El costo elevado de un euro fuerte

Europa está experimentando una crisis “buena”. A pesar del daño ocasionado por la pandemia del COVID-19 y la recesión consiguiente, su respuesta ha minimizado los daños e impulsado la confianza en la economía. Sin embargo, hasta estas noticias positivas conllevan riesgos.

La Unión Europea ha hecho un mucho mejor trabajo a la hora de frenar las infecciones y fatalidades por el COVID-19 que, por ejemplo, Estados Unidos. Es más, su respuesta en materia de política económica ha sido mucho mejor de lo esperado: todos los estados miembro tomaron medidas fuertes para incitar a las empresas a no despedir empleados. Como resultado de ello, el desempleo casi no ha aumentado.

Si la recuperación económica de la UE es tan fuerte como parece posible hoy, a las empresas les debería resultar fácil reiniciar la producción con la misma fuerza laboral que tenían antes de la crisis. Mientras tanto, fuertes medidas fiscales discrecionales están respaldando la demanda.

Ahora, los inversores en todo el mundo están mirando a la UE con nuevos ojos. En lugar de desestimar al bloque y considerarlo un caso económico y político perdido –una colección de economías de crecimiento lento que parecen no dejar de pelearse entre sí-, están empezando a apreciar su formulación de políticas lenta pero sólida, por lo general basada en la ciencia. El nivel relativamente bajo de deuda pública en muchos países también ayuda.

Esto no significa que los inversores esperen milagros de la economía de la UE. Pero le está yendo mucho mejor que a muchos. En Estados Unidos, por ejemplo, el desempleo se ha disparado; el PIB se contrajo el 9,5% en el segundo trimestre de 2020 -32,9% interanual-, el peor desempeño económico desde 1947; y la formulación de políticas se ha vuelto profundamente sesgada y errática. Como dice el proverbio, en el país de los ciegos, el tuerto es rey.

El fondo de recuperación por la pandemia de la UE de 750.000 millones de euros (886.000 millones de dólares) recientemente acordado –que incluye la primera emisión a gran escala de bonos europeos- ha impulsado su reputación aún más, despejando temores sobre la cohesión de la moneda común. Los márgenes de riesgo en los bonos gubernamentales de países como Italia, España y Portugal han caído –un desenlace que debería ayudarlos a capear la crisis.

Pero una consecuencia esencial de la creciente confianza en la UE –una presión alcista sobre el tipo de cambio del euro- podría contrarrestar los beneficios de las primas de riesgo más bajas. El tipo de cambio tiende a tener un impacto fuerte e inmediato en el crecimiento en Europa. Por ejemplo, la fortaleza relativa del euro a fines de 2017 contribuyó a una desaceleración del crecimiento en los dos años subsiguientes. Hoy, la moneda es aún más fuerte que en 2017: en las dos últimas semanas, su tipo de cambio promedio ponderado ha aumentado el 5%, alcanzando un pico de cinco años.

El problema reside en el hecho de que la eurozona es una economía muy abierta, en la que las exportaciones de bienes y servicios alcanzan casi el 30% del PIB. En Estados Unidos, esa cifra representa apenas el 12% del PIB. El comercio también es menos importante para la economía en Japón y China, lo que implica que la eurozona es la más “globalizada” de las cuatro economías más grandes del mundo.

Esta combinación de apertura y dependencia de las exportaciones significa que la eurozona podría estar en serios problemas si el euro sigue subiendo. Quienes presionan para que el euro tenga un papel internacional más fuerte deberían tomar nota: si bien un cambio semejante podría ser deseable desde un punto de vista geopolítico, las implicancias económicas son menos claras. Para una economía sumamente abierta como la eurozona, ciertamente implican desventajas significativas.

La situación es algo diferente para Estados Unidos, en parte por el papel global del dólar. Si bien una moneda fuerte mina la competitividad de las exportaciones y el empleo, la vulnerabilidad de la economía estadounidense a las fluctuaciones del tipo de cambio es limitada, porque no es tan abierta.

Como demuestra una investigación reciente del Fondo Monetario Internacional, el abrumador predominio del dólar estadounidense en las facturas comerciales –el llamado Paradigma de la Moneda Dominante- también marca una gran diferencia.

Como la mayoría de los exportadores en todo el mundo facturan en dólares, sus precios de exportación siguen siendo relativamente estables, inclusive cuando el tipo de cambio de la moneda local frente al dólar cambie. Como resultado de ello, ni estas economías ni la economía estadounidense parecen beneficiarse sustancialmente de una depreciación de la moneda local en el corto plazo, o sufrir significativamente como consecuencia de su apreciación.

Los exportadores de Europa son la excepción: como tienden a facturarse en euros, las exportaciones europeas se vuelven menos competitivas en todas partes cuando el euro se aprecia frente al dólar. Mientras que una depreciación del dólar no ayuda a la economía estadounidense, sí afecta a Europa. En cuanto a una depreciación del euro, los principales beneficiarios podrían ser las economías emergentes, pero sólo aquellas que exportan productos industriales. Los exportadores de materias primas experimentan una caída en las ganancias por exportaciones.

Durante años, los responsables de las políticas en la UE han venido presionando para que el euro desempeñara un papel global más fuerte. Dada su respuesta positiva a la crisis del COVID-19, tal vez estén a punto de que se les cumplan sus deseos. Pero quizá no pase mucho tiempo antes de que se den cuenta de que toda rosa tiene sus espinas.

Daniel Gros is Director of the Centre for European Policy Studies.

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