El cuarto de hora de Paulino

Paulino ya ha conocido su cuarto de hora de gloria, tras vencer en el concurso sobre la letra para el himno de España, convocado por el COE y la SGAE. Es cierto que el cuarto de hora se le volvió amargo y que ahora se duele de tergiversaciones y de malos entendidos provocados por su prodigioso texto. No deja de tener razón. Pero ese llanto postrero es un inmerecido pero digno colofón a este esperpéntico episodio de patriotismo musical-deportivo. Digo esto sin ironía: al fin y al cabo Paulino ha mostrado más dignidad que otros de los participantes en la tragicomedia, empeñados en navegar entre lo sublime y lo comercial. Pero, dicho esto, hay que reconocer que la misma biografía del vate, narrada estos días una y otra vez, hace justicia al conjunto del episodio. Una justicia poética, por supuesto, de este cruce entre un personaje de Capra y un titán carpetovetónico. Podría ser el español medio por antonomasia y, en este sentido, el que más merecía el premio, pues su sentir conectaría con las almas necesitadas de cánticos. Pero algo le impide representar tan infausto papel: precisamente su afición a la lírica. Y es que en un lugar en el que las cifras de aficionados a la poesía son escasas, y en el que la evocación sólo acoge a un pirata montaraz y a una lira de su dueño tal vez olvidada, un escritor de estrofas da, exactamente, para recordar lo fragmentada que está la identidad común, y cómo el amor literario tiende a quedarse acampado en épocas anteriores a Rubén Darío.

Sin embargo, se presentaron 7.000 poemas. Podríamos decir que en esta cifra están todos los que son, aunque revela que no son todos los que están. De manera indirecta, así, el concurso nos ha ofrecido la nómina justa de los aficionados a componer letras. No debe espantarnos: cada día menudean más los programas televisivos en que jóvenes y mayores rivalizan por mostrar su ausencia de sentido del ridículo, inmolándose en sacrificio a unos guionistas sádicos que diseñan, con gran éxito de público, pruebas para que la gente demuestre que no sabe cantar ni bailar. No es extraño, pues, que al calor del honor nacional y del premio, 7.000 ciudadanos decidan probar su desvergüenza literaria. Es una pena que no podamos acceder -que yo sepa- a todos los textos, porque un renacimiento del surrealismo no nos iría nada mal. Y es que si ganó el que ganó, qué no serían los demás.

Pero el caso es que en la relación de pasmados hay que colocar, ante todo, a los miembros del jurado: ¿Quién les metió en este tinglado? No dudo de sus merecimientos ni de las altas intenciones que les guiaron al aceptar. Pero olvidaron convocar a un antropólogo o a un psiquiatra: quizás les habría dicho que es un imposible metafísico que hubiera una, aunque fuera una, letra buena. Éste es el corazón del drama. Y es que la extrapolación del combate deportivo a las pasiones nacionales y la metáfora de la lucha deportiva como reemplazo de la militar tienen unos límites que fija la Historia. Los deportistas de otros lugares, que cantan emocionados sus himnos, lo hacen entroncando con un devenir sentido como común, y no creo que se fijen demasiado en lo que dicen -lo que es condición habitual de muchos deportistas, en toda circunstancia-. En este sentido lo deportivo ha sustituido simbólicamente a la violencia real, tradicionalmente agazapada en el fervor patriótico. Pero malamente puede sustituirse lo que no existe. O sea, que los muñidores de este adefesio no han caído en que no hay necesidad de pacificar lo que no era polémico. Al revés: es ahora cuando han provocado la polémica. Y han acabado despidiendo un tufo a facherío que tampoco se merecían: el problema no es que la letra sea de derechas, el problema es que la memoria recuerda que fue el franquismo el principal empeñado en poner letra a la antañona música. Añorar ser normales, en el sentido de ser como los demás, que entonan, mano al pecho y firme el ademán, sus estrofas como banderas, es ignorar que cada normalidad es distinta, como hija del tiempo y sus azares. ¿Cómo olvidaron, precisamente ellos, que España es diferente?

El mayor problema para el jurado es que no podían dejar desierto el concurso. ¿Cómo hacerlo, cómo explicarlo? Seguro que eligieron honestamente lo que les pareció menos malo, pues habría sido un horror confesar que ningún pecho español alberga sentimientos dignos de la Marcha Real. Pero en esta trama de ingenuidades presuntas también había un proyecto político convenientemente agazapado: llevar el asunto al pueblo, cosechar medio millón de firmas y, luego, presentarlo al Congreso. Y a ver entonces, con las selecciones y los olímpicos dando el cante en cada medalla conseguida, quién era el guapo que votaba que no, quién, por lo demás, se alineaba con nacionalistas -periféricos- y otros desarrapados poco dados a usar del castellano o/y a emocionarse con la banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda. Sólo el PP podía obtener réditos de la jugada. Pero no seré yo quien acuse al COE de andar por esa senda, no. Y menos a la SGAE, que el dinero no tiene patria. Sólo diré que se han pasado varios maratones al pensar que la sociedad desea un golpe de estado simbólico-deportivo: si antes las asonadas las promovían los militares, que eran quienes usaban preferentemente de himnos manchados de heroísmo y sangre, deben ser ahora los jerarcas deportivos, sus, como queda dicho, sucesores en el heroísmo y el sudor. La pólvora se les fue en salvas. Porque, menos mal, insisto, era imposible que la calidad de la letra alcanzara unos mínimos soportables.

Debemos a Paulino, pues, reconocimiento, al haber edificado una letra que, siendo literalmente la menos mala, no dejaba de ser, literariamente, horrible, tanto como para que se haya conseguido una rara unanimidad en risas que su buena intención no merecía. Se ha frustrado la trabajada jugada, pese a que se anuncian nuevos intentos, aunque ignoro con qué garantías de éxito. Lo mejor, probablemente, sería que se hiciera por encargo. No sé si Rajoy tiene algún primo poeta, pero sería cosa de indagarlo. Para los deportistas, mientras tanto, me he atrevido a sugerir que se actualice la canción del cola-cao, política y deportivamente correcta. Por lo demás espero que a Paulino le paguen lo debido y que pronto empiece a participar en programas televisivos.

Manuel Alcaraz Ramos