El cuento de nunca acabar

Últimamente proliferan las noticias y opiniones sobre la conveniencia de aceptar (o no) que algunas musulmanas se cubran más o menos el cuerpo. A menudo he llamado la atención sobre que no existe unanimidad en el modo de vestir de las musulmanas: algunas se cubren el pelo con un chal, más o menos transparente y seductor, al estilo de la exdirigente paquistaní Benazir Bhutto. Otras, en general las del Magreb, llevan el hiyab o pañuelo que les cubre todo o parte del pelo, que todavía llevan algunas mujeres mayores del área mediterránea y también nuestras abuelas y bisabuelas (mientras las señoras acomodadas salían con sombrero). Del hiyab existe una variante que cubre también el cuello y el pecho, como el rebosillo del vestido tradicional de mallorquinas y menorquinas. Existe también el chador, que solo deja cara y manos al descubierto, usada sobre todo entre los chiís y que es obligatorio en Irán desde la revolución de Jomeini.

Pero ahora se están imponiendo dos formas de vestir que tapan completamente la cara y el cuerpo de la mujer, y por eso ha surgido la expresión «velo integral»: propia de Arabia, se está extendiendo entre islamistas la abaya, que se complementa con el niqab que se pone en la cabeza y que deja poco más de un centímetro descubierto a la altura de los ojos para poder mirar. Incluye a menudo el uso de guantes y es totalmente negro. También de origen reciente es el burka, obligado en la época talibán y que era originariamente la cobertura que se ponían las afganas de la clase alta, especialmente las del harén real, cuando tenían que mezclarse con el pueblo. Observando su textura, su plisado, su color y sus bordados se hace patente que no era un vestido apto para todo el mundo, y mucho menos para circular por la vía pública y trabajar.

Tanta diversidad —insisto— muestra que no existe una doctrina clara y lo cierto es que el Corán solo dice que musulmanes y musulmanas deben vestir decentemente, no mostrar el sexo y las mujeres cubrirse también el pecho. El aumento del uso del aristocrático burka y del niqab, procedente del petroislam, me recuerda a mi juventud, cuando algunas poblaciones medianas y pequeñas de Catalunya se proveyeron de semáforos y eso parecía que hacía ciudad. En esa misma faceta de imitación, muchas musulmanas que, principalmente en ámbitos rurales, se cubrían con más o menos rigor y con colores alegres y vistosos, ahora abandonan la ropa tradicional y están adoptando el color negro que sus madres y antepasadas nunca llevaron. Es obvio que no son solo estas ganas de imitar a los ricos el motivo de la expansión de una vestimenta que resulta peligrosa para sus usuarias, tanto voluntarias como no, que dificulta enormemente su libre circulación y que en Occidente se mira con temor.

Ahora aquí todo el mundo opina y los puntos de vista son muy diferentes. Alguien cree que regular por ley el uso del velo integral es precipitado e innecesario porque son muy escasas las mujeres que lo llevan y no es un problema inmediato en Catalunya (que ya tiene muchos). Es cierto, pero habrá que recordar que con el protocolo editado por la Generalitat en el 2002 contra la mutilación genital femenina (que solo practicaba la inmigración de Gambia y Senegal) se ha erradicado esta salvajada. Otros dicen que el velo representa la sumisión de la mujer o incluso la esclavitud y que hay que evitarlo. Pero también vale la pena recordar las imágenes y la osadía de la saharaui Aminetu Haidar provocando con una huelga de hambre y enfrentándose nada sumisa a policías y gobernantes.

Los que aluden a la defensa de la dignidad de la mujer, creo que deberían valorar que es algo individual y que cada uno puede entenderla de modo diferente. Y ante todo recordar el nefasto papel que han jugado algunos gobiernos occidentales interviniendo en países islámicos y vendiéndoles que les traerían la democracia, lo que no se ha conseguido.

También hay quien ha criticado que algunos ayuntamientos ya hayan dictado la prohibición de ir cubiertas en los espacios públicos sin contar con la opinión de las musulmanas. También es cierto; pero constato que en las charlas que doy, invitada por entidades musulmanas, cristianas o laicas, no son las mujeres las más numerosas del auditorio. En este mismo sentido, si bien algunas asociaciones islámicas han advertido de que el velo integral no es obligación religiosa, valdría la pena que se pronunciaran todas, haciendo la pedagogía necesaria.

Se ha considerado también que prohibir es contraproducente porque o no saldrán de casa o aumentará el número de usuarias, tal como sucedió con la ley francesa del 2004 contra el hiyab y que ha desembocado en muchas más mujeres tapadas que desafían la ley, igual que en Bélgica y Holanda, a pesar de las multas que se han previsto.

Dos reflexiones finales. Hay musulmanas que no se ven porque van vestidas como las que no lo somos. Y las que llevan velo integral deberían pensar que aquí pueden no llevarlo, pero, ¿quién las exime de la responsabilidad de contribuir al endurecimiento de leyes y costumbres que se imponen hoy en muchos países islámicos?

Dolors Bramon, profesora de estudios islámicos.