El cuento de la guerra contra el terrorismo

Por Michael Meacher, miembro del Parlamento británico y ex ministro de Medio Ambiente entre mayo de 1997 y junio de 2003 (EL MUNDO, 08/09/03):

Se ha prestado mucha atención a las razones por las que Gran Bretaña entró en guerra contra Irak. Pero mucha menos a las razones por las que lo hizo EEUU, lo cual arroja, a su vez, luz sobre las razones de los británicos. La explicación convencional es que, después del atentado contra las Torres Gemelas, la adopción de represalias contra las bases de Al Qaeda en Afganistán suponía un primer paso natural en el desencadenamiento de una guerra mundial contra el terrorismo. Posteriormente, puesto que Sadam Husein fue acusado por los gobiernos de EEUU y del Reino Unido de poseer armas de destrucción masiva, la guerra también tenía que extenderse a Irak. Sin embargo, esta teoría no se ajusta plenamente a la realidad de los hechos. Es posible que la verdad sea muchísimo más siniestra.Nos consta la existencia de un proyecto de creación de una pax americana a escala mundial diseñada por Dick Cheney (hoy vicepresidente), Donald Rumsfeld (secretario de Defensa), Paul Wolfowitz (el segundo de Rumsfeld), Jeb Bush (el hermano pequeño de George Bush) y Lewis Libby (jefe de gabinete de Cheney). El documento, bajo el título de Rebuilding America's Defences (Reconstrucción de las defensas de EEUU), fue escrito en septiembre del año 2000 por un gabinete de estudios de los neoconservadores, el Project for the New American Century (PNAC).

El plan demuestra que el Gobierno de Bush se proponía tomar militarmente el control de todo el Golfo Pérsico con independencia de que Sadam Husein estuviera en el poder o no. En él se dice que «si bien el conflicto con Irak, todavía por resolver, proporciona la justificación inmediata, la necesidad de la presencia de unas nutridas fuerzas militares norteamericanas en el Golfo va más allá del problema del régimen de Sadam Husein».

El proyecto PNAC viene a dar la razón a un documento anterior, atribuido a Wolfowitz y Libby, en el que se afirmaba que EEUU debía «disuadir a las naciones industriales avanzadas de poner en cuestión nuestra primacía o incluso de aspirar a un papel de mayor relevancia en el mundo o en determinadas partes de él».En él figuran referencias a aliados clave, como el Reino Unido, «el medio más eficaz y eficiente de ejercer el dominio de EEUU en el mundo».

Las misiones de pacificación se describen en términos de que «requieren la dirección política de EEUU más que la de las Naciones Unidas». Se afirma que, «aun en el supuesto de que Sadam desapareciera de escena», las bases de EEUU en Arabia Saudí y Kuwait deberían mantenerse con carácter permanente... dado que «muy bien podría resultar que Irán constituyera para los intereses de EEUU una amenaza de tanto calibre como lo ha sido Irak». Se muestra favorable a un «cambio de régimen» en China, al asegurar que «ha llegado el momento de incrementar la presencia de las fuerzas militares norteamericanas en el sudeste de Asia».

El documento se pronuncia asimismo en favor de la creación de unas «fuerzas militares espaciales de EEUU» al objeto de dominar el espacio y controlar totalmente el ciberespacio a fin de impedir a los «enemigos» que usen la Red contra EEUU. También insinúa que EEUU podría estudiar la posibilidad de desarrollar armas biológicas «capaces de atacar determinados genotipos [y] hacer que la guerra biológica salga de la esfera del terrorismo para convertirse en un instrumento útil desde el punto de vista político».

Finalmente (todo ello escrito antes del 11 de Septiembre), identifica con toda precisión a Corea del Norte, Siria e Irán como regímenes peligrosos y concluye que su existencia justifica la creación de «un sistema de supervisión y control a escala mundial». Se trata de un proyecto de dominación del mundo por EEUU. No obstante, antes de que se le dé carpetazo con la excusa de que es el programa de gobierno de unos ilusos derechistas, conviene que quede claro que proporciona una explicación mucho más plausible de lo que realmente ha ocurrido antes, durante y después del 11 de Septiembre que la tesis de la guerra mundial contra el terrorismo. Coinciden varias posibilidades para considerarlo así.

En primer lugar, está claro que las autoridades norteamericanas hicieron poco o nada para impedir los hechos del 11 de Septiembre. Es de conocimiento general que al menos 11 países hicieron llegar con antelación a EEUU noticias de los atentados. En agosto de 2001, fueron enviados a Washington dos expertos de alto rango del Mosad para poner en alerta a la CIA y al FBI de que, según ciertos rumores, una célula de 200 terroristas estaba preparando una operación de gran envergadura (Daily Telegraph, 16 de septiembre del 2001). En la lista que facilitaron se incluían los nombres de cuatro de los secuestradores [de los aviones] del 11 de Septiembre, ninguno de los cuales fue detenido.

Nada menos que en 1996 sabía ya que circulaban planes para atacar ciertos lugares de Washington con aeroplanos. Posteriormente, en 1999, un informe del National Intelligence Council (Consejo Nacional de Información) de EEUU hacía notar que «los terroristas suicidas de Al Qaeda podrían estrellar un avión cargado con explosivos de gran potencia contra el Pentágono, la sede de la CIA o la Casa Blanca».

A quince de los secuestradores del 11 de Septiembre se les facilitaron los visados en Arabia Saudí. Michael Springman, que fue jefe de la Oficina Norteamericana de Visados en Yeda, ha afirmado que, desde 1987, la CIA llevaba proporcionando de manera ilícita visados a solicitantes de Oriente Medio que no reunían las condiciones requeridas y que trasladaba a EEUU para entrenarlos en tácticas terroristas que utilizó en la guerra de Afganistán [contra las fuerzas de la URSS] en colaboración con Bin Laden (BBC, 6 de noviembre de 2001). Al parecer, esta operación prosiguió al acabar la guerra de Afganistán con otros objetivos. Se ha informado, asimismo, de que, en los años 90, cinco de los secuestradores recibieron instrucción en instalaciones militares de EEUU (Newsweek, 15 de septiembre del 2001).

Ninguna de las instructivas pistas anteriores al 11 de Septiembre mereció un seguimiento. El francomarroquí Zacarias Moussaoui, estudiante de Aeronáutica (de quien en la actualidad se piensa que fue el vigésimo secuestrador), fue detenido en agosto de 2001 a raíz de que uno de sus instructores denunciara que mostraba un interés sospechoso en aprender a pilotar grandes aviones de pasajeros. Cuando los agentes norteamericanos se enteraron, informados por los servicios franceses de información, de que el susodicho mantenía lazos con islamistas radicales, solicitaron un mandamiento judicial para intervenir su ordenador, que contenía claves para la misión del 11 de Septiembre (Times, 3 de noviembre del 2001).Sin embargo, recibieron una negativa del FBI. Uno de los agentes escribió, un mes antes del 11-S, que era posible que Moussaoui estuviera preparando estrellar un avión contra las Torres Gemelas (Newsweek, 20 de mayo de 2002).

Todo esto no hace sino que todavía resulte más sorprendente, con la perspectiva de la guerra contra el terrorismo, que la reacción al 11-S fuera tan lenta. Las primeras sospechas de que se había producido un secuestro se registraron no más tarde de las 8.20 horas de la mañana y el último de los aviones secuestrados se estrelló en Pennsylvania a las 10.06 minutos. No se dio la orden de despegar para investigar lo que ocurría ni a un solo cazabombardero de la base de las Fuerzas Aéreas de Andrews, a tan sólo 16 kilómetros de Washington, hasta después de que el tercer avión hubiera chocado contra el Pentágono, a las 9 horas y 38 minutos. ¿Por qué no?

Tampoco ha sido mejor la respuesta de EEUU después del 11-S.No se ha realizado ni el más mínimo esfuerzo que pueda calificarse de serio para atrapar a Bin Laden. A finales de septiembre y primeros de octubre del año 2001, los jefes de los dos partidos islámicos paquistaníes negociaron la extradición de Bin Laden a Pakistán para que fuera procesado por los atentados del 11 de Septiembre. Sin embargo, un miembro del Gobierno de EEUU dijo, cosa que tiene su miga, que «fijarse unos objetivos no muy ambiciosos» podría dar lugar «a una relajación prematura de los esfuerzos a escala internacional si, por una de esas casualidades, Bin Laden caía atrapado». Sin embargo, este catálogo de pruebas cobra pleno sentido cuando se confronta con el proyecto del PNAC. Con este punto de partida, lo que parece es que la denominada «guerra contra el terrorismo» se está utilizando como un mero pretexto absolutamente artificial para conseguir los más amplios objetivos geopolíticos y estratégicos de EEUU. De hecho, el 11 de Septiembre puso en bandeja un pretexto extraordinariamente conveniente para poner en marcha el plan del PNAC. La prueba más clara consiste en que los planes de intervención militar contra Afganistán e Irak circulaban ya mucho antes del 11-S.

Existen pruebas similares con respecto a Afganistán. La BBC ha revelado (18 de septiembre de 2001) que Niaz Niak, un ex secretario de Asuntos Exteriores de Pakistán, fue informado por altos cargos estadounidenses en una reunión en Berlín, a mediados de julio del 2001, de que «a mediados de octubre se llevaría adelante una operación militar contra Afganistán».

Con semejantes antecedentes, no resulta sorprendente que haya quienes han visto en la incapacidad de EEUU a la hora de prevenir los atentados del 11-S el montaje de un magnífico pretexto para atacar Afganistán con una guerra que, sin duda alguna, había sido cuidadosamente planificada con antelación. No faltan precedentes. Los archivos nacionales de EEUU han puesto de manifiesto que el presidente Roosevelt recurrió exactamente a esta argucia en relación con Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Se recibieron por adelantado noticias de los ataques, pero la información nunca llegó a la flota estadounidense. La consiguiente indignación nacional convenció a la hasta entonces reticente opinión pública para que entrara en la II Guerra Mundial. De manera semejante, el borrador del PNAC de septiembre del 2000 da por sentado que es probable que el proceso de transformación de EEUU en «la fuerza dominante del futuro» se prolongue durante mucho tiempo si no se produce «algún acontecimiento catastrófico y catalizador, como un nuevo Pearl Harbor». Los atentados del 11 de Septiembre permitieron que EEUU apretara el botón de adelante en una estrategia que se corresponde exactamente con las prioridades políticas del PNAC que, de no haber sido así, habría resultado políticamente imposible de llevar a la práctica.

La motivación determinante de esta pantalla de humo de carácter político se reduce a que EEUU y el Reino Unido están empezando a quedarse sin fuentes estables de suministros energéticos de hidrocarburos. En el año 2010, el mundo musulmán controlará nada menos que el 60% de la producción de petróleo del mundo y, lo que es aún más importante, el 95% de la capacidad de exportación de petróleo que exista en el planeta.

La conclusión de todo este análisis debería ser, sin duda alguna, que la «guerra mundial contra el terrorismo» tiene toda la pinta de ser un mito político propagado para hacer tragar más fácilmente un plan que no tiene nada que ver con ella, es decir, el objetivo de EEUU de imponer su hegemonía en el mundo, consolidada mediante el control por la fuerza de los suministros de petróleo que son imprescindibles para que funcione el proyecto en su conjunto.Si hubiera necesidad de justificar una posición británica más objetiva, guiada por nuestros propios objetivos individuales, todo este deprimente relato proporcionaría, a buen seguro, todas las pruebas que hacen falta para cambiar radicalmente de dirección.