El Cupo y el nacionalismo español

Cuando, en octubre de 2015, Alfonso Alonso desautorizó la Ponencia de Libertad y Convivencia de Arantza Quiroga por «poco contundente contra ETA», consiguió desconcertar a propios y extraños porque utilizaba los mismos argumentos que se habían esgrimido contra él y contra todo el equipo del PP vasco que sucedió a María San Gil. Recientemente, Alfonso Alonso ha vuelto a generar un similar efecto de desconcierto al identificar con el nacionalismo español las justificadas suspicacias que ha desatado el último ajuste del Cupo Vasco. De nuevo el líder popular lanzaba contra otros una acusación de la que él había sido antes objeto. Relaciono los dos hechos porque responden a una forma de hacer política más inspirada en las astucias tácticas que en serias razones y convicciones.

El Cupo y el nacionalismo españolQuerer vendernos la demanda de una igualdad fiscal para todos los españoles como una rancia reivindicación del nacionalismo español es algo que sólo se les puede ocurrir a los nacionalistas vascos o a alguien que trata de imitarlos por puro afán maniobrero reutilizando un campo discursivo abonado por éstos. Ello supone un doble error. En primer lugar, porque con argumentos nacionalistas sólo puede lograr perder al propio electorado, que no es nacionalista, sin ganar al que puede ser receptivo a ese mensaje pero preferirá quedarse con el original antes que con la copia. En segundo lugar, porque el plagio a la retórica nacionalista en esta cuestión tan esencial lleva implícita la renuncia a los argumentos propios y a una defensa del Concierto Económico desde el liberalismo que refundó la Nación en el siglo XIX y del que el PP es supuesto heredero. Estaríamos ante una argucia retórica que no es de recibo porque el nacionalismo español ha estado tintado de foralismo en todas sus tradiciones: en la carlista y en la liberal. Una cosa es que el PP no abrace la etiqueta de «nacionalista español», que le quiere endilgar tanto el abertzalismo radical como el moderado, y otra es que ignore que el nacionalismo español ha estado más cerca de los Fueros que toda la izquierda, por definición igualitarista.

La justificación del último ajuste del Cupo es casi invendible. El único argumento veraz que cabe a su favor es que constituye el precio de una estabilidad gubernamental más necesaria que nunca en una situación tan crítica como la propiciada por el desafío secesionista catalán y por un sistema electoral que sigue exigiendo esa clase de pactos y equilibrios injustos a estas alturas, pero que no lo ha inventado Rajoy. En ese contexto realista, cabe reprochar al partido de Rivera unos interesados cálculos electorales que, por otro lado, son legítimos. Tras el apoyo que han tenido que dar a la aplicación del 155, Ciudadanos y el PSOE se sienten forzados a desmarcarse del Gobierno con cualquier excusa y cada uno lo hace como sabe: unos agitando la bandera de la igualdad y otros hablando de la reforma plurinacional de la Constitución. En lo que sí podría haberse amparado el PP para sortear las críticas al agravio real que supone la Euskadi fiscal es en una defensa genérica del Concierto basada en las propias raíces forales de la derecha liberal vasca y en el compromiso con la Corona que conlleva el propio concepto de Fuero. Lo que pasa es que eso el PP no lo ha sabido hacer nunca y ya es tarde para intentarlo. La que se ha impuesto es la versión del nacionalismo vasco, que interpreta el hecho foral como una conquista propia y un paso hacia el secesionismo, o sea como lo contrario a lo que fue originariamente. La propia acuñación de «nación foral» ideada por Urkullu refleja de forma gráfica esa tergiversación. Si los Fueros, por definición, se circunscribían a cada provincia –el Fuero vizcaíno, el alavés o el guipuzcoano–, hablar de «nación foral» es un oxímoron tan chusco como hablar de «nación provincial».

Digamos que a la derecha española se le ha pasado el arroz foralista para la paella del presente político. Su tradicional posición a favor de la autonomía fiscal vasca, que es anterior al nacimiento no ya del PNV sino del mismo Arana, ha sido interpretada a lo largo de toda la desmemoriada etapa democrática como «una concesión a regañadientes». Para los nacionalistas, Cánovas fue el hombre que se cargó los Fueros, no el que los modernizó y permitió sobrevivir en el Nuevo Régimen con ese Concierto Económico que ellos se han apropiado. Aún recuerdo una charla entre bastidores, durante un programa de la Euskal Telebista de los años 90, en la que el peneuvista Ramón Labayen me dejó helado al recitarme con obsceno entusiasmo unas estrofas que el bertsolari Txirrita dedicó al asesinato de Cánovas y en las que celebraba que «al hombre que quitó los Fueros a los vascos le hubieran quitado la vida». Para el nacionalismo vasco no ha existido el foralismo español de derechas. Dicho de otro modo, «lo olvidado ni agradecido ni pagado». Ese nacionalismo hace extensible el centralismo franquista a toda la derecha anterior al franquismo cuando, paradójicamente, es el punto que Franco tenía más en común con la concepción clásica y francesa del Estado republicano y cuando el autonomismo de Prieto es una excepción en la trayectoria histórica de la izquierda que no nace de una convicción descentralizadora sino del interés táctico de ganar a los nacionalistas para su bando en la Guerra Civil.

En este contexto de amnesia sobre lo que también es «memoria histórica», aparece Alfonso Alonso acusando a Albert Rivera de un nacionalismo español antiforalista que nunca ha existido. Se me ocurren diversas tradiciones desde la que serían rechazables el Cupo o el propio Concierto y que con el nacionalismo español tienen que ver muy poco: desde el jacobinismo republicano al socialismo marxista pasando por la socialdemocracia, por el liberalismo progresista opuesto al conservador y por el propio federalismo que por su naturaleza igualitaria se daría de tortas con la propuesta plurinacional de Pedro Sánchez y con el asimetrismo del que habló en su día Pasqual Maragall. El federalismo asimétrico es otra contradicción «in terminis», como es antifederal la propuesta de dar a unas autonomías la categoría de nación que se les negaría a otras.

Sí. La gran razón que podría haberse esgrimido a favor de las autonomías fiscales frente a la objeción de signo igualitario sería la de una contribución a la cohesión nacional que, por desgracia, la experiencia no ha ratificado. Al caso vasco, en el que ha servido exactamente para lo contrario, se añade el navarro en el que la institución foral tampoco ha conllevado una cultura constitucional que impidiera llegar al poder a todas la fuerzas que impugnan el régimen del 78. No hace mucho el historiador vasco Pedro José Chacón Delgado proponía el establecimiento de un «Cupo Político» de lealtad al sistema que fuera parejo al económico. La idea, que significativamente cayó en saco roto, ilustra una larga colección de fracasos pedagógicos a los que se suma la virulencia antidemocrática con la que se descalifica cualquier crítica a esa sacralizada pero no comprendida herencia foral. Y es que es preciso dejar claro que Ciudadanos tiene perfecto derecho a cuestionar el Cupo, el Concierto y lo que le dé la gana en un país que aún contempla como una opción democrática, respetable y legítima cualquier propuesta de secesión que sería inviable, como el caso catalán ha evidenciado. ¿Hemos llegado al absurdo de que Otegi y Forcadell merecen un trato exquisito mientras a Rivera se le puede decir que es la extrema derecha?

Iñaki Ezkerra, escritor.

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