El COVID-19 y la nueva batalla de ideas de Europa

El COVID-19 y la nueva batalla de ideas de Europa

Europa puede ver la luz al final del túnel del COVID-19 en tanto las cifras de infecciones y muertes diarias como consecuencia del virus caen gradualmente en todo el continente. Pero las repercusiones económicas del “Gran Confinamiento” todavía están por venir. El Fondo Monetario Internacional pronostica que la eurozona experimentará una caída del PIB real de más del 7% este año y sólo se recuperará en parte en 2021, lo que hará que esta crisis sea más profunda incluso que la Gran Recesión de 2008-09.

Europa, o más bien la Unión Europea, ha estado esencialmente perdida en acción durante la crisis más seria del continente en generaciones. Los estados miembro no sólo entablaron una disputa indecorosa para asegurarse suministros médicos escasos, sino que también han hecho un progreso tangible mínimo respecto de la contribución de la UE a los costos económicos y financieros de la crisis.

Es verdad, el Banco Central Europeo ha hecho legítimamente todo lo posible para calmar a los mercados financieros. Pero los estados miembro de la UE siguen empantanados en la cuestión clave de si el bloque puede ayudar o no a los países en aprietos financieros, y si lo hará.

En la superficie, la principal disputa tiene que ver con que si la UE debería o no emitir “coronabonos” mutualizados para financiar el gasto en atención médica y otros dispendios relacionados con la crisis en los países más afectados. Sin embargo, la pelea real no tiene que ver con “instrumentos financieros innovadores”, como dijeron diplomáticamente los ministros de Finanzas de la eurozona en su reunión más reciente, sino con la dirección futura de la política fiscal y hasta del propio euro.

En su esclarecedor libro The Euro and the Battle of Ideas (El euro y la batalla de ideas), los economistas Markus Brunnermeier, Harold James y Jean-Pierre Landau analizaron el papel que jugaron las ideas en 2010-14, cuando la eurozona por momentos parecía en peligro de desintegrarse. A su entender, la gestión de la crisis del euro estuvo dominada por enfrentamientos entre Francia y Alemania, y las posturas de los dos países estaban ampliamente determinadas por las ideas económicas fundamentales que dominaban sus debates domésticos.

Esta vez, en cambio, la grieta principal está claramente entre Alemania e Italia.

El presidente francés, Emmanuel Macron, se encuentra en una posición relativamente cómoda, porque la mayoría de los votantes franceses no tienen una opinión sólida sobre los eurobonos o los coronabonos. En cambio, estos instrumentos están en el centro del debate doméstico tanto en Italia como en Alemania –pero cada país los ve de una manera diferente.

En Italia, los coronabonos son considerados la expresión natural de la solidaridad europea. El gobierno sostiene que la crisis del COVID-19 no se podría haber previsto, que Italia por lo tanto merece ayuda de sus socios europeos y que los coronabonos son la única solución aceptable.

Muchos alemanes, por otro lado, consideran que los coronabonos son un peligro mortal, porque abrirían la puerta a los temidos eurobonos –lo que implicaría que los contribuyentes alemanes se volverían pasibles de la deuda italiana.

Los defensores razonables de los coronabonos en Francia, España e Italia no entienden esta objeción. Después de todo, sostienen, no están pidiendo una garantía alemana de la deuda italiana existente, sólo que los gastos adicionales que surjan de esta crisis estén financiados por un instrumento europeo común. Pero los políticos holandeses y alemanes temen una expansión del mandato en la que una emisión limitada de coronabonos abra el camino a sumas grandes e incontroladas de otros instrumentos.

Tampoco ayuda que muchos en Italia y otras partes efectivamente sueñen con que los coronabonos les abran la puerta a los eurobonos. Desde hace mucho tiempo piensan que la eurozona necesita instrumentos de deuda comunes para convertirse en una unión monetaria “completa”, y ven la crisis actual como el momento ideal para alcanzar este objetivo.

La razón esencial para esta desconfianza mutua es la falta de una visión compartida con respecto a los principios fiscales subyacentes de largo plazo. Y como la gente ve en las crisis lo que quiere ver, que como destacó recientemente Dani Rodrik de Harvard muchas veces es una afirmación de sus creencias de larga data, el sesgo de confirmación no ha hecho más que endurecer las posturas de los lados opuestos.

Así, los alemanes ven en la crisis una justificación de su estrategia prudente en materia de política fiscal, porque años de presupuestos equilibrados implican que su gobierno ahora puede gastar mucho más para ayudar a los trabajadores y empresas alemanes a superar la crisis. Pero los críticos de larga data de la “austeridad” ven en el gran déficit presupuestario de Alemania una confirmación de su propia postura. Después de todo, nadie puede objetar los grandes déficits en este momento.

Desafortunadamente, este diálogo de sordos distrae la atención de la cuestión real, concretamente la dirección de la política fiscal una vez que se haya superado la crisis inmediata. ¿Los gobiernos deberían intentar equilibrar sus presupuestos lo más rápido posible y volver a empezar a reducir la deuda? ¿O deberían seguir teniendo déficits mientras las tasas de interés se mantengan bajas? El resultado final de esta batalla de ideas fiscales será decisivo para el futuro del euro.

No se trata de una cuestión que se volverá relevante sólo en algún futuro distante cuando la economía se haya recuperado. En el más corto plazo, mientras esta batalla no se resuelva, a los estados miembro les costará llegar a un acuerdo sobre una estrategia europea común para superar la crisis actual.

Daniel Gros is Director of the Centre for European Policy Studies.

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