El crimen en América Latina: desorden, fragmentación y transnacionalidad

El crimen en América Latina: desorden, fragmentación y transnacionalidad

Tema

En América Latina el crimen organizado está estructurado, casi siempre, por grupos desorganizados, inestables y fragmentados, constituidos por múltiples redes y conexiones con organizaciones criminales regionales y en Europa. Por sus especificidades, estos grupos cada vez son más difíciles de rastrear y, sobre todo, de analizar.

Resumen

La palabra crimen organizado se usa habitualmente en medios de comunicación, agencias de seguridad y el mundo académico, para describir a grandes organizaciones que tienen una estructura vertical, un líder claramente identificado y la capacidad de monopolizar un mercado ilícito de bienes y personas. En la mayoría de los casos, sin embargo, la palabra crimen organizado no representa la realidad empírica de la mayoría de las organizaciones criminales en América Latina. En esta región, por el contrario, el crimen está constituido por grupos, casi siempre, desorganizados, fragmentados e inestables, que constituyen difusas redes que van desde México hasta Argentina.

Estas estructuras criminales, en ese sentido, generan nuevos desafíos conceptuales y analíticos. El término organizado, por un lado, no parece la manera más adecuada de llamar a estos grupos. Más bien, resulta más conveniente denominarlos crimen “desorganizado” o, al menos, acompañar la idea clásica de crimen organizado con otras nociones de estructuras criminales caracterizadas por su desorganización y volatilidad. La noción de desorganizado, por otro lado, implica un desafío analítico, ya que los marcos bajo los cuales se estudian las estructuras criminales, basados en la idea de líder y jerarquías, se tendrían que reevaluar o dotar de nuevos enfoques analíticos y metodológicos.

Al abordar conceptual y analíticamente estos cambios dentro de las estructuras criminales en América Latina, este análisis describe, además, el funcionamiento de estas estructuras en México, Colombia y la parte meridional de América del Sur (la triple-frontera, específicamente). Más concretamente, se analizan los denominados cárteles mexicanos, los grupos armados residuales y organizados (GAR y GAOS) colombianos y las organizaciones que trafican entre Paraguay, Argentina y Brasil. Centrados en la idea de crimen desorganizado, medios y agencias estatales eventualmente podrían entender bajo este concepto las estructuras criminales contemporáneas de una manera más completa y diversa. También, de igual forma, podrían comprender que los vínculos entre organizaciones criminales son transnacionales y locales, como ocurre en el caso de América Latina y Europa, para traficar cocaína y personas, casos que también se tratan aquí.

Análisis

Más de 2,5 millones homicidios se han cometido en América Latina desde el año 2000. Esto significa que el 33% de los homicidios del mundo ocurren en esta región cuya población sólo representa el 8% mundial. En su inmensa mayoría, las muertes son atribuibles al crimen organizado, que saca provecho de Estados relativamente débiles, democracias imperfectas, instituciones corruptas y economías informales con altas tasas de desigualdad y pobreza.

Este análisis tiene como objetivo definir qué es el crimen organizado, particularmente, cómo se compone y estructura en América Latina. La intención es, además, plantear un debate sobre definiciones, contrastar lo que describen medios, gobiernos y otras entendidas con la realidad de estas organizaciones. También se argumenta que el crimen en América Latina, ante todo, no es organizado; sin embargo, se usará el término a lo largo del texto como referente explicativo. Con este propósito, este análisis se divide en tres partes. En la primera se define y describe el crimen organizado. La segunda presenta un panorama de la realidad criminal en la región y, finalmente, la tercera analiza la transnacionalidad de estas estructuras criminales y sus vínculos con Europa, particularmente España e Italia.

Definiciones

Entre instituciones, medios de comunicación y políticos se confunde, o incluso se asemeja, el crimen organizado con cárteles, narcotraficantes y delincuencia común. ¿Qué es el crimen organizado? Para el sociólogo Federico Varese, reconocido experto en organizaciones criminales en Europa y EEUU, el crimen organizado está constituido por grupos que se benefician “de actividades ilegales por parte de una jerarquía organizada que muestra continuidad”. Una mayor claridad conceptual es necesaria para abordar este análisis. A continuación, se describen las tres características principales del crimen organizado, a partir de la propuesta teórica del sociólogo hispano-mexicano Fernando Escalante:

  1. Orden-organización. Igual que los carteles, se asume que el crimen organizado está compuesto por grupos y unidades estables, jerarquizadas y llenas de profesionales del crimen que sirven a un máximo líder. Es la misma idea que dominó, por varios años, la noción de cártel, específicamente de los cárteles colombianos. En estas estructuras criminales hay “capos”, “sicarios” y “lugartenientes”, que sirven organizadamente a un mismo propósito: el tráfico de bienes ilícitos.
  2. Carácter empresarial. Algunos grupos del crimen organizado, como los mexicanos y colombianos, son capaces de controlar una red de producción, comercialización y venta bajo los criterios de una empresa, derivada de una racionalidad y capacidad productiva. Estos controlan mercados y funcionan como una estructura burocrática y ejercen control territorial en amplias zonas de Centro América, Venezuela y Colombia, y proveen servicios públicos y justicia.
  3. Control territorial. El crimen organizado controla territorios por medio de la violencia contra las poblaciones locales y sus enemigos. Estos dos elementos, violencia y control territorial, llevan a que en América Latina los países adopten políticas para la recuperación del orden público, que buscan, por lo general, perseguir a estos grupos, presuntamente bien identificados en sus estructuras, organigramas y negocios.

La realidad empírica de México y Colombia, sin embargo, contrasta con lo descrito anteriormente. Indudablemente, el crimen organizado ejerce la violencia –no siempre, también hace alianzas que reducen la violencia–, controla territorios y tiene líderes establecidos, pero el ejercicio de cada uno de estos componentes en la mayoría de los casos es desorganizado, volátil y no uniforme. Algunos autores como Reuter proponen llamarlo crimen desorganizado. En general, los grupos criminales en América Latina suelen ser pequeños, inestables y, sobre todo, carecen de una organización de empresa criminal. Hay grandes nombres como el Cártel de Sinaloa en México o el Comando Vermelho en Brasil, pero no son tan claras las conexiones entre estos grupos con los distintos nodos en la cadena de producción, transporte, comercialización y venta de estupefacientes u otros bienes ilícitos. Parece haber, más bien, una subcontratación y división del trabajo.

Tampoco, de la misma manera, estas estructuras criminales parecen constituirse como una empresa capaz de emplear una enorme red criminal que se dedica a diferentes actividades criminales, desde el tráfico de drogas hasta el secuestro y el contrabando. Más bien, lo que se conoce como crimen organizado suele estar constituido por relaciones ocasionales basadas en lazos familiares y locales. En México, por ejemplo, durante los primeros cinco años de “guerra contra el narco” –durante el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012)– fueron detenidas 263 células dedicadas al secuestro, según la Secretaría de Seguridad de México. Lo que demuestra, precisamente, la multiplicidad de actores envueltos en el mundo criminal mexicano y que estos grupos que prestaban sus servicios no hacían parte de un mismo organigrama criminal.

Pero el crimen organizado es, ante todo, una categoría dominada por la fragmentación. Para los criminólogos Gallagher y Cunningham, esta condición se da cuando un grupo se desintegra o algunas de las facciones del mismo grupo se independiza. Ocurre lo primero en el momento en que el líder de la organización es asesinado o capturado, lo que provoca un aumento de la violencia entre las diferentes facciones que luchan por el poder dentro de la organización. Un ejemplo de fragmentación de este tipo se presentó tras la muerte de Arturo Beltrán Leyva, líder del cartel del Pacífico en México, que terminó dividiéndose en dos facciones y varios subgrupos en Sinaloa y Tijuana. Otra forma de fragmentación se da, por ejemplo, al buscar independencia. A mediados de los años 90 en Colombia, el denominado Cártel de Cali vio como un grupo liderado por algunos de sus ex miembros fundaba una nueva organización dedicada al tráfico de drogas llamado el Cártel del norte del Valle.

Por último, vale la pena resaltar que la fragmentación en el crimen organizado se deriva, también, por pérdida de reputación o por traición. El mejor ejemplo de ello fue la disputa entre los grupos del cartel de Sinaloa, cuyos líderes eran, de un lado, Joaquín “El Chapo” Guzmán y, del otro, los hermanos Beltrán Leyva. Estos grupos inicialmente constituían una “federación”, con un dominio importante del tráfico de estupefacientes y de los nodos que tenía la organización. Fragmentada la “federación” por la deslealtad de Guzmán, surgieron nuevos y violentos grupos bajo el dominio de los Beltrán Leyva, como el Cártel del Golfo y los Zetas, que sirvieron para enfrentar a Guzmán.

El crimen organizado se caracteriza por altos grados de fragmentación, flexibilidad, inestabilidad e incapacidad para dominar mercados. Resulta difícil, entonces, seguir llamándolo organizado. En consecuencia, parece conveniente, primero, entender que se trata de una red difusa de actores locales y regionales, que en su mayoría son difíciles de ser reconocidos y agrupados bajo los grandes nombres de cárteles y federaciones y, en consecuencia, también como crimen organizado.

Actividades criminales en América Latina

La dimensión del crimen organizado en América Latina, llámese organizado o desordenado, o las dos, es enorme y comparable con la presencia de grupos yihadistas que controlan vastos territorios en Oriente Medio y el África subsahariana. A pesar de la multiplicidad e inestabilidad de sus actores, el crimen organizado en Latinoamérica, que engloba múltiples, grandes, medianos y pequeños empresarios ilegales, no sólo produce rentas ilícitas, sino que también, dependiendo de sus capacidades y redes, ejerce control territorial, provee servicios públicos e imparte justicia, convirtiéndose en muchos casos en un sustituto, competidor o colaborador del Estado y las instituciones locales. Esta sección analiza las características empíricas del crimen organizado en México, Colombia (y su relación con Venezuela) y en algunos países meridionales de América del Sur, especialmente en la triple-frontera de Argentina, Brasil y Paraguay. La intención es describir sus actividades y estructuras, ver cómo funcionan sus redes, demostrar que, por medio de nodos, estos grupos se interconectan regional y localmente y mostrar que en muchos casos ejercen funciones propias del Estado.

Empezar por México resulta pertinente para el análisis, ya que sus estructuras criminales, las más poderosas de América Latina, están presentes en el 60% del territorio nacional. En 2019 México registró 28.074 homicidios por cada 100.000 habitantes; 34 muertes violentas menos que en 2018, cuando el país registró sus peores cifras: 36.685 muertes letales. ¿Esta disminución, muy leve en todo caso, es consecuencia de un reordenamiento del crimen organizado? El dominio de dos organizaciones a nivel nacional, el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJGN) y el Cártel del Pacífico (Sinaloa), explicaría eventualmente el descenso de la letalidad por las alianzas selladas y el control de nuevos territorios. Según datos de 2016, del Centro Nacional de Planeación, Análisis e Información para el Combate a la Delincuencia Organizada, en dos años el número de grupos denominados “cárteles” había disminuido de 47 a 35. Esta disminución se puede leer de dos formas: por la efectividad relativa de la política de “mano dura” empleada por el gobierno del entonces presidente Enrique Peña-Nieto o por un dominio y aniquilamiento de unos grupos sobre otros. Excluir una u otra explicación no es pertinente analíticamente; en cambio, combinar ambas, con su determinada importancia, parece mejor.

Jalisco Nueva Generación, por un lado, ha ampliado su presencia y opera en ocho estados mexicanos, entre ellos Guanajuato, Nayarit y Veracruz. Para tener el control territorial, ha disputado territorios y hecho alianzas, llevando a un aumento de la violencia y el homicidio. Este grupo, además, está constituido por una estructura jerárquica: tiene un mando central, liderado por Oseguerra Cervantes “El Mencho” y no depende de células delictivas, como otras organizaciones; la DEA y la CIA lo denominan el nuevo “Chapo”. En consecuencia, el cartel de Jalisco tiene una estructura organizada y aparentemente estable, diferente a la mayoría de las organizaciones en las que predominan órdenes horizontales.

El Cártel de Sinaloa, por otro lado, domina ese estado, así como Chihuahua, Baja California y Sonora. Con Jalisco, se ha convertido en la organización de mayor capacidad de expansión. Mientras estos dos grupos han aumentado su presencia en varios estados mexicanos, otros cárteles como el de Michoacán y los Caballeros Templarios pasaron de estar presente en más de cinco estados a quedar reducidos a sólo uno. Esto se debe a las intenciones expansivas de los otros cárteles y, probablemente, a las políticas de “mano dura” del gobierno mexicano. Especialmente, dos estados destacan por concentrar más disputas entre cárteles: Guerrero y Morelos, donde existen las tasas más altas de homicidios en México. En ellos, la atomización del crimen organizado, por la disputa entre los Cárteles de Jalisco, Michoacán y Beltrán Leyva, ha conllevado más violencia, fragmentación y, en fin, un desorden en las operaciones y comercialización de estupefacientes y una falta de conocimiento de los actores envueltos en las cadenas tráfico de drogas presentes en los dos últimos estados.

A diferencia de México, donde existe una mezcla entre concentración del crimen organizado y fragmentación, en Colombia prima la fragmentación y la inestabilidad. Este es un caso, para efectos de este análisis, ideal de crimen desorganizado. La eventual transición de la guerra a la paz tras las negociaciones entre el Estado y las Autodefensas Unidas de Colombia (2006) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, 2016), ha llevado a que el país pase de un conflicto armado a una disputa que podría denominarse un conflicto de tipo cártel-Estado, cuyas características son la atomización de los grupos criminales, la falta de voluntad política y la volatilidad. El Clan del Golfo, los Caparros, los Rastrojos y los Urabeños controlan zonas rurales y urbanas, y se conforman de ex miembros de grupos paramilitares, que las autoridades denominan Grupos Armados Organizados (GAOS) y Grupos Armados Residuales (GAR). Estos se lucran del tráfico de drogas y la minería ilegal y disputan territorios en regiones como Urabá, Arauca, Chocó y Norte de Santander (en la frontera con Venezuela) con las nuevas disidencias de la guerrilla de las FARC, conformadas por el Frente 1, la Nueva Marquetalia, y con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Principalmente, los GAOS, las disidencias de las FARC y el ELN se enfrentan entre sí, aunque esto no excluye que logren articular alianzas parciales. No está clara la forma cómo estas alianzas funcionan. Los análisis sobre violencia política, particularmente aquellos sobre la micro-dinámica de la guerra civil en territorios periféricos, podría ser la manera más adecuada para entenderlas. En el caso de Colombia, en la zona de el Urabá, Catatumbo y Arauca –en la frontera con Venezuela– y el sur del país (la Amazonía y la Orinoquía), el crimen organizado pacta tácitamente con otros actores criminales y el mismo Estado. En consecuencia, el crimen organizado fraccionado y desorganizado en Colombia está detrás del aumento de la violencia, los homicidios y la producción de cocaína en los últimos dos años.

En la triple-frontera entre Brasil, Paraguay y Argentina, particularmente, en las ciudades de Foz de Iguazú, Ciudad del Este y Puerto Iguazú, grupos criminales brasileños controlan el tráfico de drogas, la minería ilegal y el tráfico de armas. Al mando de las operaciones está el Primeiro Comando da Capital (PCC), un grupo criminal que nació en São Paulo, fundado por ex guerrilleros que operaban desde las cárceles de la ciudad en los años 80. El CPP se extiende por varias regiones de Brasil y lucha por ocupar territorios en zonas del estado de São Paulo, Rio de Janeiro y Minas Gerais con el Comando Vermelho. Estas dos organizaciones tienen una estructura vertical, jerarquizada y centrada en líderes. No es tan claro, de todos modos, hasta qué punto los mandos desde São Paulo tienen control suficiente y jerarquizado de, por ejemplo, lo que se trafica en la triple-frontera o si este tráfico está conectado con bandas criminales más pequeñas de Brasil, Argentina y Paraguay que prestan sus servicios.

Crimen organizado trasnacional

Mucho antes de las grandes organizaciones colombianas en los años 80, un marinero chileno, Ramón Urbina, fue capturado en 1939 en Nueva York y sentenciado por traficar con cocaína desde Chile a EEUU. El crimen organizado, pese a que Urbina representa un caso temprano de la presencia de las redes internacionales en el tráfico del alcaloide, hoy resulta mucho más veloz, globalizado e interconectado que en el pasado. En síntesis, es más transnacional. Las organizaciones criminales tienen más facilidad para negociar, traficar y dividir el tráfico de drogas y armas a nivel global. Estas interacciones se presentan tanto en América Latina como en Europa. La transnacionalidad del crimen organizado, por tanto, lo hace hoy mucho más hábil y rápido para actuar en diferentes regiones y expandir sus fronteras de acción.

El caso de “Fernandinho”, traficante de armas brasileño, es paradigmático. Capturado en 2001 por las fuerzas militares en Colombia, vendía armas rusas a la guerrilla colombiana de las FARC. Según Global Crime los envíos salían de la ciudad de Pedro Juan Caballero, en Paraguay, donde trabajaba con el libanés Fuad Jamil, miembro de Hezbolá, y se dirigían a la ciudad colombiana de Barrancomina, pasando por Bolivia y la Amazonía. Este caso ilustra la internacionalización del crimen y la cantidad de territorios que pueden estar envueltos para el tráfico, en este caso, de armas ilegales. De hecho, Hezbolá hoy tiene conexiones y presencia en Venezuela, donde presta servicios de seguridad a las fuerzas venezolanas y comparte conexiones con partes de las disidencias de las FARC y de las guerrillas del ELN, asentadas en Apure y Caracas.

La transnacionalidad del crimen organizado hace, además, que los vínculos con organizaciones europeas sean más rápidos, fáciles y fluidos. Traficantes de cocaína colombianos usan los puertos de los Países Bajos (Rotterdam y Amberes) para distribuir la cocaína en el resto de Europa, evitando las clásicas rutas de Galicia, fuertemente custodiadas. Italia y el Reino Unido son sus principales mercados (1.700 y 1.500 millones de euros, respectivamente). Al menos el 30% de las 3.600 organizaciones criminales de Europa hacen parte de las cadenas de distribución del alcaloide en el continente, según Europol. En este marco, la ‘Ndrangheta, el grupo criminal de origen italiano, es un actor ineludible del tráfico de cocaína: (1) tiene socios comerciales que han perdurado en el tiempo; (2) cuenta con experiencia en la gerencia y comercialización de envíos transatlánticos; y (3) saca provecho de la fuerte custodia de la frontera de EEUU, que implica más costes de distribución e invita a los traficantes a que envíen cargamentos a Europa, donde resulta más barato. A pesar de la importancia de la ‘Ndrangheta, las redes transnacionales están, por lo general, muy divididas y no sirven a una misma organización.

Conclusiones

El crimen organizado en América Latina no sólo está concentrado en México, Colombia y América Central, sino que hoy tiene presencia en la mayoría de los países de la región. Para entender las dinámicas de estos grupos criminales, este análisis desarticula la noción de crimen organizado, asumiendo que estas organizaciones en la mayoría de los casos son inestables, volátiles y fragmentadas y, por tanto, deben ser descritas, más que todo, como desorganizadas. Evidenciada esta condición de desorden, los análisis de agencias del Estado, medios de comunicación y mundo académico podrían partir de esta interpretación para comprender, analizar y perseguir las redes, nodos y mecanismos de acción de los grupos pequeños y medianos dedicados a la producción, tráfico y comercio de estupefacientes, armas y personas.

Este análisis, igualmente, tomó como ejemplo a las organizaciones criminales de México, Colombia y la triple-frontera para emplear el término de crimen desorganizado. A pesar de que las autoridades los denominan organizados, los grupos colombianos, como los GAOS y el GAR, tienen una estructura horizontal, carecen de líderes visibles y tienden, por su carácter fragmentado, a producir y traficar cocaína en diversos territorios y por diferentes vías. Esto ha tenido como consecuencia, por un lado, un aumento de la violencia y, por el otro, la atomización de más grupos locales y regionales que buscan controlar territorios y traficar bienes ilícitos. No se desconoce, sin embargo, que hay grupos criminales en México, como el Cártel del Pacífico y el Cártel de Jalisco Nueva Generación, con la capacidad de ejercer un control vertical de la operación criminal desde el tráfico hasta el ejercicio de la violencia. Pero en la mayoría del territorio mexicano existe la misma atomización que en Colombia, lo que explica en parte los altos niveles de homicidios y otros delitos.

Finalmente, el crimen organizado es transnacional e interconectado. Sin embargo, esto no significa que las redes criminales tengan un mando claro capaz de, por ejemplo, dirigir a los grupos de Europa y América Latina. Lo que se argumenta es que, por el contrario, cada vez hay más grupos medianos y pequeños con capacidad de traficar bienes ilícitos sin necesidad de pertenecer a una gran organización. Este tipo de grupos constituyen nuevos vínculos con grupos en Italia y los Balcanes, además de nuevas rutas para traficar cocaína en los Países Bajos, para transportar y comercializar cocaína por vías distintas a las tradicionales. Por supuesto que hay excepciones, como en el caso de la ‘Ndrangheta, que sigue controlando parte importante del tráfico de cocaína en Europa y tiene conexiones con diferentes grupos en América Latina. Pero hoy priman las organizaciones más pequeñas, temporales y horizontales que, como se concluye, son desorganizadas, en parte para lograr sus objetivos criminales.

Pablo Uribe Ruan, analista y consultor, MPhil en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Oxford | @UribeRuan

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