El cubrebocas del presidente

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en octubre. Credit Marco Ugarte/Associated Press
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en octubre. Credit Marco Ugarte/Associated Press

Todas las mañanas monto bicicleta cerca de mi casa, en una zona de Ciudad de México donde hay varios museos y un parque con caminerías. Con el transcurso de la pandemia, a medida que las estadísticas siguen empeorando en México, he ido perdiendo también la tolerancia: cada vez tengo más ganas de golpear al prójimo.

Avanzo por un carril especial que, con mucha frecuencia, indica en el suelo que se trata de una vía exclusiva para ciclistas. De pronto, debo apartarme porque casi choco con alguien que viene trotando en dirección contraria. Va sin cubrebocas y con la quijada en alto, jadeando pero muy orondo. Él me mira desafiante y yo lo miro como si solo fuera un festival de gotículas a quien repentinamente deseo arrollar.

Es insólito que, en un país con una de las letalidades más altas del planeta por la pandemia, el uso de las mascarillas se haya convertido en un tema controversial. Sin duda, la actitud del presidente ha sido fundamental en este proceso. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) parece empeñado en supeditar la emergencia a una pequeña batalla con sus adversarios. Pero más que un problema político ya es un dilema ético: ¿A cuántos mexicanos podría salvar si decidiera aparecer públicamente con cubrebocas?

A principios de diciembre, AMLO volvió a repetir que “el cubrebocas no es indispensable”. Es la posición que ha sostenido el gobierno mexicano desde el comienzo de la crisis de salud. Tanto el presidente como el doctor Hugo López-Gatell, vocero oficial del Estado para la respuesta a la pandemia, no suelen usar mascarilla en sus apariciones públicas y, en distintas ocasiones, han expresado dudas o relativizado su probable eficacia. En agosto, al reaccionar frente a un partido de la oposición que pretendía intentar obligarlo legalmente a usar mascarilla, AMLO sentenció: “Usaré tapabocas cuando no haya corrupción”, hundiendo de esta manera el debate en la marea estereotipada de la polarización política.

Hace un mes, también, cuando un diputado de Morena, su partido, se vio envuelto en una controversia al negarse a usar cubrebocas en una reunión en el Instituto Nacional Electoral, el presidente salió en su defensa, reiterando que “lo más importante es la libertad”.

Este ha sido punto central en su planteamiento y en su estrategia: no ordenar ni imponer reglamentaciones o sanciones excesivas sino, más bien, apelar a la conciencia y a la responsabilidad de la ciudadanía ante la emergencia. “No soy partidario de medidas coercitivas, como las prohibiciones o el toque de queda”, dijo AMLO hace una semana. Es algo que en teoría, suena muy bien, que parece ideal. Pero, después de nueve meses y más de 112.000 fallecimientos, habría que preguntarse si esa política de responsabilidad ciudadana es realmente eficaz.

México se encuentra entre los diez países con mayor letalidad del coronavirus en el mundo. Y ahora, con el llamado “repunte”, los contagios siguen en aumento, las defunciones no disminuyen, el impacto sobre la salud y sobre la economía del país continúa siendo devastador. AMLO ha lanzado públicamente un “decálogo”, invitando a la población a extremar la prevención y el cuidado. Entre esas medidas, no aparece el uso de cubrebocas. Pareciera que se trata de un punto de honor, de un tema donde el presidente no está dispuesto a ceder.

Pero también puede ser percibido y ponderado como un letal caprichito. Como una terquedad incomprensible. Es como si, en la década de los ochenta, cuando empezaba a propagarse el sida, algún líder insistiera en poner en entredicho la conveniencia de usar condón, apelando a que todavía no estaba demostrado que el uso del preservativo sirviera realmente para evitar los contagios. En cualquier emergencia, sobran los matices. Aunque parezca obvio —y al mismo tiempo sorprendente—, en México es necesario despolitizar el cubrebocas.

Hay suficientes estudios que demuestran que el uso de mascarillas representa una alternativa eficiente ante la propagación de la COVID19. “Entre los especialistas en salud pública, existe una aprobación casi unánime de las disposiciones sobre el uso universal de cubrebocas para defender a la población del virus y frenar la pandemia”, se argumenta en un informe reciente sobre su uso. Entre no hacer nada y ponerse una posible protección frente al virus, la discusión no tiene que ver con la libertad sino con la responsabilidad. “Protegerte a ti mismo y a los otros de esta enfermedad mortal —dice Monica Gandhi, especialista en enfermedades infecciosas— es tan simple como cubrir los dos agujeros en la cara que arrojan el virus”.

Más allá de los irresponsables que corren sin mascarillas en los parques, y a pesar de la coyuntura, AMLO tiene un amplio margen de seguidores y una aprobación popular saludable: según una consulta reciente, goza del 64 por ciento de aprobación y más de la mitad de los consultados aprueba su respuesta ante la pandemia. El presidente sigue siendo un modelo, un ejemplo que comunica un modo de estar en la vida, una manera de reaccionar frente a la realidad. Solo la semana pasada, México registró 4156 fallecimientos y 72.609 nuevos casos.

AMLO tiene, por supuesto, la libertad de elegir. Puede elegir entre jugar a la polarización, manteniendo una batalla contra sus adversarios, o tratar de enfrentar la tragedia con todos los recursos posibles.

Alberto Barrera Tyszka es escritor. Su libro más reciente es la novela Mujeres que matan.

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