En el momento que los miembros de la élite financiera del mundo convergen en Washington, D.C. para asistir a las reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, no pueden evitar escuchar otro llamamiento urgente para revertir el retroceso de la globalización. La debilitación del comercio, se supone, debe ser una tendencia adversa que necesita ser abordada. Sin embargo, la suposición es simplista, en el mejor de los casos.
El problema radica en la falta de comprensión de lo que impulsó el crecimiento del comercio en el transcurso de las últimas décadas. Es cierto, se han realizado esfuerzos para frenar la actual desaceleración. El más reciente informe sobre las Perspectivas de la Economía Mundial que publica el FMI dedica un capítulo entero a dichos esfuerzos.
Sin embargo, no se han identificado nuevas barreras significativas que impidan el comercio. Por el contrario, el FMI declara que alrededor de las tres cuartas partes de la desaceleración del crecimiento del comercio es el resultado de la “debilidad generalizada de la actividad económica”, especialmente de la inversión. El Fondo también afirma que “el ritmo menguante de la liberalización del comercio y el reciente repunte en el proteccionismo” han desempeñado un papel, aunque el mismo no es cuantificable.
Incluso, a pesar de que no se establece una clara comprensión de lo que está impulsando las tendencias actuales, el informe del FMI llama a la acción para reactivar el “ciclo virtuoso del comercio internacional y el crecimiento”. Claramente, la fe que se deposita en el comercio es muy fuerte.
Pero la fe es parte del problema. La fe ciega en la globalización llevó a muchos a exagerar sus beneficios, creando expectativas imposibles relativas a la liberalización del comercio. Cuando esas expectativas no se cumplieron, muchas personas se sintieron engañadas y rechazaron el libre comercio.
Esto no quiere decir que no hay ningún caso empírico sobre liberalización del comercio. Desmantelar las barreras comerciales permite a los países comenzar a especializarse en los sectores en los que son más productivos, lo que conduce a un mayor crecimiento y a niveles de vida superiores para todos. Y, en efecto, a partir de los años 1950 hasta los 1980, el proceso de ruptura de las altas barreras comerciales que se habían erigido durante la Segunda Guerra Mundial brindó mayores ganancias.
Pero estas ganancias se agotaron con el transcurso del tiempo. La teoría económica supone que las ganancias provenientes de la reducción de las barreras comerciales disminuyen más rápidamente en la medida que dichas barreras se tornen más bajas. Por lo que no debería haber causado sorpresa el hecho que, a principios de la década de 1990, cuando los aranceles y otras barreras al comercio ya habían alcanzado niveles muy bajos, los beneficios tradicionales de la liberalización comercial, en gran medida, ya se habían agotado. La eliminación de las pequeñas barreras que aún quedaban no hubiese tenido mucho impacto.
Lo que sí produjo un impacto fue un auge de dos décadas de duración en los precios de las materias primas. Los altos precios permitieron que los principales exportadores de materias primas importen más y puedan aplicar políticas para fomentar el crecimiento en el país – un boom para el crecimiento mundial. Es más, debido a que las materias primas representan una gran parte del comercio mundial, los precios en aumento impulsaron su valor total.
En lugar de reconocer el papel de los precios de las materias primas en el fortalecimiento tanto del comercio como del crecimiento en la década del año 2000, la mayoría de los economistas y políticos atribuyeron esas tendencias positivas a las políticas de liberalización del comercio. Al hacerlo, reforzaron la idea de que la “hiper-globalización” era la clave para las enormes ganancias para todo todos.
Pero el crecimiento impulsado por los precios de las materias primas, a diferencia del producido por el desmantelamiento de las barreras comerciales, provocó un descenso del nivel de vida en los países avanzados importadores de materias primas, ya que redujo el poder adquisitivo de los trabajadores. Ningún político se atrevió a hacer esta distinción. Por eso, cuando los trabajadores de los países avanzados se vieron económicamente apretados, ellos llegaron a la conclusión de que la globalización era el problema.
El papel de las materias primas en las más recientes luchas de los trabajadores de los países avanzados se refleja en las diferencias entre las vivencias de las personas en Estados Unidos y Europa. Debido a que EE.UU. produce gran parte de su propio petróleo y gas, el aumento de los precios de las materias primas tuvo un menor impacto sobre su economía en su conjunto en comparación con lo ocurrido en Europa.
Pero, para los trabajadores de manera individual, el impacto del aumento de los precios de las materias primas fue mayor en EE.UU. – la razón no menos importante fue que en Europa los altos impuestos de ventas se tradujeron en que incluso una duplicación de los precios del petróleo crudo produjo únicamente un modesto aumento de los precios en la bomba de gasolina. Sólo los productores de petróleo, y un pequeño número de trabajadores en el sector, se beneficiaron de los precios del petróleo en EE.UU.
Incluso de esta forma, los altos precios de las materias primas – y, de manera especial, del petróleo – crearon la ilusión de riqueza para EE.UU., que, a diferencia de los países europeos, no sintió la necesidad de aumentar sus exportaciones de productos manufacturados para equilibrar sus cuentas externas. Por lo tanto, EE.UU. permitió que su sector manufacturero se estanque, a medida que su balanza externa se deterioraba. Como resultado, los trabajadores estadounidenses se vieron exprimidos desde dos lados.
Todo esto ocurrió en aproximadamente al mismo tiempo que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte estaba empezando a aplicarse. A pesar de que la mayoría de los estudios muestran que las pérdidas netas de empleos debido al NAFTA fueron limitadas, esta sincronización de momentos creó la impresión de que los acuerdos de libre comercio – y la globalización en general – era un pésimo negocio para los trabajadores estadounidenses.
Cuando la crisis financiera mundial entró en erupción en el año 2008, destruyendo el valor de las casas que había mantenido a dichos trabajadores sintiéndose ricos, el verdadero peso de la situación cayó sobre los trabajadores estadounidenses. Esto creó una ventana de oportunidad para que demagogos como el candidato presidencial republicano Donald Trump gane apoyo sustentándose en promesas de prosperidad a través del proteccionismo.
Después de haber mal entendido las causas del extraordinario crecimiento en el comercio en las últimas décadas, las élites políticas sobrevaloraron la globalización. Cuando se tiene en cuenta la distancia entre sus promesas – explícitas y no explícitas – y la vivencia real de muchos trabajadores, la reacción actual contra la apertura comercial no debería causar ninguna sorpresa.
Sin embargo, hay buenas noticias: si la disminución en el volumen del comercio se debe a los menores precios de las materias primas, esta disminución beneficiará en gran medida a los trabajadores de los países avanzados. Tal vez esto llegará a ser suficiente para aliviar la demanda de nuevas e innecesarias barreras comerciales.
Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister. He is the editor of Economie Internationale and International Finance. Traducción de Rocío L. Barrientos.