El COVID-19 y la Trampa de Tucídides

Como advirtió Graham Allison de la Universidad de Harvard, “cuando una potencia en ascenso como Atenas o China amenaza con desplazar a una potencia reinante como Esparta, que había dominado a Grecia durante un siglo, o los Estados Unidos, básicamente deberían sonar las alarmas”. Hoy en día, las campanas de alarma suenan tan fuerte que no están dejando oír las ideas que podrían hacer que Estados Unidos y China escapen a lo que Allison llamó la “Trampa de Tucídides”.

Tres son los caminos que hay por delante: uno puede ser un callejón sin salida, otro llevará a la ruina y el tercero podría producir una recuperación global. El primero va en la dirección que el historiador británico Niall Ferguson ha descrito como el modelo “Chimérica”: un matrimonio entre las economías estadounidense y china. Es una perspectiva que reconoce la realidad de la economía del siglo veintiuno, en que las cadenas de valor globales están profundamente integradas.

Pero puede que este modelo ya no sea factible, debido a los desequilibrios económicos a los que ha dado origen. Considerando la reacción generalizada contra la globalización y China, particularmente en los Estados Unidos, cada vez es más difícil que el proceso de integración sino-estadounidense pueda resucitar. En cualquier caso, ya se está produciendo un amplio “desacoplamiento”.

El segundo camino llevaría a una situación de enfrentamiento en que China y Estados Unidos buscarían debilitarse mutuamente. Ocurriría de manera pasiva: una potencia observaría de brazos cruzados las dificultades de la otra. O uno o ambos bandos fomentarían activamente agitaciones internas en su contrincante, incluso implicándose en sabotajes directos. De más está decir que ese camino no solo sería inmoral, sino también peligroso. Ningún político responsable debería apoyar una espiral descendente como esta.

El tercer camino conduce a recuperar la confianza mutua, centrándose en intereses que ambos compartan y combatiendo a enemigos en común. Volviendo al paradigma histórico de Allison, merece la pena recordar que, si bien Esparta surgió como vencedora de la Guerra del Peloponeso, tras ella sufrió un declive que abrió el camino a que el reino periférico de Macedonia ascendiera al poder con Filipo II.

En el caso actual, una vez China determinó la gravedad de la amenaza del COVID-19, hizo enormes sacrificios para contener el virus, creando con ello una ventana de oportunidad para que Estados Unidos y el resto del planeta comenzaran a prepararse para la pandemia. Tras haber aplanado la curva de contagio dentro de sus fronteras, China está demostrando su solidaridad global al enviar profesionales e insumos médicos a otros países que los necesitan.

Sin embargo, más que reconocer la firmeza de China y agradecerle su ayuda, Estados Unidos ha redoblado sus críticas. Como observara el economista malayo Andrew Sheng, “Cualquier cosa que China haga motivada por la buena voluntad será tratada como una conspiración para hacerse con el poder. A los ojos de Occidente, no hay nada que China pueda hacer bien”. Esta predisposición es muy desafortunada: Graham nos recuerda la historia para que no la olvidemos, especialmente en momentos en que parece estarse repitiendo.

No tiene por qué ser así. A partir de hoy, China y los Estados Unidos podrían empezar a reconstruir su relación mediante iniciativas bilaterales y globales guiadas en conjunto para paliar la pandemia del COVID-19 y hacer que la economía global vuelva a un camino de crecimiento sostenible.

Si bien las relaciones sino-estadounidenses han sido tensas últimamente, los dos países tienen un historial de acercamientos para luchar contra enemigo en común. Tras los ataques terroristas a EE.UU. del 11 de septiembre de 2001, China y Estados Unidos colaboraron intensamente para contrarrestar la amenaza de al-Qaeda y sus secuaces. Luego, tras la crisis financiera de 2008, volvieron a colaborar para evitar que el mundo cayera en otra depresión global. Y en 2014, ambas naciones firmaron un trato que allanó el camino para el acuerdo climático de París.

Como la crisis global que es, la pandemia del COVID-19 también debería enfrentarse como a un enemigo en común. Después de todo, los virus no respetan fronteras políticas ni distinguen entre razas ni nacionalidades. Ningún país puede ganar esta guerra por sí solo. Al menos por ahora, nuestro interés común por derrotar al COVID-19 supera con creces nuestras diferencias. Al exigir que China y los Estados Unidos tomen el tercer camino, la crisis del COVID-19 ha abierto una salida a la Trampa de Tucídides.

Sin duda, dos países con historias tan ricas y variadas como las de China y Estados Unidos están destinados a tener sus diferencias. En los últimos años, estas han acentuado las tensiones en su relación, pero no se puede negar que ambos tienen los mismos intereses básicos al combatir retos globales como la pandemia del COVID-19, el cambio climático, la inestabilidad financiera y otros enemigos en común que puedan surgir en el futuro.

A diferencia de China y Estados Unidos, los mercados emergentes y los países en desarrollo carecen de los recursos para protegerse de la amenaza de esta nueva pandemia. Juntas, ambas potencias deberían ofrecer propuestas audaces para lograr más fondos mediante una nueva emisión de la moneda de reserva global del FMI, los Derechos Especiales de Giro, así como la cancelación de la deuda de los países más pobres. Solo entonces los gobiernos en problemas se verán con el espacio fiscal para combatir la pandemia y, tras ello, reiniciar sus economías. Si el virus y la crisis económica que conlleva siguen presentes en algún lugar del planeta, representarán una amenaza para todos los países, incluidos China y Estados Unidos.

Yu Yongding, a former president of the China Society of World Economics and director of the Institute of World Economics and Politics at the Chinese Academy of Social Sciences, served on the Monetary Policy Committee of the People’s Bank of China from 2004 to 2006. Kevin P. Gallagher is Professor of Global Development Policy at Boston University’s Frederick S. Pardee School of Global Studies. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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