El crecimiento futuro es un enigma

Para la mayoría de los gobiernos, saber qué tasa de crecimiento económico puede esperarse en años futuros es una pregunta clave. Y al menos para las economías avanzadas, se ha vuelto particularmente difícil de responder.

Si el pasado es buen predictor del futuro, el panorama es sombrío. A partir de 2008, el crecimiento económico estuvo siempre por debajo de las previsiones. De los países más afectados por la crisis financiera, sólo unos pocos (Estados Unidos, Alemania y Suecia) pudieron retomar una senda de crecimiento sostenido, e incluso en esos casos, el PIB de 2013 fue mucho menor a lo que se proyectaba antes de la crisis.

La opinión de consenso entre economistas y políticos es que la crisis financiera y la crisis del euro dañaron la demanda y la oferta, pero que ya comenzó un proceso gradual de recuperación.

Por el lado de la demanda, dice este argumento, la demanda interna todavía padece los efectos del endeudamiento privado de antes de la crisis y del endeudamiento público que se generó como consecuencia de la crisis, y es probable que esto siga así varios años más, hasta que el peso de las deudas empiece a reducirse en forma sostenida. Entonces los consumidores comenzarán gradualmente a gastar e invertir otra vez (como ya comienza a ocurrir en Estados Unidos) y la política fiscal volverá a ser neutral (como ya sucede en Alemania).

Por el lado de la oferta, la crisis redujo el crecimiento potencial de la producción porque (al menos en Europa) las empresas invirtieron menos y eso impidió la adopción de nuevas tecnologías. Además, en algunos casos (por ejemplo el Reino Unido) la caída de los salarios y la flexibilidad de las normas de despido alentaron a las empresas a sustituir capital por mano de obra, con lo que se redujo el nivel de producción por empleado. La saturación de los mercados de capitales y la resistencia al malestar social también demoraron el reemplazo de empresas viejas por otras nuevas más eficientes. El resultado agregado fue una productividad menor a la prevista: en el Reino Unido, se necesitaron más horas-hombre por unidad de producto en 2013 que en 2007. Es probable que el efecto de la crisis sobre la oferta también se mantenga hasta que las empresas inviertan en nuevos equipos, se acelere la innovación y se reanude el proceso de rotación en los mercados de trabajo.

Pero la tesis de que las economías avanzadas se recuperarán gradualmente ha sido blanco de críticas en sus dos partes. Por el lado de la demanda, hace poco Larry Summers (economista de Harvard y alto funcionario estadounidense durante las presidencias de Bill Clinton y Barack Obama) indicó que es posible que los problemas de las economías avanzadas sean producto del estancamiento secular.

Summers considera que el endeudamiento anterior a la crisis no fue una anomalía exógena, sino la consecuencia de una insuficiente demanda global. La distribución global del ingreso se había modificado, con transferencia de ingresos de las clases medias de los países avanzados hacia los ricos y hacia las economías emergentes, lo que dio lugar a un exceso de ahorro a escala mundial. El único modo de evitar el estancamiento era que la clase media se endeudara cada vez más, con la ayuda de bajos tipos de interés y grandes facilidades para el crédito.

Dicho de otro modo, la sobreabundancia de ahorro (como la denominó el ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke) ya existía antes de la crisis y puede seguir afectando la demanda global, a menos que las clases medias de los países emergentes se conviertan en el nuevo consumidor de última instancia de la economía global. Aunque es probable que eso suceda en algún momento, los esfuerzos de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional en el contexto del G-20 para lograr dicho proceso de redistribución de la demanda todavía no han sido suficientes.

Por el lado de la oferta, las dudas surgen de una nueva disputa entre los economistas y los expertos en tecnología en relación con el ritmo del avance tecnológico. Para Robert Gordon, de la Universidad Northwestern, las tecnologías de la información y las comunicaciones ya dieron la mayor parte del aumento de productividad que podía esperarse de ellas, y no hay a la vista una nueva gran ola de innovación que pueda compensar la desaceleración del crecimiento potencial. Los países rezagados todavía podrán cosechar los dividendos de la modernización, pero los países que ya están en la frontera tecnológica deberán aceptar que a partir de ahora, un crecimiento anual per cápita muy bajo, apenas superior al 1%, será lo normal.

En cambio, dos investigadores del MIT, Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, aseguran que todavía está por producirse una “segunda era de las máquinas”. Afirman que el crecimiento incesante del poder computacional, la conectividad internacional y el potencial casi infinito para generar innovaciones nuevas a partir de la recombinación de procesos existentes producirán grandes transformaciones en la producción y en el consumo, así como la máquina de vapor transformó el mundo en el siglo XIX. Esto permitiría esperar una aceleración del crecimiento, al menos si se lo mide correctamente.

Combinar los cuestionamientos a la idea de recuperación de las economías avanzadas citados por Gordon y Summers es desalentador. Si la tesis de Gordon sobre un bajo crecimiento de la productividad es correcta, la herencia de deuda de la crisis y los problemas con las finanzas públicas durarán mucho más de lo previsto. Si además, Summers tiene razón en que la demanda seguirá siendo insuficiente, es probable que la combinación de problemas financieros y desempleo masivo persistente aliente a los gobiernos a adoptar soluciones radicales: impago de deudas, inflación o proteccionismo financiero.

Si por el contrario la razón la tienen Brynjolfsson y McAfee, el crecimiento será mucho más firme y el endeudamiento dejará de ser problema antes de lo esperado. En este caso, la cuestión será cómo lidiar con los efectos que las nuevas tecnologías tendrán en cuanto a reducción de la necesidad de mano de obra y aumento de la desigualdad de los ingresos.

Esto vale especialmente si estas transformaciones se dan en el contexto de desempleo masivo persistente descrito por Summers. El riesgo está en que se produzcan problemas sociales inmanejables, conforme los avances tecnológicos comiencen a ser vistos como beneficio para los ricos y causa de más padecimiento para las masas. En semejante escenario, los gobiernos necesitarán encontrar respuestas innovadoras.

Tal vez estas hipótesis parezcan descabelladas. Pero aunque sean preguntas ciertamente difíciles de responder, no son en absoluto irrelevantes.

Jean Pisani-Ferry teaches at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General for Policy Planning in Paris. He is a former director of Bruegel, the Brussels-based economic think tank. Traducción: Esteban Flamini.

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