettino y pasar por alto tantos otros comportamientos igualmente frívolos, irresponsables y carentes de la más mínima ejemplaridad y que, al igual que el naufragio del Costa Concordia, producen víctimas bien reales.

En la presuntamente virtuosa Alemania, por ejemplo, ha tenido que dimitir no solo su aristocrático ministro de defensa, por haber malcopiado su tesis doctoral, sino incluso el presidente de la república, por comportamientos no solo poco inteligentes, sino también dudosamente honestos, y podríamos encontrar ejemplos parecidos en otros países, sin salirnos de este civilizado continente.

En la investigación biomédica se suelen utilizar sencillos modelos animales de cuya observación y manipulación se pueden extrapolar resultados útiles para comprender organismos más complejos. Nos referimos a modelos como la mosca Drosophila melanogaster, el gusano Caenorhabditis elegans o el ratón Mus musculus cuya complejidad es obviamente inferior a la de los humanos, pero que nos ofrecen unos conocimientos necesarios para comprender nuestros propios y más complejos organismos.

El naufragio del Costa Concordia podría ser utilizado también como si fuese un modelo de laboratorio, para poder observar detenidamente cómo y por qué tantas personas informadas, formadas y con grandes responsabilidades actúan con frecuencia de una manera tan irresponsable y tan poco ejemplar.

La observación atenta de ese modelo podría servir, así, para revisar la secuencia cronológica de acontecimientos y la cadena de toma de decisiones y proponer, en consecuencia, modificaciones de los protocolos de actuación que permitan crear o reforzar mecanismos que , como sucede en el sistema inmune, ofrezcan defensas frente a los riesgos de la irresponsabilidad rampante.

De esta forma podríamos convertir la falta de ejemplaridad de Schettino en una especie de antígeno que a la manera de las vacunas, sirvan para prevenir la autoinmunidad frente a la irresponsabilidad, la desvergüenza y el desgobierno.

Javier López Facal y Carlos Martínez-Alonso son profesores de Investigacion del CSIC.

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