El culto al terrorista: retorno a tiempos pasados

En medio de la polémica por los recibimientos a presos etarras, comentaba Arnaldo Otegi que nadie le va a decir a la izquierda abertzale lo que tiene que hacer, que si pensamos que lo procedente es desistir de dichos homenajes, esperemos sentados. “Si quedan aún 250 presos en las cárceles del Estado Español, 250 homenajes se producirán en Euskadi”, aseguraba ante los medios con ese tono tan retador que a veces le sale. Dicho de otro modo, que seguirán legitimando a los terroristas en cada plaza pública de la geografía vasca, al son de danzas regionales y entre una marea de ikurriñas.  Ramalazos del pasado.

Para Otegi y su séquito, los presos etarras son presos de lo que erróneamente califican como conflicto y, por tanto, no deberían seguir en prisión ni un minuto más. Terminado el “conflicto armado”, y no siendo posible el cambio de cromos (ya que la muerte es irreversible), devuélvannos a nuestros gudaris. Esta viene siendo la cantinela en la actualidad.

Para una mayoría de abertzales, ETA debió dejar de matar en un momento determinado de su larga existencia, cuando ya su brazo político no sacaba los réditos necesarios para seguir creciendo en las instituciones. Argumento frío e inmoral, más aún cuando se trata de vidas humanas.

Nunca podremos encontrar en Otegi y en la izquierda abertzale un discurso de perdón o arrepentimiento que no sea puramente estratégico y calculador. No les veremos afirmar categóricamente y de manera pública que el dolor y el sufrimiento causado nunca debieron producirse, que es una situación insostenible moralmente para cualquier sociedad. Por el contrario, sí les escucharemos proclamar a los cuatro vientos el acercamiento a tierras vascas, cuando no la excarcelación, de los asesinos que tanto dolor infligieron a gente inocente.

Es una forma explícita de blanquear la historia, de meternos con calzador la idea de que aquí no ocurrió nada, o si ocurrió, distribuyamos la culpa a partes iguales. Que se trató de una guerra entre dos bandos y, firmada la paz, todos contentos. Pero no cuela.

Aquí hubo unos, no pocos, que señalaron, intimidaron, persiguieron y mataron a otros muchos que no pensaban como ellos, a gente inocente. Dividieron a la sociedad vasca en buenos y malos. Los buenos, nacionalistas y euskaldunes, los malos, los castellanohablantes y con ninguno de sus ocho apellidos de origen vasco, o aunque los tuvieran.

La cuestión es que vivimos en dos planos distintos, que no se tocan, ni siquiera se acercan. Por un lado, los que rechazamos cualquier tipo de terrorismo, incluido el de ETA, para conseguir un fin político o social; y por otro, los que proclamaron la defensa y legitimidad de aquél, al considerar que estuvo enmarcado en una guerra (que en ningún caso existió), y que la violencia fue válida para conseguir la autodeterminación como pueblo. Una brecha ética y de principios demasiado grande, insalvable, para llegar a entendimientos. O así debería ser.

Con todo este relato manipulado y estos homenajes por todo lo alto, me pregunto qué pensarán las víctimas. Qué pensará Ortega Lara, retenido en un zulo durante más de 500 días, al encender la televisión y ver el homenaje celebrado a uno de los secuestradores en su pueblo natal, como si fiera un héroe. Ortega Lara, que hace pocos años se limitó a desearle la paz eterna a otro de sus secuestradores, Bolinaga, al fallecer tras un cáncer. Qué pensarán las víctimas del atentado de Hipercor o de la casa cuartel de Zaragoza. Qué pensarán, en definitiva, todas y cada una de las víctimas que, después de tantos años de dolor y sufrimiento, tienen que contemplar cómo se reserva el espacio público para ovacionar y jalear a los que tanto daño causaron.

En un afán por erradicar y acabar con estos actos de enaltecimiento del terrorismo, el Parlamento vasco sometió a votación una propuesta sobre la eliminación de dichos homenajes, por considerarlos una humillación para las víctimas y un grave atentado contra la convivencia y la democracia. PSOE, PP, PNV y Podemos votaron a favor sin matices. En contra, los de siempre, EH Bildu. Alegaron que son actos propios de la ‘’libertad de expresión’’.

No tiene la izquierda abertzale la autoridad moral para dar clases de convivencia y pacifismo. Y mucho menos Arnaldo Otegi. No la tienen porque la perdieron durante décadas de justificación y legitimación del crimen aleatorio. Mientras se empeñen en fomentar y consolidar el vergonzante paralelismo entre víctimas y verdugos y en tergiversar lo que realmente ocurrió en nuestro país, no llegará la normalidad democrática y de convivencia a muchos lugares del País Vasco.

Hasta entonces, ha de intervenir el Estado de Derecho para eliminar del mapa toda fiesta que rinda honores a quien no los merece, a quienes tienen las manos manchadas de sangre. Para evitar que ganen la batalla del relato. Por la dignidad y la memoria de las víctimas.

Jaime González es graduado en Relaciones Laborales y Recursos Humanos, y opositor a la Administración General del Estado.

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