El crecimiento se detiene en la Europa Mediterránea

Hay que señalar que, justo ahora que Francia pretende reactivar el proceso de Barcelona a través del proyecto de Unión Mediterránea, que constituye una de las prioridades de su Presidencia de la Unión, las potencias mediterráneas de Europa atraviesan un preocupante bache. España, que era el principal polo de crecimiento, se enfrenta al fin del milagro económico de los años de la Movida. Francia e Italia, los enfermos de la zona euro, ven cómo los intentos de reforma se debilitan por la degradación de la coyuntura mundial.

La vulnerabilidad de la Europa Mediterránea, ante la crisis financiera contrasta con la resistencia de Europa del Norte, ya se trate de las socialdemocracias escandinavas o de Alemania, que se beneficia de una competitividad estructural reforzada, de un mercado laboral flexible (con un desempleo reducido al 7,8%), de la ausencia de una burbuja inmobiliaria y de una política fiscal que ha recuperado el equilibrio. Destaca una falta de productividad y competitividad que tiene su origen en el retraso acumulado en la economía del conocimiento.

España ha llegado al término del ciclo de recuperación pos franquista, que ha finalizado con un crecimiento del 3,8% anual, un desempleo que ha descendido del 24% al 8%, y un superávit presupuestario que representa un 2,2% del PIB. Actualmente, los cuatro motores de la reconquista económica están bloqueados.

La integración europea ha tenido repercusiones para este país, ya que el nivel de vida se incorporó al de la zona euro (21.000 euros anuales), lo que supuso la disminución de las transferencias de la Unión que llegaron a representar hasta un 1% del PIB. La inmigración (4,5 millones desde 1990) contribuye asimismo al aumento del desempleo (9,6%). La crisis inmobiliaria, alimentada por la bajada del precio de los activos y el endeudamiento excesivo de las familias (140% de los ingresos disponibles), desestabiliza un sector de actividad que alcanza un 16% del PIB y emplea a un 20% de la población activa. El turismo sufre como consecuencia de la revalorización del euro. De ahí el efecto tijera entre la reducción del crecimiento (la previsión es del 2,2% para 2008) y la intensificación de los desequilibrios (una inflación del 4,6%; un déficit comercial del 9,6% del PIB; y una tasa de paro que se prevé que superará el 10%, en lugar de los 2 millones de nuevos empleos en 4 años prometidos por José Luis Rodríguez Zapatero).

En Francia, la modernización a la que se comprometió Nicolás Sarkozy después de las elecciones presidenciales de 2007 ha chocado de frente con el debilitamiento de su legitimidad y con la crisis que ha subrayado el descenso de la competitividad del país. El año 2007 vio cómo se agravaba el doble déficit que resume el bajón económico francés: un déficit comercial de 39.000 millones de euros -frente a un excedente de 199.000 millones en el caso de Alemania-, relacionado con el descenso de las cuotas de mercado que se han reducido del 6,5% al 4% del mercado mundial desde 1990; un déficit público del 2,7% del PIB; y una deuda del 64,2% del PIB, todos los cuales demuestran la incapacidad para reestructurar el Estado. A pesar de las múltiples reformas prometidas (flexibilidad de los horarios y de los contratos de trabajo, apoyo a las pyme, normalización del régimen de excepción fiscal francés, adaptación de los regímenes especiales y autonomía de las Universidades), el descenso de la competitividad, así como el nivel excesivo (54% del PIB) y la improductividad de los gastos públicos ocasionarán una nueva disminución del rendimiento de la economía francesa en 2008, con un crecimiento reducido al 1,5%, una inflación del 3,2%, y un déficit y una deuda públicos en torno al 3% y al 65% del PIB, respectivamente.

Italia presenta una situación paradójica. A primera vista, es el farolillo rojo de la zona euro, con un crecimiento inferior al 1% desde el año 2000 y una deuda pública del 106% del PIB. Pero dispone también, igual que ocurre en Alemania y al contrario que en España y en Francia, de una gran especialización sectorial y geográfica, así como de una industria competitiva, unida a unas pymes dinámicas. Las exportaciones italianas aumentaron en un 9,7% en 2007, mientras que el crecimiento ascendía al 2,4% en la zona norte. El dualismo de la economía italiana se refuerza: la población del norte alcanza los 26.800 euros de renta per cápita, con una pobreza reducida al 5,2%, frente a los 14.400 euros per cápita y una pobreza que afecta a un 22,2% de la población en el sur. El norte experimenta una escasez de trabajo (con un desempleo del 3%), mientras que el sur está acorralado por un desempleo estructural (12,2%). En resumen, la impotencia del Estado, la coacción del crimen organizado, la fuerza del corporativismo y la división de la nación refrenan el desarrollo y hacen fracasar regularmente las tentativas de reforma de Italia, cuyo crecimiento se limitará al 0,5% en 2008.

Las tres principales potencias de la Europa Mediterránea conservan características específicas. La vitalidad demográfica de Francia (2,1 hijos por mujer) contrasta con la decadencia de España e Italia (1,2 y 1,3 hijos por mujer, respectivamente). La inestabilidad crónica de las instituciones y de la vida política italianas está muy lejos de la solidez de la monarquía constitucional española, o de la omnipresencia del Estado consustancial a la V República. La llegada a su fin de los treinta gloriosos años españoles difiere de la espiral descendiente en la que están sumidas Francia e Italia desde los años ochenta. Sin embargo, los tres países se enfrentan a un desafío común: modernizar su modelo económico y social volcándose en la economía del conocimiento. La educación y la innovación explican dos tercios del crecimiento de los países desarrollados. Constituyen el primer factor de competitividad de Estados Unidos, donde el 37% de la mano de obra es titulado en enseñanza superior, frente a un 23% en Europa; que dedica un 2,1% y un 3% del PIB a la enseñanza superior y a la investigación, frente a un 1,1% y un 1,9% en Europa (2,1% en el caso de Francia y 1,2% en España e Italia); y que invierte en la economía del conocimiento alrededor del 6,5% del PIB frente a un 4% en Europa (3,8% en Francia, 2,5% en España e Italia).

La Europa Mediterránea comparte el hecho de haber vivido a crédito durante los últimos veinte años, financiada por la deuda privada en España, y por la deuda pública en Francia e Italia. A partir de ahora, este modelo está caduco. De este modo, el parón de la Europa Mediterránea pesará sobre los resultados de la zona euro en 2008 y 2009, limitando su crecimiento al 1,5% y 1,2% del PIB, impulsando el aumento del desempleo en torno a un 8%, situando la inflación más allá del 3%, y consolidando al mismo tiempo el desajuste entre las economías europeas. Igualmente, hace augurar un mal principio de la Unión Mediterránea, puesto que será difícil impulsar una dinámica de cooperación en un contexto de estancamiento, de aumento del desempleo y de precaria movilidad social. Por esta razón, se debe conceder prioridad a una estrategia concertada de oferta competitiva en la globalización, lo que pasa por una política de la oferta que favorezca la economía del conocimiento y que se dirija a los talentos y a los cerebros, que constituyen la nueva riqueza de las naciones.

Nicolás Baverez, historiador y economista.