El cuidado de la casa

De mayor actualidad, casi imposible. Pero huyendo de oportunismos y subida al carro de manifiestos populistas, el Papa Francisco publica una encíclica sobre el cuidado que se ha de tener de la gran casa que es el universo entero. Si el Señor no nos echa una buena mano, poco menos que vamos a perder el tiempo en discursos vacuos e inoperantes. Este recurso a la sabiduría bíblica no es evasión ni espiritualismo degradado, sino acento de responsabilidad. Pues quien a Dios mira y se olvida de la justicia y el derecho incurre en blasfemia, pues deshonra es al Creador y Señor de la armonía y la coherencia.

El cuidado de la casaEl Papa ha dicho, en diversas ocasiones, que eligió el nombre de Francisco por el empeño que el santo de Asís había puesto en el cuidado de la creación, el amor a cuanto de la mano de Dios saliera y su delicadeza y ternura en el trato con todas las criaturas. ¡Alabado seas, mi Señor! Pues Dios ha querido poner en nuestras manos la responsabilidad de cuidar la creación y darnos la oportunidad de honrarlo en sus criaturas. Persona y medio ambiente son inseparables. Si el hombre y la naturaleza no caminan bien unidos, cualquier intento ecológico está condenado a terminar en un discurso de buenas intenciones, pero que no va a detener la llegada del efecto invernadero en los más diversos sentidos.

Si cuidar del universo a todos corresponde, la carta papal no podía tener limitación alguna en cuanto a los destinatarios. El pueblo de Dios no tiene murallas ni fronteras de signo alguno. Es universal. Y si la creación es regalo para todos, a unos y a otros les corresponde y obliga la custodia. Por eso, la expectación ante la encíclica que se anunciaba era grande. Y el Papa no defrauda, aunque la denuncia y la crítica sobre las conclusiones de algunos encuentros sobre el medio ambiente y el cambio climático no sean aceptadas por todos. No cabe duda que el mensaje del Papa, en una u otra manera, resonará en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que se celebrará en París el próximo otoño.

Esta encíclica es un entusiasmado cántico de alabanza y gratitud al Creador y, al mismo tiempo, una imperiosa llamada a la responsabilidad de la Humanidad entera para que cuide bien la casa en la que vive. Lejos de amenazar con un tenebroso catastrofismo, el Papa cumple con su deber de ser conciencia crítica, sin aterrorizar con tsunamis apocalípticos, pero urgiendo la aplicación de la justicia y el reconocimiento del derecho que asiste a la persona y a la sociedad para contar con un espacio lo más habitable posible.

Si hay que asumir con responsabilidad el cuidado de la casa grande que es este mundo, será conveniente mirar alrededor y ver lo que en ella está sucediendo: los cambios climáticos, la cuestión del agua, la biodiversidad con sus diferencias, el deterioro de la calidad de vida y la degradación social… Pero no puede quedarse todo en un simple análisis, detectar inquietudes y hacer un elenco de los problemas que nos afligen. Se buscarán raíces y motivos: el impacto tecnológico, el poder de la globalización, la crisis y sus consecuencias para el hombre y para la sociedad, la necesidad de la innovación, superar un relativismo casi omnímodo, promover y dignificar cuanto al trabajo se refiere…

Habla el Papa de una ecología integral y de unas acciones comunes que emprender: ecología ambiental, económica y social, cultural, de la vida cotidiana, del bien común, de la justicia entre generaciones. La política internacional y el medio ambiente, el diálogo entre políticas nacionales y locales, la transparencia en los procesos de decisión, el diálogo de las religiones con las ciencias.

Siempre relacionados con la ecología, son muchos y diversos los temas que trata el Papa en esta encíclica, en la que resplandece un gran sentido de unidad y convergencia. Como una cantata llena de armonía en la que la estética de la contemplación de la belleza es urgencia para cuidar y custodiar bien tan preciado regalo. Si es patrimonio de la Humanidad, la justicia y el derecho estarán presentes. Si de la responsabilidad política se trata, no ha de olvidarse la valoración ética. La moral se une a la teología y lo humano hace buena conversación con el lenguaje de Dios. Pues el Señor ha hablado por las obras de sus manos.

Los encargados de esta custodia deben asumir la responsabilidad de cuidar la creación entera, pero particularmente prestar la mayor atención a las criaturas más débiles o que más sufren. Sobre todo, custodiar, cuidar del hombre, su persona, su familia, su trabajo, ayudarle a vivir dentro de una ecología verdaderamente humana.

La carta Laudato si no olvida hacer un juicio positivo sobre la licitud de las intervenciones en la naturaleza para sacar provecho de ello, a condición de obrar responsablemente, usando sabiamente los recursos en beneficio de todos, respetando la belleza, la finalidad y la utilidad de los seres vivos y su función en el ecosistema. En definitiva, como lo dijera en el mensaje para la jornada de la paz de 2014, la naturaleza está a nuestra disposición, y nosotros estamos llamados a administrarla con justicia y equidad.

El capítulo final de la encíclica es un hermoso cántico de esperanza bien fundada en la capacidad del hombre para cumplir responsablemente la tarea encomendada, tender puentes de alianza entre la Humanidad y el ambiente y educarse para saber trascender de lo tangible al amor del Creador.

El espíritu de Francisco de Asís revolotea de continuo sobre el campo de esta encíclica. Es como un eje transversal cargado de impresionante sencillez, donde lo inmenso y distante se llena de cercanía; la pobreza se vive entre las riquezas de la creación que Dios pone en nuestras manos, no para dominar, sino para servir; la fraternidad es regalo del Altísimo que nos llena de alegría y es proclamación de la grandeza y bondad de Dios. Si Francisco de Asís compusiera, hace siglos, el Cántico de las criaturas, el Papa Francisco nos lo ha recordado, puesto al día, y llenando las conciencias de un gozoso deber: acercarse al libro de la creación y aprender lecciones imprescindibles para construir la paz.

Si verdaderos y fieles custodios de la creación hemos de ser, por delante nos espera el inexcusable trabajo de guardar bien lo que se nos ha dado, cuidarlo y ofrecerlo mejorado a las generaciones que han de seguir. El Papa Francisco eligió el nombre del Santo de Asís, entre otros motivos, por la admiración que sentía por aquel bendito hermano que no solamente cantaba himnos alabando a Dios por la creación entera, sino que era un ejemplo de amor entregado al servicio de todas las criaturas.

Muy oportuna puede venir aquí la advertencia de san Juan XXIII, que en su encíclica Materet Magistra nos decía: «Tengan sumo cuidado en no derrochar sus energías en discusiones interminables, y, so pretexto de lo mejor, no se descuiden de realizar el bien que les es posible y, por tanto, obligatorio».

Carlos Amigo Vallejo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla.

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