Este martes se ha producido un hecho que, unido a los resultados de las elecciones del 20 D, marcará la vida política española para varias décadas. Una nueva generación de líderes políticos ha decidido hacerse cargo de los destinos del país. Un joven e inexperto líder del PSOE, Pedro Sánchez, ha aceptado el encargo de un joven y reciente jefe de Estado, Felipe VI, para que intente buscar apoyos a su candidatura a la presidencia del Gobierno. De alguna manera, ambos han ligado sus trayectorias políticas.
Hay algo de 'dejá vu' en esta decisión, de ecos de algo que ya ha ocurrido antes. En 1982 un joven jefe de Estado, Juan Carlos I, encargó la formación de Gobierno a un joven e inexperto líder del PSOE, Felipe González. Es cierto que este había obtenido mayoría absoluta en las elecciones. Pero el joven Rey se la jugó al señalar que España necesitaba "un pase por la izquierda" y una nueva generación. También en aquel caso dos líderes jóvenes ligaron su trayectoria política.
Un relevo generacional de este tipo al frente de la gobernación de un país genera miedos, incertidumbres y riesgos. Los miedos acostumbran a venir de las viejas élites de los partidos que temen perder sus puestos o su influencia. Los estamos viendo en los llamados barones del PSOE, especialmente en la líder del PSOE andaluz, y presidenta de Andalucía, Susana Díaz. Y también en el movimiento táctico de Mariano Rajoy de ceder el turno de investidura a Sánchez con la esperanza de quemarlo. Un movimiento táctico arriesgado, porque, tanto si acierta como no, es posible que sea la joven generación de líderes del PP la que haga el relevo interno.
Las incertidumbres vienen especialmente del mundo financiero empresarial. Ya sucedió en los años ochenta. Recuerdo vivamente el pánico que le entró al mundo financiero y empresarial español y a los inversores internacionales con la llegada de González al poder. Es lógico. El dinero es, de natural, asustadizo y alérgico a los cambios políticos. Pero tarda poco en acostumbrase a ellos.
Los riesgos vienen de la inexperiencia de gobierno de la nueva generación que está entrando en la vida política española a partir de las elecciones del 20-D. Inexperiencia de gobierno que no es solo del líder del PSOE, sino también del joven líder de Podemos, Pablo Iglesias, y del de Ciudadanos, Albert Rivera. A todos ellos se les puede aplicar el comentario malicioso de Rajoy de falta de experiencia cuando dijo que, para hacerse cargo de la gobernación del país, al menos se requería haber sido concejal en algún ayuntamiento. Este riesgo de inexperiencia se acrecienta en este caso por el hecho de que las elecciones del 20-D han roto con el bipartidismo dominante en la política española desde la Transición. Una situación inédita que introduce riesgos adicionales en la medida en que no tenemos una cultura política de coalición, como si ocurre en la mayoría de países europeos. La sociedad española ha de aceptar que tendrá que pagar el coste de aprendizaje de gobernar en coalición. No hay nada gratis en la vida. No se puede desear acabar con el bipartidismo y la dictadura de partido que ha dominado la vida española y, a la vez, preocuparse en exceso por los problemas de la política de multipartido. Son las dos caras de una misma moneda.
¿Cuál es ese coste de aprendizaje? Por un lado, de tiempo. Por otro, de riesgo de inestabilidad política. El coste en términos de tiempo para formar coaliciones es inevitable. Ocurre en todos los países europeos con democracias consolidadas. Si en esos países con larga tradición de cultura de coalición se tarda en formar Gobierno, no podemos esperar que, nosotros, que no la tenemos, vayamos rápido. Por otro lado, hay un coste de aprender a gobernar en coalición en términos de mayor inestabilidad política. Puede ocurrir tanto con la fórmula de Gobierno de coalición como de gobierno en minoría con un acuerdo de apoyo parlamentario. A priori no es posible determinar cual será, aunque la segunda tiene más probabilidad.
Recuerdo que con ocasión de la formación del primer Gobierno tripartito catalán, le comenté al presidente Pasqual Maragall ese riesgo derivado de gobernar con partidos y líderes sin experiencia de gobierno. Su respuesta fue taxativa: ya fuese para bien o para mal, era inevitable que la sociedad catalana tuviese que pagar un coste por el aprendizaje de gobernar. En todo caso, para reducir ese riesgo al mínimo es mejor pagar un mayor coste inicial de tiempo para lograr un buen acuerdo, que aceptar uno rápido que incremente después el coste de inestabilidad política. Las prisas son malas consejeras.
Antón Costas, Catedrático de Política Económica (UB)